Epílogo • Sacramento.

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Los artistas que aseguran que su arte es imcomprendida, son, casi siempre los malos artistas cuyo arte, desgraciadamente, siempre se entiende.

Pero ahora entendía que también había buenos artistas cuyo arte en efecto no se entendía. Tenía a la persona que le hizo entender eso tumbada a su lado. Miró sus párpados cerrados para visitantes, y su boca entreabierta invitando a pasar, solamente, a unos tímidos rayos de luz que pasaban entre las persianas victorianas.

Lo que le dijo, es que él, sí que era un buen artista, y que parecía que poco a poco empezaba a entender lo más abstracto de su ser. Comenzando por sus prontos y sus fobias, y acabando por cómo jugueteaba con un rizo concreto de su nuca cuando se ponía nervioso.

También Steve le dijo que él le recordaba a un muñeco de nieve. En medio del jardín, solo, frío, sí. "Alguien debería ponerle una bufanda, un gorro, y quizás dos botones por ojos", me dijo en algún momento conduciendo a no sé dónde.

Ahora no estábamos en ningún coche, estábamos en mi casa. Max y mi madre decidieron darse un tiempo, marchándose a no sé dónde como unas vacaciones improvisadas. Yo había estado esas últimas semanas con Steve, mis vacaciones improvisadas, por así decirlo.

Pero el poeta no duró mucho en paz. Pronto se removió bajo las sábanas y abrió los ojos con pereza. Estaba vivo, eso era suficiente para agotar a Steve (Pelazo) Harrington.

Estaba frente a mí con la cabeza apoyada en la almohada.

—Hola.—Bostezó con voz ronca, mientras miraba debajo de las sábanas para encontrarse semi-desnudo. Rió divertido.—No recuerdo nada de ayer, ¿tú recuerdas algo de ayer?

Me incliné para depositar un breve beso en sus labios.

—No, no mucho, bello durmiente. Creo que nos divertimos más de la cuenta.—Me acomodé para mirar la hora a medida que me ponía mi ropa, pero antes de atar el cinturón un terrible oso me atacó por detrás llevándome de vuelta a la madriguera, consiguiendo que me sentara de nuevo.

—¿Ya?—Steve me aprisionó entre su brazos amarrándose a mi espalda como flotador a la deriva.

—Ya.—Solté a Steve para seguir vistiéndome con lo primero que agarré del suelo.—Tengo que ir a trabajar, y tú también. Solo hasta septiembre, ¿recuerdas?

—¡Socorro! ¡Me ahogo!—Forcejeó consigo mismo bajo las sábanas hasta que las quité de encima suyo. Ese chico era oficialmente idiota.

—No hagas ningún berrinche, ¿vale heladero?—Sujete su barbilla y la moví hacia arriba y hacía abajo denotando un (para nada involuntario) sí.—Además, ¿no tienes tú que ir a Starcout?

Y ahí ya cayó.

Miró el reloj y como si le hubiesen dado cuerda, comenzó a vestirse frenéticamente, llegaba tarde, qué sorpresa.

Salió por el pasillo tropezándose con sus propios pantalones, pero tardó 10 segundos en regresar. Tenía una carta entre los dientes, y ambas manos ocupadas con su ropa.

—Eshtaba en la vuerta.—Cogí la carta ahora llena de babas de su boca, permitiéndole que siguiese con su carrera frenética, e inútil, por qué no, ya que llegaría tarde igual. Era una postal con la imagen de una playa amplia y vacía que se fundía con vegetación verde en el horizonte, que me parecía dolorosamente familiar. Miré la procedencia lo más rápido que mis ojos cansados lo permitieron.

Sacramento, California

 Chico Bonito | HarringroveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora