Capítulo XXV.

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El timbre sonó, se quedó mirando un rato la puerta hasta que decidió levantarse a ver quién era. Al asomarse por la mirilla vió esos rizos tan peculiares, era él sin dudas.

Abrió la puerta sin ganas, y ahí lo vio de pie, y con una planta de orquídeas; sus favoritas.

–Hola Zoe,–Se apuró a decir.–Te ves muy linda... ¿Puedo?

–Si pasa.–Ignoró el comentario sobre su aspecto, quería terminar esto de una vez.

Cuando Brian entró le entregó la pequeña maceta, él sabía lo mucho que le gustaban las orquídeas, de hecho era un gusto que ambos compartían.

–Gracias, son preciosas.–Dijo mientras las olía, olían a él. Las colocó en la mesa del comedor, se veían bien ahí.–¿Quieres algo, agua, café, té?

–Un vaso de agua estaría bien, gracias.

La chica lo sirvió y fue a ofrecerlo.

–Bueno, ¿De qué querías hablar?–Habló muy cortante.

–Mira Zoe,–Dijo mientras le tendía la mano.–Durante este mes he recapacitado mucho sobre esto, y siento que la eché a perder la última vez que vine aquí.–A ambos les llegó el recuerdo a la mente, tuvieron sexo y Brian la dejó como si fuera una prostituta.–Y siento mucho eso, sé que no actúe de la mejor manera, y menos contigo, a quién jamás debí lastimar de esa forma.

Los ojos de la chica comenzaron a humedecerse, no quería llorar; no quería hacerle saber que aún lo extrañaba mucho y que le hacía demasiada falta.

–He estado solo, no he hablado nada con Anita, hace tiempo que no la veo. Y creo que a ella tampoco le interesa verme.

La chica reaccionó ante lo que dijo el mayor, pensaba que había estado con Anita todo este tiempo, algo se iluminó dentro de ella, pero las lágrimas comenzaron a ceder.

–Brian, yo tampoco he podido estar bien, a veces te recuerdo en sueños. No es fácil olvidar al primer hombre en mi vida, y menos todo el amor que viene detrás tuyo.–Se le hacía un nudo en la garganta, Brian se daba cuenta de que hablaba en serio.

–No pensé que sintieras eso, sinceramente pensé que... Me odiabas.–Se le quebró la voz al decir eso.

Sus manos seguían unidas, Brian acariciaba sus dedos, eso hacía sentir a la chica segura, pero a la vez frágil. Nunca había sido así, ella era más sarcástica y fría, pero cuando se trataba de él la cosa cambiaba.

When love must die; Ben Hardy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora