Mi conciencia se recuperó. Mi cabeza daba vueltas, todo me daba vueltas, pero no me importaba. Yo me levantaba, todo estaba blanco, la
habitación era blanca, las sábanas eran blancas, mi traje también.Caminé, millas muchas millas hasta la puerta. La abrí, y todo estaba en paz. La puerta frente a mí se abrió. Tenía que buscar a mis amigos. Tenía que averiguar si ellos estaban bien. Y todo cayó, los gritos estaban por todas partes, todos corrían, la alarma me aturdía, la sangre me daban náuseas. Se arrastraban, las personas se arrastraban, en fuego vivo. Pedían ayuda, me rasguñaban los tobillos desesperadamente.
Las mismas enfermeras me pedían ayuda. El fuego, por todas partes. Gritos, olor, sangre, pánico, fuego.
Corrí, no pare de correr por los pasillos del infierno, las cosas se caían, me aturdían, me asustaban, me dejaban petrificada, horrorizada. Mi garganta no existía, no podía hablar, no sabía hablar. Lo único que funcionaba eran mis pies, no respiraba, no respiro no respiro no respiro.
Corro, mis pies se mueven, corren, se alejan, buscan. Las puertas se abren, se abalanzan sobre mí, las cosas se van de control. Me alejo, pero me adentro más en la sangre, en el mar de fuego, en el infierno de cuerpospidiéndome ayuda. Quise ayudar, salvar, ayudar, salvar.
Tenía que hacerlo. No podía. No había arreglo.
No había nada para salvarlos. Corro. Me tapo los oídos. No puedo gritar.
No puedo contestar. Escapo. Ellos están ahí, juntos, como pensaba que los encontraría. Pero muriéndose. En un mar de sus propias sangres, rodeados de fuego, quemándose en carne fría, a sangre fría.Nada, no podía hacer nada. Se arrastraban, me gritaban, me suplicaban.
No podía hacer más. Todo en llamas. Todo sangrando. Corrí, no miré atrás, porque todo se derrumbaba, el humo no me dejaba respirar, las cosas me
bloqueaban el camino. Todo se vendría abajo, y quise escapar, no sé porqué. Pero fue demasiado tarde. Ellos me agarraron, me arrastraron en el suelo. Arañé el piso, mis uñas sangraban, sentía calor, me quemaba. Me agarraron, me gritaron en el rostro, en el oído. Me rasguñaban, me decían
que hiciera algo. Sus caras estaban rojas, negras, sangrantes. Se deshacían frente a mí, se quemaban frente a mí. Escupían la sangre en mi rostro y todo…Y todo estaba oscuro. No me di cuenta de que gritaba hasta que lo sentí. Me tapé la boca. Esperé. Nadie escuchó. Todos duermen.Profundamente. No como yo.
Me levanté, temblando. Estaba sudando por todas partes.Corrí asustada, viendo cómo ellos me seguían. No podía ver cómo estaban
porque corría a oscuras. Subí los escalones. Ellos me pisaban los talones. Fui hasta mi habitación, y cerré la puerta detrás de mí. Me apoyé en ella, y caí en el suelo lentamente. Puse mi cabeza entre mis piernas, para calmar mi respiración. Mis manos temblaban, no podía controlarlas. Mi pulso, mi corazón, estaban acelerados. Levanté la cabeza cuando escuché un crujido. En la cama alguien se movía. Peter. Él se sentó en la cama y me miró. No podía ver su rostro, sólo algunas sombras de sus facciones. Creí verlo demasiado sorprendido.— Tengo miedo —susurré. Mi voz fue tan diminuta, tan necesitada.
Quería que me abrazara y que me dijera que todo iba a estar bien. La pesadilla me había vuelto como desde el principio. Apenas me alejé de él,
y todo volvió a empeorar.Se acercó a mí, agarrándome por debajo de mis brazos, y me alzó hasta su altura. Me miró a los ojos, y me cubrió entre sus brazos. Sus brazos
me protegieron, me encerraron en esa bellísima protección, que me hacía
sentir segura, valiente… me hacía sentir mi antigua yo… pero con más luz.Lo abracé también. No me di cuenta de que estaba temblando.
Estaba llorando. Me secó las lágrimas con sus suaves dedos… me calentó las manos con las suyas, estaba helada, ya no sudaba.Ya no temblaba.
Me estaba tranquilizando. No podía controlarme. Pero él sí.
— Duerme conmigo —susurró en mi oído. Aspiré aire todo lo que pude. No tenía suficiente oxígeno en mis pulmones. Necesitaba… estar…
— Por favor…—volvió a susurrar.
Asentí. Me agarró de la mano y me guió hasta la cama. Abrió las mantas a un lado, y nos acostamos juntos. Pasó su brazo por debajo de mi cuello, y me acurruqué en su pecho. Nuestras piernas se entrelazaron.
Nuestros cuerpos también. Nuestros ojos, nuestras respiraciones, nuestros pensamientos…
Yo era lluvia. Él era el sol. Nos encontrábamos muy pocas veces al mes. Tapaba al sol para que no viera lo que estábamos haciendo. Lo quería, el sol también. Pero no podíamos estar siempre juntos. Él… quemaba. Y yo me evaporaba.
Me quedé así. Junto a Peter. Me dormí al instante. Sus caricias en mi cabello y en mis brazos me hicieron olvidar de todo. De cualquier cosa mala. De cualquier cosa que tratara de hacerme daño. Ya no existían las personas muertas, ya no existía todo lo que me afectaba cada segundo de mi vida… sólo estaba ahí, encontrándome conmigo misma, entendiendo el por qué no podía superar tales cosas.
Estaba en una habitación blanca. Susurrando las cosas malas, pensando las cosas malas. Lloraba, temblaba, me balanceaba atrás y adelante. No dejaba de pensar en eso, no porque no podía, si no porque no quería. Había un hilo. Un hilo negro que estaba enganchado en mis manos, y en las manos de mis amigos. Ellos me señalaban con esos dedos.
Las cuatro paredes se cerraban. Yo no hacía nada. No pedía ayuda. No salía en esa puerta blanca que estaba a la esquina de donde me encontraba.
Ni siquiera había intentado superarlo. No me enfrentaba. Tenía miedo. Escapaba. Eso es lo que hacía, y estaba mal. Muy muy mal. No.
Tenía que enfrentarlo, tratar de arreglarlo. No sólo por mí, por las personas que quería.
Por mamá, por papá, por Aleli, por Melodi, Jazmín, Ramiro. Por mi familia, por mis amigos, por todas las personas que conocí, inclusive con sólo una mirada.
Por Sebas. Por… Peter.
ESTÁS LEYENDO
El sol de mi tormenta© 《Laliter》✔
Novela Juvenil🌸El mejor tipo de personas son las que entran en tu vida y te hacen ver el sol donde alguna vez viste nubes🌸 Lali es una chica de diecisiete años que sufrió en un accidente trágico en un hospital. Ella y sus tres amigos, Eugenia, Ramiro y Melody i...