Nebulosas.

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Steve esperó hasta que el turno de Billy acabara, a veces hacían eso, aprovechando que el otro no tenía que trabajar ese día.

El verano estaba rozando su climax. Había sido un verano largo, tedioso, y complicado.

Entró a los vestuarios a ducharse, y así lo hizo, adentrándose tras las cortinas de una ducha aleatoria.

Todo estaba oscuro, ya que al no haber gente se prescindía de las luces todo lo posible, para escatimar en gastos. El ambiente había estado enrarecido desde que vieron lo de las ratas. Lo cierto es que no habían dicho una palabra al respecto, pues Billy desconocía al completo todos los sucesos relacionados con el mundo del revés.

Eso a Steve le gustaba, porque era una parte de su vida que no le gustaría olvidar pero sí ignorar de vez en cuando debido a lo doloroso de la situación. Claro que, si bien Billy no sabía nada acerca de todo esto, a cualquier persona le hubiese dado mala espina ver a un puñado de ratas comiendo químicos.

El agua ahora en su cuerpo se sentía bien. La notaba caliente, destensando los músculos que tantas cosas escondían. Escondían, sí, porque a ojos de la humanidad Steve Harrington, era, es, y será para siempre, un ser pleno sin preocupaciones ni problemas. Con un pelazo, claro.

Acabó la ducha con la esperanza de dejar de pensar, pero lo que había detrás de la cortina no era mucho mejor que lo que había en su cabeza, era la cruda realidad.

La cruda realidad de que el rudo y fuerte chico de California se sumergía en nebulosas de dolor emocional esporádicamente como secuela de la sobredosis de haces apenas unos meses, y Steve supo que Hargrove estaba en una de esas nebulosas en el momento que le vio sentado en el banco, y con el rostro enterrado entre sus manos.

Se puso una toalla tapándole de cintura hacia abajo, y casi corrió hasta el lugar del rubio sin secarse.

—Hey, oye... ¿Qué pasa?—No respondía.—Venga, mírame.—Pasó su brazo por detrás de sus hombros, pero tuvo que coger las manos del rubio para que revelara unas mejillas sonrojadas por la irritación de las lágrimas contra su piel, como el supuesto blanco de sus ojos.

A veces Billy tenía esos ataques extraños de pánico y tristeza, y Steve era la única persona en el mundo entero que era capaz de consolarle. Si bien, y gracias al cielo, el accidente no le había dejado ninguna secuela física irreversible, sí había dejado secuelas emocionales. Estrés post-traumático que le provocaba fuertes flashbacks y ataques de ansiedad.

Su mirada estaba perdida, inclusive había dejado de llorar.

—Billy, mírame.—Cuando por fin captó su atención, le abrazó.—Todo está bien. Déjame que me vista, iremos a casa.—Le puso en pie para buscar su ropa.

Steve no tenía coche. Su padre había elegido esa opción como la más oportuna, ergo, la que más le jodería a su hijo: quitarle si preciado coche hasta nuevo aviso.

Y allí, estaba intentando arrancar en el Chevrolet con el que no estaba para nada familiarizado, con un Billy ausente en el asiento del copiloto. Era mejor no dejarle conducir en esas condiciones.

Decidió poner música, para rebajar la tensión que ambos sentían. Se encontró al elevar el volumen con la canción de uno de los grupos preferidos de Billy.

Scorpions - Always somewhere

(Reproducir multimedia en tono bajo.)

Es curioso porque ese grupo es muy similar a Billy. Las canciones más famosas suelen ser en tonos altos, ruidosos, como para ocultar las letras bonitas. La otra cara de la moneda eran las canciones lentas, con cada palabra marcada para que las comprendas bien; la otra cara del rubio.

Quizás, sólo quizás, en esas letras podía encontrar algo de paz, o algo de ruido para opacar al resto del mundo si el momento lo precisa.

Aprovechó un semáforo en rojo para mirarle, parecía que estaba un poco mejor. El moreno puso su mano sobre la pierna de Billy, y la frotó con cariño.

—Ya no sé si quiero volver a California.—Manifestó mirando al frente, casi como respuesta al afecto

Le miré sorprendido, eran sus primeras palabras en los últimos treinta minutos.

—¿Qué? ¿No quieres?

—No.—En este punto yo estaba confuso. California había sido el sueño dorado de Billy desde... Bueno, desde que llegó aquí básicamente.—¿Y si vuelvo a California y no es lo que echo de menos?

Un coche pitó detrás suyo, estaba en verde. Steve arranca de forma estruendosa, pensando una respuesta, se le daban mal esas cosas, y Billy no era de compartir sus sentimientos; todo aquello pilló de sorpresa.

—Siempre te has quejado de cómo es este lugar... Ahora ya puedes elegir a dónde vas. Si vuelves y no es lo que quieres...—Lo miró a los ojos.—Siempre puedes volver.

—Si me voy a California, tú vendrás conmigo.

Uf.

Harrington saliva con fuerza, apretando inconscientemente la palanca de cambio. Recordó sus palabras de la noche que Neil murió. Sí, le dijo que se iría con él a California, pero él no era de California.

Lo quiera o no, él es de Hawkins, su familia está ahí. Todo lo tiene ahí. El único lazo que podría mantener a Steve Harrington y a California en la misma oración, era nada más y nada menos que un rubio con coraza de acero.

"Debería decir eso en voz alta, ¿verdad?"

—Julio apenas empieza Billy, tienes mucho tiempo para decidir si irás o no.

Aparcó en la puerta de su casa, después le miró inquisitivamente.

—No hay nadie. ¿Te quedas?—Pregunta Billy esperanzado.

Su novio asiente, quitándose el cinturón y bajando del coche.

 Chico Bonito | HarringroveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora