🌸Capítulo XII🌸

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Me quedé helada por eso

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Me quedé helada por eso. Ninguna persona había evitado tal cosa. Nadie había hecho que mis amigos desaparecieran de la nada, él sí lo logró y era la tercera vez.

Él se sentó y ese gesto hizo que su perfume suave entrara en mis fosas nasales. Aspiré disimuladamente.

- ¿Te encuentras bien?

- Sí -contesté sin querer mirarlo a los ojos- Sólo estaba... pasando el rato.

- ¿Sola?

- Sola -asentí.

- Sola -repitió pensativamente.

Me quedé confundida por eso. ¿Qué pensaría él sobre aquello? ¿Qué pensaría él si supiera que logró hacer desaparecer a mis amigos muertos que me atormentaban?

- Podría decir lo mismo pero vine con mi hermano -sonrió de lado y me concentré en otra parte, nerviosa- Está jugando por allí -señaló.

Su pequeño hermanito estaba en medio de todos los demás, que corrían jugaban y gritaban. Él estaba quieto, observando inocentemente a su alrededor, con miedo y temor. Fruncí el ceño. ¿Por qué él sería así?

- Mi hermano no ha dejado de hablar de ustedes desde que tuvimos ese... huh... accidente. Dice que tu hermanita es bonita -rió.

- Oh, ¿Aleli? ¿De verdad? -Sonreí emocionada- Es una ternura.

- Sí -asintió pasando sus manos en su pantalón, y me di cuenta de cuan alto era realmente- Él es muy tímido, ¿Sabes? Me hace acordar de pequeño, por suerte superé eso.

Las personas tímidas no son tímidas porque sí. Lo son por algo. Por cosas, por traumas, por falta de comunicación social o por alguna situación complicada; padres.

Por mi parte, mis padres jamás me hicieron algo que me dejara tímida o me hiciera falta la comunicación entre otras personas. Siempre había sido muy abierta y no tenía miedo de decir lo que de verdad sentía.

Hablaba con muchos, mis amigos que eran más que amigos, eran amigos íntimos de toda la vida y los había perdido. Se habían ido. Se habían ido con mi verdadera yo, la chica que vivió en este cuerpo por diecisiete años y que ahora ya no estaba. Se fue. En ese fuego. Con ellos. Murió.

Nos quedamos en silencio observando a todos los niños que pasaban por allí, vigilando a su hermano pequeño. Él se quedó bastante nervioso, se movía a cada rato y abría la boca como si quisiese hablar o decirme alguna cosa.

Tal vez lo hacía por amabilidad, para entablar una conversación. Claro que sí.

- Por cierto, ¿Cómo te llamas?

- Mariana, pero me puedes decir Lali -contesté observando a su hermanito subir por un tobogán-. ¿Y tú? ¿Cuál es tu nombre?

Realmente sentía curiosidad por saber.

- Mi nombre es Juan Pedro, aunque mejor dime Peter.

Lo miré distraídamente, y él me devolvió la mirada.

Ahora me di cuenta de cuan cerca había estado de mí. Nuestras narices estuvieron rozándose por poco, y él se quedó mirándome intensamente.

Sus ojos eran claros. Grises. Como si estuviera viendo la neblina de una mañana de invierno que dificultaba la vista. Pero era neblina hermosa. Sus ojos eran hermosos, y decían muchas cosas.

Su aliento se mezcló con el mío y disfruté de esa sensación.

- ¿Y dónde está tu hermana ahora?

Lo dijo sin dejar de mirarme a los ojos.

- Está en mi casa.

- ¿Por qué estás sola, Lali? Siempre te veo tan... perdida.

- Perdida -repetí.

No me había dado cuenta de esa palabra. Jamás lo había pensado como un significado de lo que sentía y de lo que era en realidad. La verdad, es que tenía razón. Estaba tan perdida, por dentro, por fuera. Perdida en una tormenta.

- Lo sé -dije desviando nuestra conexión intensa de miradas, avergonzada- Estoy perdida.

- ¿Eres de por aquí?

- Me refiero a otra cosa en específico. Perdida de una forma mala, de direcciones sentimentales y de la vida real.

- Oh -dijo sorprendido, abriendo sus ojos intensos- Claro, eso explica todo.

- ¿Explica qué? -pregunté bruscamente.

- No lo sé -respondió- Siento como si... algo malo te hubiera ocurrido y nada podría arreglar aquello.

- ¿Cómo lo sabes? -pregunté otra vez, lentamente.

Me sorprendía tanto. Las personas habitualmente necesitaban de palabras y hechos para darse cuenta de muchas cosas y él, tan solo él bastó con verme cuatro veces en situaciones incómodas y cortas para darse cuenta de lo que me ocurría.

Como si me conociera de toda la vida. Y me sentí bien. Comprendida. No perdida. Segura.

Sonreí y él se quedó observándome anonado. No cambió su expresión, pero respondió.

- Porque a veces basta con sólo mirar a una persona, observar su rostro y lo que dicen sus ojos. Tus ojos delatan lo que siente tu alma.

Ladeé la cabeza, sin poder borrar la sonrisa de mi rostro. Me sentí tan bien. Me sentí... la vieja Lali, pero con partes extrañas y diferentes. Como si volviera a ser la de antes, pero mejorada y renovada. Una nueva.

Esos sentimientos y ese momento perfecto duró muy poco, ya que los gritos de su hermanito pequeño, nos hizo darnos cuenta de que él estaba en peligro.

Esos sentimientos y ese momento perfecto duró muy poco, ya que los gritos de su hermanito pequeño, nos hizo darnos cuenta de que él estaba en peligro

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El sol de mi tormenta© 《Laliter》✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora