pérdida

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Pude determe a tiempo antes de volverme un problema, mis ojos retornaron a ser como antes y la tormenta creada por mi había desaparecido, pero llovía levemente; yo al fin había recuperado el control sobre mi cuerpo, pero me sentía demasiado agotado.
A lo lejos vi como Valeria abrazaba a su madre y Heimdal agachado la acompañaba en todo momento.
Traté como pude de llegar hasta ella, aunque las piernas no me respondían y me sentía mareado, atacar a la gran bestia había consumido todas mis energías.
Al llegar a donde estaba Valeria vi que su madre estaba muy mal herida, aún viva pero con heridas mortales.
- cuida de mi hija, por favor - me dijo la mujer con la voz entrecortada y sin fuerzas.
- curala, por favor, como hiciste conmigo. - me imploraba Valeria.
En serio intenté hacerlo, pero no podía, mi cuerpo estaba tan agotado que apenas podía moverme y al intentar usar mis poderes caí de rodillas. Pensé entonces que pude haber hecho más si tan solo no hubiera perdido el control con Leviatán, pero si no lo hubiera hecho mucha más gente hubiera muerto; ya no quería ver sufrir a Valeria, la sensación de impotencia al no poder hacer nada me estaba llevando a la locura.
- no te preocupes Alejandro, salvaste a mucha gente y eso hace que sea complicado ayudarme ahora; no importa, solo cuidala y llevala contigo, estaré más tranquila si me prometes eso. - dijo la señora Ana conclas fuerzas agotadas.
- lo haré señora, la cuidare con mi propia vida si es posible. - le dije aún de rodillas.
Valeria no dejaba de llorar.
- entonces puedo irme tranquila, te encargo a mi hija. - dijo la mujer agonizante con lo último que tenía.
Poco a poco cerró sus ojos y ya no dijo palabra alguna, dejando así a su hija sola.
Todo se repetía, vi como a Valeria le sucedió lo mismo que a mi y no pude hacer nada. Nuevamente estaba siendo un completo fracaso al tratar de proteger a las personas.
Pasaron dos días desde el ataque, Valeria no tenía nada en que refugiarse, solo estaba yo que desde que su madre murió decidí cuidarla y protegerla aunque mi vida dependa de ello. En mi mente renegaba muchas veces de dios - ¿por qué a las personas amables y buenas les pasan estas cosas? - pensaba.
Heimdal no se despegaba ni un minuto de Valeria.
Aquel día se celebró el entierro común de todas las personas que perecieron ante el ataque de Leviatán.
Se elevaron cientos de estatuas en forma de monolitos en todo el lugar, eran plateados y brillantes que de acuerdo a la información que la gente decía, eran pagados por el papa quien llegaría ese día a la ciudad ahora hecha escombros.
Valeria usaba un vestido blanco aquel día, sus ojos estaban hinchado de tanto llorar, su rostro estaba muy pálido y ella no hablaba mucho desde el incidente. Yo la acompañaba a todas partes sin reprochar, casi no dormía por cuidarla, pero no podía descansar, no podía dejar que nada malo le suceda, ya bastante tenía con lo de su madre.
Estabamos parados frente al monolito que tenía el nombre de su madre y de los ojos de Valeria caían lágrimas, su rostro no hacía gesto alguno, pero por dentro yo sabía que estaba sufriendo mucho y todo eso era expresado en lágrimas cristalinas.
Mucha gente estaban reunidas en todos los monolitos llorando sus perdidas. De pronto se escuchó a lo lejos en sonido de un carruaje acercandose, además de pasos de muchos soldados trotando en dirección a nosotros.
El papa se acercaba montado en un enorme carruaje como de 5 metros hecho de oro puro, incluso la silla donde estaba era tan dorado como el sol, a su alrededor estaban muchos soldados que vestían capas o vestimenta militar dependiendo el rango que ocupaban.
El sumo Pontífice, quien a simple vista parecía solo un anciano, estaba totalmente resguardado por tantos hombres armados y la gente no tardó en rodear al papa rogando y orando entre lágrimas por lo sucedido.
- ¡ya estoy aquí! ¡ya no tienen nada que temer! - dijo el religioso.
La gente lo admiraba tanto que se postraron ante el.
Valeria seguía inmóvil frente al monumento de su madre, no le inportaba si quiera quien acababa de llegar; yo permanecía detrás de ella sosteniendo un ramo de flores que luego puse sobre la tumba.
Cuando me agaché a hacerlo del suelo comenzaron a elevarse esferas de luz y oscuridad que salían de la tumba de la madre de Valeria. De todas las tumbas que contenían cuerpos salían lo mismo; a lo lejos, del lugar donde la mayoria de la gente murió también salieron esas esferas que comenzaban a juntarse y a formar una gran masa.
La gente no entendía que pasaba y sólo se limitaban a observar; yo hacía lo mismo ya que jamás había pasado algo similar anteriormente.
El papa se levantó de su trono y tomó su bastón intuyendo que algo malo estaba por suceder.
Las esferas de luz y oscuridad se combinaron en un punto cerca nuestro, Heimdal comenzó a agitarse y yo tenía un mal presentimiento. Esas esferas comenzaron a formar una enorme masa negra como de 10 metros que estaba empezando a tomar forma de alguna criatura desconocida.
Por el otro lado sucedía lo mismo, solo que la masa era mucho más grande.
La masa más cercana formó una enorme criatura marrón de 3 cabezas. La criatura tenía al menos diez metros de largo, parado en 4 patas con las garras muy grandes y afiladas, su cuerpo estaba cubierto con escamas, cada cuello tenía al menos 3 metros y las cabezas parecían las de dragones de comodo con la columna vertebral cubierta por huesos enormes y salidos, como una especie de navajas gigantes.
Levanté a Valeria en mis brazos y sin avisas la subí a Heimdal. Estaba preparado para cualquier cosa, ella y mi fiel pegaso eran lo único que tenía y estaba dispuesto a destruir todo lo que intentara quitarmelos.
La otra gran masa se transformó en un gigantesco dragón de al menos 15 o más metros color rojo que escupía fuego.
La gente nuevamente aterrada comenzaron a correr en dirección opuesta a donde estaban las bestias.
Pero el papa no era nada débil, y lo iba a demostrar como ninguno lo imaginó.


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