Un crayon por la nariz.

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Si había algo que Billy odiaba del verano que era que no lloviese. Sí. La lluvia es lo único que hacía que dejara de pensar en el sol de California al menos diez minutos.

Ver ese sol sin una nube tapándole le recordaba a las olas que no había surfeado y a el arena que no estaba ahora entre sus dedos.

El buen tiempo le ponía triste.

Y buscó la tristeza también en los ojos del ocupante del asiento del copiloto, pero no la encontró. La hubiese preferido por encima de la angustia, y la ira que veía. Volteaba la cabeza cada diez segundos buscando algo más, un perdón silencioso, un gesto que pudiese calmar su culpabilidad.

Pero no lo encontraba.

No podía ir así todo el camino.

Se detuvo  a un lado de la carretera que atravesaba el bosque hasta el centro comercial, solo ahí Steve le miró confuso.

—Billy el centro comercial queda a unos cinco kilómetros más adelante...—Señaló con su característico tono sarcástico, señalando la curva de la carretera, una curva que invitaba a viajar, a pasarla de largo.

—No...—Buscó las palabras pero la angustia no le permitía hablar. No sabía como explicarlo todo, no sabía como compensarlo, pues si había algo que realmente torturaba al mayor era que descubrieran sus mentiras. Dio un golpe en el volante, susurrando palabras poco agradables, y, gracias a dios, inaudibles, y lastimando a su vez la muñeca, que ahora había tomado un color poco agradable después de ser jalada por Steve.—La muñeca... Fue en la fiesta de Tom-...

—¿En la fiesta de Tom?—Interrumpió.—¿Tom sigue haciendo fiestas? El instituto ha terminado.

—Por eso son las mejores. Pero eso no importa.—Encendió un cigarro y se recostó un poco en el asiento.—Barclay, Cole... No sé quién más joder... Estaban allí. Yo estaba con Taylor Lewinski, la de tercer año...

—¿Qué hacías con Taylor Lewinski?—Interrumpió de nuevo. Billy aspiró el humo dejándolo salir por la nariz con nerviosismo. Peinó su pelo hacía atrás y jugó con su pendiente. Todo eran banderas rojas en la cabeza de Steve, siempre eran banderas rojas cuando se comportaba así. Pasó la mano por su mentón antes de hablar apresurado y gesticulando con las manos.

—No fue nada serio, ¿vale?

Steve se quedó en silencio tratando de asimilar la información. Sentía que le habían arrojado un cubo de agua fría por toda la espalda.

—¿Disculpa?—El moreno no cabía en su asombro.

—Yo no quería que pasara. Pero tomé mucho, estábamos en en la calle junto a mi coche cuando vinieron.—Tomó otra pausa para fumar, siempre evitando mirar al menor a los ojos. Cuando logró hacerlo se arrepintió de haberlo dicho en esas circunstancias, así. También estaba arrepentido de haber hecho semejante idiotez con Taylor. Taylor Lewinski. La misma chica conocida porque se metió un crayon por su nariz y la tuvieron que operar se urgencia porque se quedó atorado.

—Vale.—Finalizó, modulando su voz e intentando que no se quebrara.

—¿Vale?—Replicó Billy confuso.—No he acabado de contarte...

—Me da igual. Solo llévame a Starcout.

El rubio estaba confundido, mucho. Esperaba que Steve le gritara, que le pidiese explicaciones detalladas de todo, que se mostrara interesado. Pero no lo hizo.

Arrancó el coche con agresividad y pisó el acelerador.

Me da igual.

Repetía en su cabeza. Eso estaba en la suya, pero no sabía qué había en la de su novio y eso le ponía  nervioso. Llegaron a Starcout rápidamente, el acelerador no perdonaba kilómetros.

El ambiente era el habitual. Autobuses llegaban sin descanso llenos de curiosos, gente que nunca había salido del Estado, o ni siquiera de Hawkins. Acudían como mosquitos a la luz. Era la novedad, el gran centro comercial que se había postrado ahí de ls noche a la mañana con intenciones de quedarse. Nadie se preguntaba la razón, y poca gente que no fuese dueño de un comercio era consciente del daño a la economía que la gran edificación producía. Cosas del capitalismo, ¿no?

Steve agarró su bolsa en la que llevaba ese uniforme de marinero, e hizo el amago de bajar del coche. Billy agarró su brazo y le sentó de nuevo cuando puso un pie fuera del coche. Estaba mirando al frente.

—Esa es... ¿Max?—A Steve no le dio tiempo de quejarse del tirón, solo miró al frente para ver lo mismo que el californiano. La chica pelirroja se estaba dando un amoroso beso con Lucas Sinclair, en la puerta del edificio y entre la multitud, claro que a Steve, no le sorprendió ni la mitad que al hermano de la adolescente.

—Sí, ¿qué pasa?—Preguntó con la puerta del coche aún entreabierta. Billy le miró incrédulo.

—¿Tú lo sabías?—El moreno asintió.—¿Por qué cojones no me lo habías dicho? Cuando pille a ese gilipollas voy a...

—¿Hm? Me parece que no te he escuchado bien. ¿Acabas de recriminarme que no te cuente que tu hermana pequeña está con el chico que odias sin razón aparente?—Comenzó a salir lentamente del coche.—Oh, discúlpame señor Hargrove, no era mi intención ocultarle eso, porque es claramente más grave que—alzó la voz.—ser infiel con la puta Taylor Lewinski de tercer año... ¡o esconder sustancias de dudosa procedencia entre revistas porno entre otras cosas sin importancia!—A estas  alturas ya estaba fuera del coche, y cerró la puerta de un golpe seco en cuanto acabó la frase. Billy se quedó inmóvil viendo como se alejaba con pasos apresurados.

Estaba muy mono enfadado.

Concéntrate Billy.

 Chico Bonito | HarringroveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora