XXVI

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Llevaba tres semanas viviendo allí, y ya comenzaba a entender un poco más el idioma, pero aún así, Itzak no quería salir de la habitación.

Desde que había hablado por última vez con Zoe, habían pasado tres días. Había intentado contactarse con ella, por mensaje o llamada, pero la jovencita simplemente había bloqueado su número.

—¿Quieres hablar?

—No, preferiría estar solo —le dijo al muchacho que se acercó a él.

—Aislarse nunca es la mejor opción.

—No tengo nada ¿Entiendes? Cuando la conocí, lo único que quería era dejar mi vida de mierda atrás, venir aquí. Y le mentí, la engañé, la lastimé muchas veces, y no me importó. Y ahora que lo conseguí... Daría todo por volver a tenerla. Volvería a vivir en la calle, no me importa, prefiero mil veces vivir allí con ella, que me miren con desprecio, que me traten como si no fuera nada, si con eso consigo que ella esté conmigo de vuelta.

—Ella te dejó por las cosas que hiciste, pero entonces ¿Porque no cambias para demostrarle que no eres el mismo? Cambia, Itzak, sé un mejor hombre. Aquí tienes la oportunidad de estudiar, de tener tu propia profesión.

—En este momento no quiero nada, sólo que ella me hable.

—Tu vida no termina porque ella ya no te quiera a su lado —le aconsejó con una suave sonrisa el marido de la cocinera, la única persona masculina que hablaba su idioma—. ¿Qué te parece si vienes a cenar ésta noche a casa? Te hará bien salir de éste lugar.

***

De los cursos que habían dictado, ninguno llamaba la atención de Itzak. Sin contar con el hecho de que debía estudiar mucho, y el rubio no se encontraba anímicamente bien para hacerlo.

Por lo que Itzak terminó por anotarse para ser oficial. Era un trabajo que lo tomaban la mayoría de los solteros. Si algo grave llegaba a ocurrir, no habrían familias destruidas.

Y apesar de que Zoe le había dicho que Silvana estaba embarazada, él sabía muy bien que ese bebé no era suyo. Itzak no podía tener hijos.

Cuando lo habían obligado a trabajar para los humanos, en las construcciones, junto con sus colmillos y garras, también de habían llevado su derecho de ser padre.

Le habían realizado una vasectomía, para asegurarse que no pudieran tener hijos y ponerlos de excusas. Años después, al conocer a Román, el rubio se había enterado que no le habían realizado los mismos procedimientos a todos.

Al parecer, sólo a un grupo de machos, en un intento de controlar su población.

El curso era sencillo. Entrenar, aprender técnicas de defensa, la utilización de armas, primeros auxilios, entre otros. Los jóvenes aspirantes entrenaban seis horas al día, comían juntos, y dormían en un edificio especial.

Era una especie de internado, una academia básicamente. Allí, Itzak se había hecho amigo de un muchacho de casi su edad, que al igual que él, venía de otro país.

Si bien no hablaban el mismo idioma, gracias a que tuvieron que aprender al que se hablaba en la academia, es que podían entenderse.

Según Brendan le había dicho, él venía de un país muy cercano al suyo, perteneciente al mismo continente.

El joven pelirrojo observó a Itzak, que estaba mirando su celular, perdido en sus pensamientos.

ItzakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora