『Capítulo 28』

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La danza de la muerte

La actitud de Azrael me estaba enloqueciendo, algunos días era lo más parecido a Romeo en este mundo, y otros, no era más que un cruel Shakespeare escribiendo romances ficticios los cuales todos sabíamos cuál sería su trágico final. Detestaba admitirlo, pero su inestabilidad me estaba afectando.

Nuestro... lo que sea que tengamos, estaba colapsando, sentía como llegaba al fondo de un gran hoyo negro que absorbía todo a su paso, pero no podía culparlo por la forma en cómo me sentía aunque pesara. No podía acreditarle todo, cuando la única responsable de lo que pasaba era aquella joven de 19 años, la cual había llegado de un lejano pueblo para ejercer un rol que no le pertenecía. Yo lo había escogido a él por sobre todos los demás, y él mismo lo había dicho días antes.

Me sentía culpable de haberme enamorado de una persona que estaba indecisa, pero a todos nos pasa ¿no? y no comprendía. Él era de esas personas que te alejan haciéndote sentir de una forma miserable, pero que cuando sienten que te van perdiendo hacen cosas inimaginables para que no te vayas de su lado.

Y duele maldición, quema y arde como no tienen idea, pero aquellas personas no tienen la culpa. Los culpables somos nosotros "los del otro lado", los que decidimos volver, y es que estaba tan claro, siempre que él me buscaba yo volvía a darlo todo, y eso no lo detenía... al final, siempre se iba.

Aquel día en su casa, cuando me pidió que me alejara, no refute, estaba cansada de pelear y de ser siempre yo la que intentará estar bien. Estaba harta de tener una vida llena de mierda.

En los pasillos de la Ucla yo era invisible ante sus ojos, no posaba sus vibrantes pupilas oscuras sobre mí, ni siquiera cuando yo dejaba mi mirada clavada en él, pareciese que nunca hubiera dormido en su casa, en su cama y eso de verdad me defraudaba.

Mientras tanto, el aspecto de la universidad empeoraba cada vez más, tornándose lúgubre. Era común ver a los policías del pueblo deambular por el lugar, las horas de clase se habían transformado en charlas para prevenir cualquier tipo de abuso. Nadie confiaba en nadie y todos sospechaban de todos, así era esto.

No pude seguir concentrándome en la clase o fingir que lo estaba, debido a que la sed empezaba a apoderarse de mí obligándome a abandonar el aula. El maestro no puso objeción ya que en estos días casi no asistían alumnos. La deserción seguía en pie debido a que antes los ojos de los adinerados padres del lugar, la Ucla ya no era un lugar seguro.

Mis pies se movieron en forma descuidada por los pasillos, no sabía en qué momento alguien se acercaría a mí para interrogarme. Presentía que todos sabían lo que ocultaba y eso provocaba que pensara que las personas me lanzaban miradas acusadoras. Mi cuerpo empezó a experimentar sensaciones que nunca había sentido, mis manos empezaron a temblar y sentía mi corazón bombear cada vez más fuerte, temía que algo malo pasaría, me sentía en peligro y desprotegida.

Casi corriendo entre a un aula vacía, los nervios se habían apoderado de mi cuerpo y como era costumbre mis manos empezaron a tornarse sudorosas. Cerré la puerta del aula de forma violenta detrás de mí al unísono con mis ojos, mientras mi espalda empezaba a descender llevando mi cuerpo a descansar en el suelo.

Solo quería dejar de pensar por un segundo, volver a tener aquella paz que había estado mentalizando durante años, y que Azrael no dudó en destruir en días. Algo dentro de mí gritaba que todo acabaría pronto, lo sentía, sabía que así sería, pero también sabía que las cosas no terminarían bien para nadie.

ㅡ¿Huyes de algo? Gia ㅡEscuché a alguien susurrar frente a mi.

Esa voz, como la había extrañado. Al abrir mis ojos pude ver a Jessica sentada en uno de los escritorios del aula, al parecer anotaba algunos apuntes en su cuaderno.

Personalidades fingidas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora