XII

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Eiji mira con satisfacción a su alrededor. Sus manos en sus caderas y una enorme sonrisa en su rostro. Le ha tomado un par de horas pero finalmente ha logrado que el apartamento esté completamente limpio. Ha sacudido los sillones y ha fregado el piso de madera. Ha limpiado las lámparas y ha desempolvado las encimeras. Ha tallado el interior del horno y la superficie de la estufa, así como el refrigerador que se encuentra a reventar de comida instantánea y chatarra por la ocasión.

Generalmente no tiene el tiempo suficiente para hacer la limpieza a fondo, pero hoy se ha hecho el propósito porque es la primera vez que Ash se queda a pasar la noche y no desea nada más que ser un buen anfitrión. Quiere que su querido amigo se sienta como en casa o mejor y espera que eso sea suficiente para subirle el ánimo que últimamente está por los suelos.

No es que Aslan se comporte especialmente grosero con él, de hecho, podría decirse que Eiji lo encuentra mucho más dulce que de costumbre. A veces lo sorprende recogiéndolo del trabajo por las tardes. A veces envía flores y comida a su oficina, cuando está tan ocupado que le es imposible salir a comer. A veces, incluso le envía mensajes de buenos días, deseándole éxito y preguntándole si se siente especialmente enfermo o si todo está en orden. El japonés sabe que es una manera del alfa de decirle que todo está bien, que no debe preocuparse, pero la verdad es que él no está del todo seguro.

El beta no entiende cómo, pero de alguna manera, es como si supiera lo que el alfa está sintiendo. Él siempre ha sido empático con los sentimientos ajenos, para él es fácil leer las emociones de las personas pero con Ash es un poco distinto. Se siente como esas emociones fueran suyas; la ansiedad, la preocupación, la duda. Cree que es porque es la primera vez que se involucra tan íntimamente con una persona, jamás ha tenido un amigo como Ash; más o menos de su edad, con quién puede pasar horas enteras hablando, alguien con quien de hecho no tiene nada en común excepto el gusto por las cosas dulces y sin embargo, con el que siente tanta afinidad que sin duda se ha encariñado a lo largo de los meses.

Es casi como si fueran almas gemelas.

El fotógrafo mira el reloj en la repisa bajo el televisor, son las cuatro de la tarde con cincuenta y tres minutos y a menos que algo de imprevisto haya surgido en el trabajo, el rubio no debe tardar en llegar, así que Eiji se encarga de los últimos detalles de su velada, como que la computadora esté debidamente sincronizada a la televisión y que en la ducha esté esa familia de productos de higiene personal con olor a girasol que Ash le ha dicho que le gusta mucho.

La puerta suena a las cinco con siete minutos. El beta deja de lado los productos de limpieza y sale en dirección a la entrada. Mentiría si dijera que no se siente emocionado. Es la primera vez que un amigo se queda a pasar la noche y aunque ya no es un niño, le hace ilusión hacer todas esas cosas que antes no podía por ser el doble de enfermizo de lo que es ahora. Su madre estaba tan asustada de que una fiebre repentina a media noche le atacara que simplemente no le dejaba estar mucho tiempo fuera de casa y mucho menos incomodar a otros con la falta de defensas en su cuerpo.

―¡Voy! ―anuncia para hacerse saber a su visita que le ha escuchado.

Eiji se detiene parcialmente frente al televisor y arregla un poco su cabello en el reflejo. También se encarga de acomodar un poco sus ropas, pero como tampoco quiere hacer esperar demasiado a Ash, rápidamente se encamina hacia la puerta y la abre con una enorme sonrisa.

Está tan feliz de verlo.

―Hola ―le saluda el alfa de pie frente a él con una botella de vino en una mano y su maleta en la otra. Viste uno de los lujosos trajes con los que el nipón ya se ha acostumbrado a verlo y su cabello está perfectamente peinado hacia atrás. Sin embargo, su expresión es tan suave que hace que el corazón de Eiji se sienta en paz.

Hana no kaori.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora