Frustraciones.

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Las mañanas eran más espesas a veces, las cosas eran parecidas pero ni remotamente iguales. Abrir los ojos y encontrar a lo que quieres puede ser en una ocasiones lo que salve el día.

Steve abrió los ojos como si llevases así toda la eternidad, y los dirigió hacia su izquierda. Palpó todo el colchón con el brazo en busca de Billy, sin éxito.

Se levantó de la cama inspeccionando la habitación una vez más. ¿Había dormido con vaqueros puestos? ¿Cómo demonios había hecho eso? Sonaba a método de tortura del siglo XV.

El olor a humo le guió hasta el pasillo. No pudo evitar detenerse a recordar los traumáticos sucesos mientras observaba la luz que asomaba en hilos con timidez de la puerta al final del pasillo.

La misma puerta.

Desde entonces caminaba hacia ella con miedo. Como caminando por un puente de madera vieja, de esta madera que se palpa con la punta del pie antes de subirte sobre ella. Un puente de tablones sueltos.

Al fin la abrió, pero la imagen, era completamente distinta.

Billy acababa de escupir pasta de dientes en el interior del lavabo, y había abierto el agua del mismo, siendo este el único sonido de la estancia.

—Te estaba esperando. ¿Una ducha rápida?—A estas alturas de la relación Steve sabía que "una duchita rápida" para Billy Hargrove era de todo menos eso. Miró detrás suyo, la puerta del baño continuaba abierta, dando al pasillo.

—Billy, hay gente...—El rubio pasó de largo de él dejándole con la palabra en la boca. Cerró lo puerta del baño, y en un lento movimiento cerró el pestillo. Después dejó caer el agua de la ducha señalando el sonido que esta causaba.—Eso no cambia nada.

No solía aceptar "no" por respuesta, pero hoy, al igual que siempre que su novio rechazaba sus propuestas, haría la vista gorda. Resopló con fuerza y comenzó a desvestirse. Sabía también Billy que el moreno no estaba nada acostumbrado a eso tampoco, y le gustaba ver como trataba de desviar la mirada a toda costa. Al fin se adentró en la ducha.
El trigueño oyó sus tripas rugir demandantes. Llevaba sin comer nada desde el día anterior por la mañana. Últimamente su apetito no daba para más.

Salió del aseo con cuidado, y se dirigió a la cocina. Oh-oh. Susan.

—Oh, vaya, Steve.—Estaba tomando un vaso de café cuando adivinó su presencia y se vio obligada a atender al chico.—No tenía ni idea de que habías dormido aquí.—Se levantó.—Iré a prepararte algo, tienes hambre, ¿cierto?

—No, señora Mayfield, no es necesario... Tomaré algo más tarde.—A Steve no le agradaba la idea de estar a solas con Susan. No era una mala persona ni mucho menos, de hecho, a diferencia de su padre, aquella mujer era solo una pobre esposa que se había visto doblegada a los métodos educativos de su marido sobre su hijo. Eso era todo. Pero, a pesar de esto, desde simplemente la sobredosis de Billy no había vuelto a ser la misma, o al menos, eso veían ambos chicos.

—No.—Respondió ahora con un rostro serio. No era una pregunta.—Necesito hablar contigo, mientras te haré... ¿Te gusta el café? ¿Sí?—Plasmó una desquiciada sonrisa en su rostro.

Steve asintió lentamente sentándose en una de las sillas de la mesa posicionada estratégicamente en el centro de la cocina.

—Verás...—Comenzó a hablar Susan.—Sé que vosotros dos estáis muy unidos...—Ay no. Ay no. Susan no...—Creo que eres la alegría de Bill después de todo lo que ha ocurrido.—La mujer pelirroja rió amargamente dándome la espalda para preparar ese café.—Pero ya sabes cómo es él. Clavadito a su padre.—Esa risa amarga de nuevo. Steve tenía un mal presentimiento de las palabras que quedaban por salir.—Además últimamente se ha estado metiendo en líos con mucha más frecuencia, peleas. No te lo habrá dicho pero hace poco llegó con una contusión en la muñeca derecha.—El moreno miró sorprendido a la mujer que seguía de espaldas, él no le había hablado de eso.

—Pero Billy ya no es el mismo, no se mete en...—Steve trató de reafirmarse su teoría en un intento de no desconfiar de la persona con la que pasa el 90% de su tiempo, pero era complicado tras encontrar las pastillas en su cajón. Si compró eso, quién sabe en qué otros líos estaba.

—Las personas no cambian.—Puso el café frente al chico, provocando un fuerte y seco sonido, sentándose cara a cara para acabar la conversación.—Lo que te quiero decir, es que tú eres un buen chico, pero mi hijo no, y deberías alejarte de él antes de que te pase factura.

Steve quería decirle a la señora Mayfield que ya le había pasado factura, pero que quería a su hijo más que a nada, y que ya se había metido en innumerables peleas con tal de sacar de un lío al rubio. Que había buscado a un vendedor de droga con tal de protegerle, o que había perdido toda su reputación por culpa de los encantos de su hijo. Y que no, no le dejaría en ningún momento cercano a ese. Porque a pesar de todo no se le ocurre una persona es este mundo que le cuide más y con la que tenga más complicidad.

Pero no lo podía decir. Solo pudo asentir lentamente mientras la señora frente a él miraba por encima de su hombro y sonreía. Se giró para encontrar a Billy.

Por suerte acababa de llegar en el momento exacto para perderse la dulce conversación.

—Buenos días.—Miró extrañado la imagen, a él tampoco le traía buenas vibraciones ver a su madre hablando en tono bajo con su novio secreto. Sobra decir por qué, ¿no?

—Gracias por el café.—Steve se levantó y pasó de largo de Billy, camino a la habitación. Comenzó a rebuscar entre las prendas de ropa que había por la habitación.

Oyó cómo la puerta se cerraba detrás de él, advirtiendo la presencia del otro.

—¿Pasa algo?—Billy estaba en medio de la habitación detrás de él. Steve siguió buscando.

—¿Y mis llaves del coche?

—¿Por qué tanta prisa?

—Nada, quiero encontrarlas.—Billy detuvo su búsqueda agarrando su brazo.

—¿Qué pasa?—Las miradas se cruzaron, y Steve agarró la mano derecha del rubio que había atrapado su brazo. Lentamente la tomó con la suya, y llegó hasta la muñeca. Billy se veía nervioso. Steve apretó gentilmente viendo como el mayor de ambos tragaba saliva con dureza. Y apretó con fuerza hasta que oyó un quejido, y Billy trató de soltarse, pero Steve no le soltaría.

—Me has mentido.—Siguió apretando sin contemplaciones.

—...—Guardó silencio, haciendo muestra de aquiescencia.

—¿Qué más cosas te has guardado?—Billy resopló de impotencia. La muñeca le dolía como mil demonios.

—Joder... Unas cuantas. Suéltame, te llevaré a Starcout y mientras tanto hablaremos.

Steve se lo pensó y al fin soltó la dolorida muñeca del rubio.

 Chico Bonito | HarringroveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora