V.

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Los reflectores del estudio se apagan, dejándolo todo un poco menos iluminado. Los ayudantes y maquillistas se despiden y Eiji les corresponde con una resplandeciente sonrisa en los labios y la frente perlada de sudor. Está cansado pero tan entusiasmado que no podría importarle menos. No puede creer que ha tenido una sesión fotográfica profesional y que además, ha sido todo un éxito. Esa mañana se había despertado tan ansioso que casi cancela la cita, pero negándose a lucir como un cobarde, se había dirigido a la editorial a cumplir con su promesa de una vez por todas.

Y está tan satisfecho con el resultado que no se arrepiente de nada.

No fue fácil. Aslan Callenreese no es un modelo con experiencia y él tampoco el fotógrafo adecuado para la sesión, pero todo ha salido a la perfección gracias a la ayuda del personal y a que el beta se había sentido tan inseguro que la noche anterior no había dejado de buscar referencias de retratos en internet.

Habían tenido unos cuantos problemas de organización al principio, pero en cuanto el pelinegro se acostumbró a dirigir la sesión, todo lo demás fue pan comido, al punto en que el joven fotógrafo se había dejado llevar, adecuándose a la situación rápidamente. Bueno, Eiji tampoco iba a robarle el crédito a sus colegas que con paciencia y profesionalismo se adaptaron a su estilo de trabajo y tampoco a Aslan que, aunque al principio parecía un poco tenso, obedeció cada una de sus palabras al punto que en que el beta casi olvidó que estaba tratando con un alfa, casi.

—Buen trabajo, Okumura —dice el editor desde el puerta—. Te enviaré una copia de los archivos para que puedas agregarlos a tu portafolio.

—Muchas gracias —responde genuinamente agradecido—. Gracias a todos por su ayuda.

El equipo técnico le responde amablemente, haciendo faena mientras continúan con su trabajo de recoger las luces y los cables antes de llevarlos al almacén dentro de la misma habitación. Eiji recoge su mochila con el corazón aún acelerado y la euforia a tope. Todavía se siente como si acabara de hacer la cosa más increíble del mundo y realmente duda que el efecto vaya a desvanecerse pronto. Todo lo que quiere es poder llamar a casa y contarle a su familia y a Ibe sobre su experiencia, sin importar que suene como un niño que ha ido al parque de diversiones por primera vez.

El japonés se despide una última vez con voz alegre y sale del estudio sintiéndose ligero como una pluma. El cuerpo le pesa poco y apenas puede sentir sus pies sobre el suelo. Está viviendo un sueño y aunque sabe que pronto tendrá que despertar y regresar a la realidad, está disfrutando cada instante de esa fugaz satisfacción.

Tarareando, Eiji atraviesa los largos pasillos de la editorial hasta el ascensor. Saluda a algunos de los editores que Max le presentó la primera vez que lo llevó e incluso se toma la libertad de pasar a la oficina de su amigo para notificarle que todo ha salido perfectamente, pero Glendreed está en una junta y él no quiere molestar así que se marcha sin más.

El muchacho sigue su camino con paso alegre, pero después de un par de minutos, sus pies se detienen gradualmente, hasta inconscientemente plantarse frente a la puerta de cristal de la oficina que aún tiene la placa con su nombre; Eiji Okumura. Fotógrafo.

El nipón mira el interior de la oficina con una sensación extraña en el pecho. Sus paredes son de cristal y el escritorio de madera y la silla mullida son demasiado nítidas. Hay una maceta con una hermosa planta de hojas verdes en una esquina y la vista hacia la avenida principal es simplemente espectacular.

Eiji extiende la mano, pero antes de posarla sobre la manija se detiene y se recuerda que esa no es su oficina por mucho que diga su nombre. Él ha rechazado el puesto y debe volver a Japón, ¿verdad? Lo que ha ocurrido ese día ha sido simplemente una excepción y no va a volver a repetirse.

Hana no kaori.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora