XV

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Eiji cierra la puerta del baño suavemente y le pone seguro. Con pasos calmos se dirige hasta el lavamanos y se recarga en él con manos sudorosas. Mira el desagüe por aproximadamente tres segundos, toma una gran bocanada de aire y luego levanta la cabeza, enfrentándose a sí mismo en el reflejo del espejo colgado en la pared. Su rostro se nota un poco más delgado y hay un par de manchas negras poco visibles debajo de sus ojos. Sus cejas de fruncen con preocupación, al igual que su boca demasiado apretada. Es una imagen patética, lo admite, es por eso que con mucho esfuerzo lucha por convertirla en una expresión de decisión. No puede dar marcha atrás. Ya no.

El muchacho vuelve a respirar profundo y deja salir el aire lentamente. Repite el proceso dos veces y luego abre la llave de agua y se empapa el rostro lo mejor que puede. Ahora luce y se siente un poco más relajado, así que piensa que es hora de salir y acomoda el suéter de cuello largo para evitar que el collar que lleva puesto se note. Seca su rosto y practica en el espejo una sonrisa tranquila antes de abrir la puerta y salir, con su mejor expresión de que nada malo está ocurriendo, esa que ha llevado encima toda la mañana.

—¡Eiji, Eiji, papá sirvió el postre! ¡Date prisa! —exclama Michael y nada más salir del lavabo, lo arrastra de vuelta al comedor sujetando su mano y usando todo su cuerpecito para hacerlo.

—Ya voy, ya voy —le dice con voz tranquila, pero sólo consigue que el niño hale con más ímpetu, como si el postre fuese a desvanecerse en su ausencia.

Juntos entran a la sala entre risas infantiles. La habitación es amplia y muy hogareña. El piso es de madera y sus paredes de color salmón. La luz de la mañana se filtra por las enormes ventanas de cristal cubiertas con cortinas semitransparentes con mariposas que, por supuesto, no detienen el sonido del canto de las aves en el exterior.

—Saben que no pueden correr por los pasillos, jovencitos —los reprende Jessica con una taza de café entre las manos, nada más al verlos llegar.

—Lo sentimos —dicen los dos al mismo tiempo, tomando sus respectivos lugares.

—Vamos, cariño. Nos seas tan dura con ellos —interviene Max sirviendo pastel en el platito de porcelana de Eiji.

—No quiero que se lastimen. Eso es todo.

—Lo siento mamá, fui yo el que hizo que Eiji se apresurara —se disculpa el pequeño Michael y su madre suspira—. Por favor no lo regañes.

—Oh, está bien —le dice el japonés—. Mamá no nos estaba riñendo, sólo está preocupada por nosotros, pero ya nos portaremos mejor, ¿cierto? —el rostro del niño se ilumina y asiente antes de comenzar devorar su propia rebanada de pastel.

—Michael te tiene mucho cariño —dice Max entonces, una vez que se hubo servido un trozo también—. Estaba muy entusiasmado al saber que vendrías a desayunar.

—Eiji es muy amable —ofrece el niño como única explicación—. Me gusta mucho.

Los tres adultos ríen.

—Entonces supongo que vendré más seguido —ofrece el peligro.

—¿Y cómo te has sentido? Luces un poco cansado —dice Jess.

—Anoche terminé todo lo que tenía pendiente y lo envié al editor —explica y en parte es verdad. Sí estuvo trabajando hasta tarde, pero tampoco es que haya podido descansar muy bien los últimos días.

—Pensé que tu nueva asistente se estaba encargando de eso —dice Max con gesto pensativo.

—Sólo me encargué de algunos detalles en la edición. De cualquier forma, estoy bien. Yo... fui al médico —confiesa, preparado para soltar lo que ha ido a decir en primer lugar. Está un poco nervioso, pero lo suficientemente estable para no volver a llorar como en el fatídico día en que le dijeron que posee un útero.

Hana no kaori.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora