Capítulo II

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—Por fin estás teniendo algo de condición, Cuauhtémoc —Temo rió tomando la botella de agua que le ofrecía Diego.

—Si, por fin estoy bajando las tlayudas y...

—El pan de los Córcega —Temo se mordió el interior de la mejilla derecha y Diego pudo notar la ligera tensión que aún existía en su amigo al escuchar algo que tuviera que ver con su pasado en Oaxaca —. Vamos, tenemos tiempo para otro antes de que mamá mande por nosotros para ir a comer a la casa.

—Va pero esta vez si te voy a ganar —Diego rió.

—Eso quiero verlo Temo López Torres.


Diego le lanzó la pelota a Temo quien la atrapó al vuelo. Lo vio tomar la raqueta y dio el saque inicial. Diego confiaba que así como el cuerpo de su amigo se estaba acostumbrado de nuevo a la vida en Toluca, sus sentimientos poco a poco también fueran tomando el cauce correcto.


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Temo bajó del coche y observó la casa de Diego. Se conocían desde los 8 años, justo cuando los Irabién habían dejado la casa para seguir sus vidas lejos de México; Vicente se había ido a vivir con la tía Candy a Roma, rara vez los veían pero siempre recibían una postal de ellos en alguna parte de la Toscana. Vivían un romance de película. Pina se había ido a vivir a Estados Unidos y no habían sabido nada de ella hasta que recibieron una invitación para asistir a la inauguración de su fundación: Fernanda. Era una asociación sin fines de lucro que rescataba animales de la calle para cuidarlos y darlos en adopción.


Poco después de sus partidas, los Ortega se habían llegado para ocupar la casa de los Irabién, no pasó mucho tiempo para que sus nuevos vecinos se volvieran sus grandes amigos. Ubaldo era un hombre de negocios que se había vuelto político, había llegado al Senado; Soledad era una mujer buena que de inmediato se llevó muy bien con Rebeca pues admiraba su enorme capacidad para los negocios y para cuidar a su familia y él se había quedado completamente encantado con el extrovertido Diego Ortega. Temo, dentro de todo, había sido un niño solitario con hermanos muy pero muy mayores que más que como hermano le veían como un hijo y luego, cuando llegaron los mellizos, ellos eran muy pequeños para jugar con él. Fue Diego, quién tomó ese lugar de compañero de juegos y aventuras que tanta falta le hacía a Temo.


Por lo tanto no fue sorprenderte que desde su regreso a Toluca hubiera recibido invitaciones de los Ortega para ir a comer o quedarse unos días con ellos. Temo se había rehusado de la manera más amable posible. Después de todo, le había prometido a su Papancho quedarse con la tía Chela hasta que su hermano Pepe y su esposa regresarán a México, así que se la pasó en la casa de Malinalco con sus tíos. Diego había ido a visitarlo un par de veces pero, aún así, él dejaba pendiente la visita a los Ortega. Una parte de él aún no se sentía listo para ver aquellos parajes donde había pasado su infancia; esos lugares que estaban llenos de momentos felices con Papancho, Rebeca, las calcomanías y los Ortega.


Cuando Pepe y Mónica le llamaron para que regresará a casa, Temo se lo pensó un poco, no estaba seguro de estar listo para volver al que había sido su hogar. Sin embargo, no tenía opción, debía regresar. Encontró el lugar algo cambiado, Mony le había dado su toque, Papancho se lo había pedido y ella había cumplido al pie de la letra la indicación. El lugar seguía siendo enorme pero completamente acogedor. Se notaba que Pepe y Mónica estaban intentado formar un buen hogar para el hijo que estaban esperando.

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