『Capítulo 38』

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El adiós

Era extraño, de pronto todo mi cuerpo empezó a congelarse. La nota carmesí rodó de mis dedos como arena del desierto cayendo al suelo y quedando sobre él suavemente. El mundo empezó a moverse en cámara lenta a mi alrededor, todo era tan abrumante, que incluso el papel hizo eco cuando toco el suelo.

O quizá solo fui yo, malinterpretando.

Mis pies empezaron a temblar mientras corría fuera del edificio. La fábrica no estaba muy lejos de aquí, pues la habían ubicado estratégicamente en un lugar alejado y varias veces la había visto a lo lejos cuando iba en dirección a la casa McKay.

Mientras corría, los pensamientos más siniestros se encargaban de torturar mi mente, me sentía triste, quería gritar muy fuerte para que Azrael me escuchara y se detuviera, pero sabía que por más fuerte que gritara él no me oiría. Sentía mis manos temblar aunque mis pisadas en el frío pavimento eran fuertes.

Efímeros pero fuertes recuerdos vividos con él pasaron por mi mente, desde los momentos más simples hasta aquellos que atesoraba con todo mi corazón. La sonrisa de aquel dulce niño que me había salvado de mi trágico final pasó por mi mente, y me arrepentí de todas las cosas que dije antes.

Me arrepentí de haberlo culpado de llevar oscuridad dentro, me arrepentía de haberle dicho que odiaba su amor, porque era todo lo contrario. Solo con él había podido llegar a saber lo que era en realidad. Su protección distante, sus abrazos y sus palabras frías e hirientes pero cargadas de verdad, vinieron a mí.

Porque Azrael Santorski, era la única persona en toda mi vida que me había mostrado el mundo en todas sus facetas. Él me había ayudado a conocer sus sombras para luego apartarme de ellas, y me había enseñado lo satisfactorio que era amar y ser amado, para que en un futuro buscara eso. Y no, me era imposible imaginar un futuro sin él.

Quizá estaba loca, tal vez me estaba engañando y después de esto quedaría más herida que antes, pero lo necesitaba. Necesitaba saber que él estaba bien.

Poco a poco empecé a divisar de lejos el enorme edificio abandonado donde el imperio Mckay había comenzado. Al observar tan cerca aquel lugar, mi cuerpo se llenó de adrenalina. Corrí lo más rápido que pude hasta que mis piernas se detuvieron automáticamente frente a la entrada de este.

Un frío escalofriante pasó por mis pies provocando que mi piel se erizara, pero nada impediría que cumpliera mi objetivo. Iba a dar el primer paso para filtrarme dentro del lugar, cuando algo extraño llamó mi atención.

A un costado de la entrada, escondido detrás de algunas ramas de un gran árbol se encontraba un jeep negro. Me acerqué a él para revisarlo un poco más, esperaba tontamente encontrar a Azrael ahí dentro, con su rostro contraído y su humor de mierda. De verdad deseaba ver su amargo rostro y que chasqueara sus labios al verme.

Pero nada de eso pasó. El auto se encontraba absolutamente vacío. Me acerqué un poco al vidrio para observar mejor. En el asiento del copiloto se encontraban mechones de cabello en color rojo, eso me resultó extraño y perturbador.

Impulsivamente intenté abrir la puerta del auto y me sorprendió cuando esta cedió. Me adentré más en el jeep para investigarlo un poco de cerca. Había rastros de cabello, mucho a decir verdad, parecía que alguien se había cortado su larga cabellera. En la guantera se hallaba unas tijeras y nada más.

No encontraba explicación para lo que estaba pasando y no me quedaría a hallar una, estaba apunto de cerrar la puerta del auto cuando visualicé algo en la parte trasera. Caminé hasta ahí y al abrirla, un gran bolso negro yacía en ese lugar.

Personalidades fingidas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora