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—Arriba nenas, la Diamond Tower no se construirán sola —exclamó un tipo entrando a un galpón, donde varios muchachos entre quince y treinta años, estaban durmiendo en el suelo—. Vamos, no me hagan traer la manguera.

Los murmullos y gruñidos pronto se hicieron presentes, especialmente luego de que aquel hombre saliera, para ir al galpón de al lado y despertar al otro grupo de operarios.

—¿Qué hora será? Ni el sol ha salido.

—Quien sabe ¿Las cinco? ¿Las seis? Es lo mismo —bostezó un joven rubio, sentándose.

—¿Qué harás luego de la jornada de hoy? —le inquirió su amigo, un muchacho castaño, caminando ambos junto a la resto del grupo.

—Pues, supongo que beber hasta dormirme —pronunció con una sonrisa, ganándose una mirada desaprobatoria del otro muchacho.

—No puedes seguir de ese modo, Itzak.

—Yo no tengo nada que perder, no tengo mujer ni hijos.

—¿Por qué mejor no vienes a casa? Puedes cenar y pasar un buen momento con mí familia.

—Gracias, pero no creo que sea una buena imagen para tus hijos.

Tenían permitido irse los sábados por la tarde, y regresar el lunes temprano en la mañana. Ellos eran usados como peones en las construcciones, pagándoles una miseria por su trabajo de más de doce horas.

El amigo de Itzak, Román, era padre de dos niños. Un niño de tres años y una bebé de seis meses, y como toda bestia de aquella ciudad, sabía que aquel era el mejor trabajo que podían conseguir para mantener a su familia.

A diferencia de Román, Itzak no tenía a nadie ni nada. Él solía pasarse los fines de semanas en la cama de alguna mujer, polvos de una noche.

No tenía aspiraciones en su vida, simplemente, vivía el día a día, sin preocupaciones ni obligaciones. Sabía que la vida de una bestia era una mierda, y es por eso que él había elegido no formar una familia.

***

Tomó una viga de madera, y se la colocó sobre el hombro, mientras comenzaba a caminar, llevándola hacia el otro lado de la obra.

Iba concentrado en lo que estaba haciendo, cuando la figura de una jovencita captó su atención. Cabello oscuro, grandes ojos azules, piel clara, y una mirada casi hipnótica, por no hablar de la hermosa sonrisa que adornaba su rostro.

¿Qué hacía alguien como ella en una construcción?

—Ya, por favor —se quejó sonriendo incómoda—. Sus halagos no son necesarios, señores, sigan trabajando —les dijo a los tipos, mientras se metía en la obra.

La observó y suspiró, quitándose el casco que tenía él. Se acercó a ella, quien al verlo lo observó sorprendida.

—Supongo que no querrá que algo rompa su cabeza, ¿verdad? —pronunció sonriendo, colocándole el casco a ella.

Jamás había visto una sonrisa tan bonita.

—Supongo que tú tampoco querrás eso —le dijo ella llevándose las manos hacia arriba, para quitárselo. Pero él la detuvo.

—No, déjeselo —sonrió una vez más—. Yo buscaré otro.

Se agachó para tomar una vez más la viga, y ella se apresuró a seguirlo por detrás.

ItzakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora