«Capítulo 6»

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Se trataba de un hábito, una costumbre que había detectado durante sus años en el instituto y que había observado en las personas con las caras amoratadas o desfiguradas que veía cuando iban a interrogarlos con su tutor como parte del curso del Servicio Militar, en el área de crímenes y política.

Solían sentarse tocándose de forma compulsiva los anillos, como si fueran un grillete que los encadenaba a sus parejas. Había visto muchas mujeres, unos cuantos hombres y todos negaban que los hubieran maltratado pero, en los poquísimos casos en que admitían la verdad, solían insistir en que no era culpa de sus amados, sino que ellos mismos los habían provocado.

Las veces que le tocó interrogar, le contaron que se les había quemado la cena, que no habían hecho la colada o que sus parejas habían bebido más de la cuenta, y siempre juraban que era la primera vez que sucedía y que no querían denunciarlos porque no querían arruinar sus carreras. Algunas personas, sin embargo, insistían en que sí que querían denunciarlos. Seungcheol entonces empezaba a redactar el informe y escuchaba atento las declaraciones, mientras ellos le preguntaban cómo era posible que los trámites fueran más importantes que el acto físico de arrestar a sus parejas, que ejecutar la ley.

Él redactaba el informe de todos modos y luego les leía su propia declaración antes de pedirles que la firmaran. Y entonces, a veces, algunos se desmoronaban. Seungcheol detectaba el miedo, el terror de la persona que tenía delante, debajo de aquella fachada de indignación. Muchos acababan por negarse a firmar la declaración, e incluso aquellos que lo hacían solían cambiar de opinión rápidamente cuando se citaba a su pareja a declarar. Esos casos seguían su curso legal, por más que decidieram echarse atrás. Pero más tarde, cuando ellos no se presentaban a declarar, el caso se archivaba sin aplicar al maltratador un castigo ejemplar.

Seungcheol acabó por comprender que solo aquellos que mostraban la valentía de denunciar a sus parejas hasta las últimas consecuencias lograban liberarse de verdad de aquel yugo, porque la vida que llevaban era una prisión, a pesar de que la mayoría de elloz se negara a admitirlo. Sin embargo, había otro modo de escapar al horror de sus vidas, aunque en todos aquellos años de estudio solo se había encontrado con una víctima que hubiera sido capaz de llevarlo a cabo.

En cierta ocasión, había interrogado a una mujer que había empezado su declaración de la forma habitual, negando los hechos y autoinculpándose. Pero un par de meses más tarde, se enteró de que la mujer había huído. No había ido a casa de su familia y tampoco se había refugiado con sus amigos, sino que se había marchado a un lugar desconocido, un lugar donde su esposo no pudiera encontrarla. Su marido, poseído por la furia al ver que su mujer lo había abandonado, explotó después de una noche de borrachera y mató a un policía militar. Acabó en la prisión, y él se alegró de que aquel tipo terminara en ahí. Cuando pensó en la esposa de aquel desalmado, sonrió, pensando: "¡Bien hecho!".

En ese momento, mientras observaba cómo el pelinegro jugueteaba con un anillo inexistente, sintió que sus viejos instintos de investigador emergían inexorablemente. Se dijo que seguro que había estado casado, y que su pareja era la pieza que faltaba en aquel rompecabezas. O bien todavía estaba casado o bien ya no lo estaba, pero Seungcheol tenía la abominable certeza de que él todavía le tenía miedo, o que estaba preocupado.

Los cielos se abrieron mientras Jeonghan se disponía a coger una caja de galletas saladas. Un relámpago iluminó la tienda. Unos segundos más tarde rugió un trueno, seguido de varios más. Chan entró disparado en la tienda justo antes de que empezara a diluviar, aferrado a su caja y a su caña de pescar. Tenía la cara roja y jadeaba como un atleta después de atravesar la línea de meta.

My Haven ➳ JeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora