Cuando llegué a casa, nada había cambiado, todo estaba en su lugar y en la cocina habían vasos y platos nuevos.
Subí a mi habitación y me senté en la cama. Me subí la camiseta hasta los antebrazos y observé.
Las cicatrices ahora no estaban rojas, estaban cerradas, curadas; pero se mantenían ahí. Y me preguntaba si sería así toda mi vida. ¿Aparecerían aquellas cicatrices cuando esté sonriendo o pasando un momento feliz? ¿Desaparecerán algún día? ¿Borrarán lo que hice aquel día?
Tenía miedo que mi cuerpo demostrara como un libro abierto lo que sentía.
Ahora, lo sabía con claridad, aguantarse todas las cosas y callarse sólo me dejaba una advertencia; explotaría en cualquier momento. No me hizo bien ocultar tantas cosas, como mis pensamientos y mis comentarios sobre todas las cosas. Me lastimó más de lo que hacía, y sólo empeoró las cosas.
Mi familia se daba cuenta de ello, me miraban y sonreían, de esas sonrisas de medio tiempo, pasajeras; que te trataban de decir con desesperación que todo iría bien. Más que nada para ellos mismos. Pero en los ojos, más allá de esa sonrisa, sabía uno mismo que eso no es lo que te estaba irradiando. Lo que irradiaba era preocupación, temor, miedo. Eso veía en sus labios curvados, en sus ojos llorosos, tan brillantes y a punto de llorar, que por eso me alejé de ellos.
Me quedé en mi habitación, aislada, rogando porque se durmieran, así yo saldría a correr y a despejarme otra vez.
Las luces de sus habitaciones no tardaron en apagarse y esperé.
Observé la luna, que ahora alumbraba mi habitación a oscuras. No podía esperar más, así que me puse mis botas negras y me escabullí por la ventana.
No sabía realmente por qué salía por la ventana si podía hacerlo tranquilamente con la puerta de la entrada. Pero la verdad es que, quería hacer aquello. Quería salir a la noche, caminar por el techo, imaginarme que era una heroína y no una simple chica que se escapaba de su casa para correr y no para encontrarse con un chico.
Saqué mis dos piernas y me quedé sentada en el borde de la ventana.
Miré el suelo, indecisa, y ahora me di cuenta de la gran altura. Había saltado ya un par de veces, y no me había dado cuenta de la distancia que había desde el tejado hasta el suelo de la vereda.
Levanté la cabeza y miré las estrellas. El cielo estaba repleto de ellas. Como las personas. Habían estrellas grandes, pequeñas, otras más brillantes y llamativas. Pero las que más me intrigaban, eran las pequeñas, las que no brillaban y no mostraban el valor que tenían. Eran como la gente.
Mucha gente se lucía más de lo que debería, y las demás no se lucían cuando tenían mucho por lucir. No se animaban, no se acercaban. Estaban allí, lejos, esperando por alguien que se diera cuenta de aquella estrella sin brillo, pero que tenía mucho valor y mucho por descubrir. Todas las cosas eran como la vida real; si las comparaban, eran tal como las vivías.
Me quedé pensando sobre aquello, y me paralice cuando escuché a alguien entrar a mi habitación, me di la vuelta maldiciendo por dentro y me quedé sin respiración.
Aleli estaba en su piyama de ositos, sosteniendo el picaporte y la puerta bien abierta delante de ella. En sus ojos había preocupación y miedo. Se quedó paralizada, viendo mi cuerpo medio afuera de la ventana.
Ella tembló y abrió la boca para hablar.
- ¿Vas a saltar?
Me quedé pensando sobre aquello. ¿Ella pensaba que iba a saltar para quitarme la vida? No sabía realmente a qué se refería. Pero ahora que lo pensaba, no tenía tantas intenciones de hacerlo.
- No, pequeña. Sólo estaba observando el cielo, hay muchas estrellas hoy.
- ¿De verdad? -dijo.
- Hay un aura en el cielo. Aleli, no voy a saltar, no te preocupes. Sólo necesitaba aire fresco y era la única forma de poder pensar.
- Lo sé.
Se acercó lentamente a mí y metí mis dos piernas hacia adentro.
- ¿Por qué pensabas que saltaría?
- Estabas muy concentrada, como si estuvieras en otro mundo pensando y pensé que estarías decidiendo si tirarte de allí o no.
- No, Aleli -dije abrazándola-. ¿Cómo podría hacer eso? Claro que no, sólo estaba pensando en las estrellas, que son como las personas.
- ¿Cómo las personas? -dijo mirándome curiosa, ya sin temor.
- Sí -sonreí- Mira.
La alcé en mis brazos y asomé nuestras cabezas. El cielo ahora se veía más alumbrado por las estrellas y la luz de la luna. A lo lejos, nubes negras se asomaban, lejanas y amenazantes.
- Mira ¿Cuáles son las más llamativas?
- Las que son grandes y brillan más -dijo.
Sus ojos hacían reflejo de la luz.
- Así es, porque son más grandes, están cerca y se lucen más. ¿Pero y las pequeñas que brillan, a penitas?
- Esas nadie las observa -dijo con los destellos de luz en sus ojos, haciéndome sonreír distraídamente- Están escondidas detrás de las más brillantes. Y no hacen nada para cambiarlo.
- Es igual que la gente ¿Verdad? -pregunté.
- Sí, tienes razón. Es igual que las personas. Nunca me puse a pensar sobre eso.
- Lo sé, yo tampoco. Se me ocurrió eso porque estaba aburrida.
- ¿Cuando estás aburrida también piensas sobre todas las cosas y creas historias?
- Sí -asentí- Lo hago siempre.
Cerré la ventana y la senté en la cama, junto a mí.
- ¿Quieres que te cuente un cuento?
- Sí -dijo acostándose y golpeando a su costado para que me uniera junto a ella-. Sólo quiero hacerte una pregunta, ¿Puedo?
- Sí, claro pequeña.
- Dormiré contigo, ¿Verdad?
- Sí, princesa.
- Otra pregunta. ¿Cómo te sientes?
Volteé mi cabeza para observarla.
Ahora, en la oscuridad, acostada en mi cama junto a mí, se veía como una niña traviesa que sólo preguntaba aquello por curiosidad y preocupación. Pero había seriedad en su rostro, como si de verdad quisiera sinceridad y que lo que estaba preguntando era serio para ella.
Acaricié su mejilla, pero esta vez no sonreí.
- Realmente, a veces no lo sé.
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El sol de mi tormenta© 《Laliter》✔
Genç Kurgu🌸El mejor tipo de personas son las que entran en tu vida y te hacen ver el sol donde alguna vez viste nubes🌸 Lali es una chica de diecisiete años que sufrió en un accidente trágico en un hospital. Ella y sus tres amigos, Eugenia, Ramiro y Melody i...