Princesa

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A veces un mes aparenta ser un año, un año aparenta ser un siglo. Supongo que el tiempo depende de nosotros, más o menos... Porque si dependiese de mí hubiese convertido esos dos meses en dos segundos, y dos segundos hubiese necesitado para que Billy saliese de allí y verle de nuevo.

Había esperado ese día con tantas ansias que no parecía real. No me habían dejado verle ni una sola vez en esos dos meses. Por eso me daba miedo lo que pensaría de mí. Si se acordaría de mí, si me seguía queriendo. Su madre me juró que me dejaría una llamada cuando Billy regresara y así lo hizo.

POV NARRADOR AKA YO

Esperó y esperó en la puerta del instituto, atento a cada persona que entraba al edificio, buscando entre los rostros al más familiar, y cuando creía que no iba a venir sacó un cigarro con desganas, un hábito que en esos dos meses Billy le había pegado, y se sentó en las escaleras.

Como un cachorro esperando a su dueño llegar esperó algo más, pero nada.

—Puedo estar aquí todo el día Billy Hargrove...—Susurró para sí.

—Todo el día no.—Levantó la cabeza sobresaltado, y ahí estaba.

Con sus collares, su camisa, su chaqueta, su pelo, sus ojos... Todo estaba dónde tenía que estar, como si nunca se hubiera ido. Sin embargo ese brillo en sus ojos estaba apagado, apagado como el lila debajo de sus orbes, apagado como su tono ahora más bien frío, a pesar de que solía ser un tostado besado por el sol.

Apagado como él.

Tiró el cigarro y se abalanzó sobre él, para abrazarle. Se dio cuenta del fallo y miró a todos lados buscando testigos. Quizás hubo alguno pero no importó.

—Te he echado de menos.—Sollozó. Billy no lo pensó demasiado y besó al chico con ternura, como si de un primer beso de tratara. Tierno, dulce, inocente.—Te podría ver alguien...

—Hay pocas cosas que me importen ahora mismo.

* * *

El rubio se apoyó sobre el capó del coche mientras prendía un cigarro. Habían ido allí porque ninguno de los dos tenía intenciones de ir a clase. Steve estaba allí por Billy, y Billy estaba allí por Steve.

Habían tenido un tiempo para ponerse brevemente al día, había mucha información por intercambiar, y cada segundo de aquellos meses se iba recuperando poco a poco.

—Espera... ¿Estás seguro de que puedes hacer eso?—Steve señaló el brillo rojo en la punta del cigarro.

—Sí... Si me quitan esto también exploto.

—¿Hasta cuándo tienes que tomar la medicación?

—Hasta que consigan que no sepa ni dónde estoy, ni quién soy. Eso han hecho allí estos dos meses. Me han alejado de la droga drogándome.—Su rubio estaba destrozado, exhausto por dentro. No estaba diferente, era el mismo Billy pero estaba triste, y antes de aquello no había visto a un Billy triste.

Tan solo era que habían destruido a su coraza de tipo duro, y seguro de sí mismo.

Acarició la mejilla de él.

—Prométeme que no volverás a hacerlo.

—Quisiera hacerlo, pero no sé cómo serán las cosas a partir de ahora. Steve, no puedo quedarme en mi casa.—Su tono de voz era una mezcla entre cansancio y tristeza.—Mi padre... No, no puedo quedarme.

—Ven a mi casa. Mis padres rara vez están.

Billy rió cínicamente.

—¿Realmente crees que me van a dejar irme?

—Tu madre... ¿Ella sabe que tu padre te hace eso?—Asintió.—Es posible que si hablo con ella...

—No. No lo entiendes. Si sigo viviendo aquí es para asegurarme que no la toca a ella. No es mi madre, es mi madrastra. Mi padre estuvo casado con otra mujer, con mi madre, pero él le pegaba también, pero luego...—Mordió su lado inferior pensando qué decir, mirando a la frágil ceniza apunto de caer.—Así que dejé que la tomara conmigo. ¿Realmente crees que no puedo con mi padre? Es un vejestorio, yo puedo, pero ella no. Y Max tampoco. Oh... Y es policía, ¿no es gracioso?

—Pero tú estás asumiendo todos los problemas. Te estás destrozando. Estos dos meses tú no has estado y no ha muerto nadie, deja de echarte la carga.

Aquello tenía lógica hasta proveniendo de Steve Harrington.

—Bueno... ¿Y quién se ha ocupado estos dos meses de Max?—Inquirió en un nulo intento de desviar la atención.

—La he traído a casa, y la he llevado al instituto. Eso es todo. Dios... No verte a ti...

Billy se incorporó rápidamente.

—Es cierto, has estado... Solo. ¿Tom?—Steve rió amargamente. Tom le había jodido todo lo que pudo aquellos dos meses. Tom y el resto del instituto. Le preguntaron por su novio toxicómano un par de veces.—¿Eso qué significa? Dios... Voy a cargarme a esos cabrones en cuanto vuelva.

—Frena el carro hombretón. No harás nada. Vamos a tener una temporada tranquila, ¿está bien? Sé cuidarme s-....

Billy besó al chico para hacerle callar, no le gustaba que le dijesen lo que tenía que hacer, y mucho menos Steve Harrington.

—Solo, sí, ya lo sé...—Le quitó el cigarro de la mano para meterlo en su propia boca.—Bueno, y ahora que no me está dando un ataque de celos, ¿vas a concederme mi cita de una puta vez?

El rubio observó victorioso la reacción del chico, que se atragantó con el humo y comenzó a toser de la sorpresa. Steve no sabía que decir. Recordó con dolor la última vez que le dijo eso, mientras que con un lento movimiento tiraba la colilla al suelo, la pisaba, mirando la hipnotizante ceniza negra tiñendo el asfalto de aquel aparcamiento.

El aparcamiento que tantos recuerdos estúpidos le traía, y este era otro de ellos. A excepción de que este estaba en otra categoría distinta.

En la categoría de Billy. En la categoría del chico que llegó hace unos meses a ofrecerle vodka cuando Tom le dio la paliza en aquella fiesta. Se preguntó fugazmente qué hubiese pasado si Nancy no se hubiese emborrachado aquella noche, o si Tom hubiese dejado las cosas estar.

Quizás aquellas cosas que iban a acabar con su vida en ese momento ahora le estaban manteniendo a flote, vivo. Y quizás a fin de cuentas no todo había sido tan horrible.

—Dios, hasta dónde hemos llegado...—Se posó sobre el capó del coche junto a Billy, que le miró esperando una respuesta.—Si me hubiesen dicho hace unos meses que iba a acabar saliendo con Billy Hargrove hubiese pedido que me pegaran un escopetazo.

—¿Eso es un sí?—Asintió.

El rubio fue a besar a su chico, pero este le hizo una cobra sonriente. El sonido de la campana atravesó el parking desde el interior del instituto.

—No quiero fastidiar el momento, pero toca gimnasia y juraría que más de uno tiene ganas de tenerte de vuelta.

—¿Incluido tú, princesa?—Canturreó con tono seductor, observando la reacción de Steve, que rascó la punta de su nariz haciendo físico su crudo nerviosismo.

Ya no sé cómo decirte que no me llames así... Te lo paso por esta vez.

 Chico Bonito | HarringroveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora