VII -Bastien-

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—Candice, 16 años—

Se escabulló de su habitación por la ventana, y se fue corriendo hacia el granero, donde se encontraba el hombre de sus sueños. Cursi, pero real. Ese hombre era el dueño de sus pensamientos, de su amor.

Observó a ese hermosos "gatito" de cabello negro y ojos grises, dormir acurrucado sobre un montón de paja, y sonrió con ternura, levantando la fina manta para acostarse junto a él y abrazarlo.

El muchacho se despertó rápidamente y la abrazó, mirándola desconcertado.

—Candy ¿Qué haces aquí? ¿Por qué viniste?

—Estaba haciendo mucho frío.

—Exacto, te enfermarás, vuelve a tu casa, amor.

—No —le dijo acurrucándose contra él—. Tú te enfermarás.

Sonrió afligido, y acarició su cabello, su espalda, estrechándola entre sus brazos.

—Esto es muy arriesgado, si tu papá nos descubre, estaré en un gran problema.

—Él no lo hará, no te preocupes.

Levantó la cabeza, y observó sus hermosos ojos grises, sonriendo.

—Bésame.

—¿Qué?

—Que me beses, tonto —sonrió tomándolo del rostro, haciéndolo ella.

Si tan sólo él supiera cuan enamorada estaba. Lo que sentía cada vez que lo veía, que la besaba, o la tocaba. Ni hablar cuando hacían el amor.

Ya no podía imaginar su vida lejos de la de él. Ni quería imaginar lo que pasaría si sus padres lo descubrían.

Bastien había sido comprado por su papá hacía tres años, para que trabajara en los campos de siembra, y cuidando a los animales.

Y apesar de que el muchacho llevaba viviendo allí más de un año, Candice recién lo había conocido a los quince años, por pura casualidad.

Desde entonces, la jovencita se había acercado a él, hablándole, haciéndolo sentir más cómodo. Solía ir todos los días a visitarlo, llevarle comida, ropa, o simplemente y más importante para él, su compañía.

Y sin buscarlo, ambos comenzaron a sentir algo muy fuerte por el otro.

—Mi amor —susurró contra sus labios—. Quiero ser tuya —le pidió descendiendo sus manos por el torso de él.

—No, no Candy —gruñó, cerrando los ojos, al sentir como ella le besaba el cuello—. Por favor, no. Ya no más así.

Ella dejó de besarlo, y lo miró confundida.

—¿A qué te refieres, mí amor?

—Ya no quiero hacerlo así, Candy —le dijo afligido—. Tú te mereces algo mejor, no hacerlo en un granero... Con una bestia. Te mereces a un hombre de tu clase —pronunció con una sonrisa suave, triste—. Un humano que pueda darte todo lo que tú te mereces.

—No, no digas estupideces, yo sólo quiero estar contigo. Y si tú me amas, como yo te amo, nada más necesito.

—Candy, amor, sólo tienes dieciséis años ¿Qué futuro podrías tener a mí lado? Ninguno. Yo no sé leer, escribir, soy un animal en todos los sentidos... No puedo darte nada.

Los ojos de las jovencita se cristalizaron al escuchar aquello, mirándolo con angustia.

—No me importa, no me importa nada.

—Pero a mi sí, porque no sería justo para ti. Yo quiero que seas una mujer feliz, pero bien.

Candice escondió su rostro en el pecho de él, sollozando. No, ella no quería ningún otro hombre que no fuera él. Y ella tampoco entendía, el dolor que le causaba a Bastien tener que decirle eso.

ItzakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora