IX

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Las puertas metálicas del edificio se abren de par en par. El saludo cordial del portero llega hasta los oídos del japonés quien, aún con la costumbre de saludar con una pequeña reverencia, le da las buenas tardes. El portero parece haberse acostumbrado a ello porque le sonríe y nervioso se quita el sombrero del uniforme antes de inclinarse en respuesta. Han pasado cuatro meses desde que Eiji se mudó allí y aquello se ha vuelto parte de la rutina establecida. La única razón por la que el dependiente del edificio parece ansioso es porque, en esta extraordinaria ocasión, el nipón no está solo.

Ash camina detrás de él con un abrigo para la lluvia color canela, sujetando un paraguas en la mano izquierda y su maletín de cuero en la otra. Su cabello rubio, oscurecido por la lluvia, se pega húmedo a su rostro de porcelana y sus ojos verdes brillan salvajes en medio del apenas iluminado recibidor. Su semblante es serio a muerte y hace que el pelinegro se pregunte si aún está haciendo berrinche por el asunto de las calabazas. De cualquier forma, no hay manera de que su aura de alfa pase desapercibida y esa es la razón por la que el portero luce tan intimidado. O algo así.

—Buenas tardes —dice el rubio pasando de largo hasta las escaleras y mirando con odio al aún descompuesto elevador a su lado.

—Si está siendo intimidado llamaré a la policía, señor Okumura —ofrece el portero, prácticamente escondiéndose detrás de su escritorio.

—Está bien. Es un amigo, sólo está de mal humor —ofrece el fotógrafo como respuesta, bastante divertido con la situación, si tiene que admitirlo.

Juntos, el americano y el japonés suben hasta el tercer piso, en dirección al apartamento de Eiji, quien nada más cerrar la puerta suelta la enorme carcajada que ha estado conteniendo por aproximadamente quince minutos. Es fresca y liviana como el aire de verano y le hace ignorar un poco el hecho de que en realidad siente como que va a volver a enfermarse, por segunda vez en lo que va del mes.

Callenreese bufa como un perro enojado y se queda de pie en la entrada, colgando su abrigo en el perchero y dejando escurrir el paraguas en el contenedor metálico junto a la puerta. Sus movimientos son pesados y un poco grotescos, justo como los de los alfa de las cavernas de la película que Eiji vio la semana pasada. Nadie burlarse de alfa. Alfa estar enojado. Y aquella comparación es suficiente para que las carcajadas se intensifiquen hasta que el dolor en su estómago es prácticamente insoportable. Porque Aslan Callenreese; heredero del grupo financiero más grande del mundo, alfa dominante, millonario y el sueño de todos los omega le tiene pavor a las calabazas. El ojinegro no lo sabía y lo descubrió de la mejor forma posible. Aún no puede superar la forma en la que el rubio saltó y gritó cuando entraron al supermercado y le comentó que llevaría un par para hacer una tarta.

El mejor momento de su vida en New York, sin duda.

—Sí, sí. Muy divertido —dice el ojiverde dejándose caer en el sofá.

—Ya no me estoy riendo, ¿ves? —dice, pero sus ojos están llenos de lágrimas de diversión.

—Me alegra saber que al menos uno de los dos lo pasó bien.

—Oh, vamos. No es tan malo. Todos le tenemos miedo a algo. Aunque tengo que admitir que siempre creí que los alfa no.

—Somos personas también. No robots —Eiji se encoje de hombros y abre la nevera, el frio haciéndole estornudar—. Veo que ya has terminado de amueblar. El sofá queda fantástico.

—Gracias. Jess y Max estuvieron aquí para ayudarme —dice—. ¿Té está bien? Mamá lo envió de japón.

—Sí, gracias—le responde—. Si me lo hubieras pedido, también hubiera venido a ayudar.

Hana no kaori.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora