«Capítulo 40»

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Jungjae alzó la vista hacia las ventanas una vez que reconoció las bicicletas.

Hasta ahora, nadie se había fijado en él. Se hallaba de pie en el embarcadero que daba a la parte posterior de la casa cambió de ropa en su auto y se había puesto una camisa limpia de color blanco con mangas largas y unos pantalones de vestir negros.

Permanecía escondido entre las sombras de un ciprés, de pie detrás del tronco. Observaba las ventanas, las luces e intentaba ver más dentro, esperando ver a Jeonghan. Durante un largo rato no pasó nada. Había un flujo casi constante de gente que entraba y salía de la tienda, a menudo con la tarjeta de crédito en la mano para repostar gasolina. Mucho ajetreo, incluso allí, en medio de la nada.

Jungjae se desplazó hacia uno de los flancos de la tienda, sin apartar la vista de las ventanas. Reconoció la intermitente luz azulada de un televisor. Allí estaban los cuatro, viendo la tele, comportándose como una familia feliz. O quizá los niños ya se habían acostado, cansados por la feria, por el largo trayecto en bicicleta, y tal vez solo estaban Jeonghan y aquel chico de grandes orejas, acurrucados en el sofá, besándose y acariciándose mientras EXO o SHINee se presentaban en el programa.

Le dolía todo el cuerpo. Se sentía exhausto y con el estómago revuelto. Podría subir las escaleras, forzar la cerradura de la puerta y acabar con todo de una vez por todas; en el rato que llevaba allí en serio podría haberlo hecho, pero había gente en la tienda y coches en el aparcamiento. Jungjae había empujado su auto con el motor apagado hasta un espacio debajo de un árbol en la parte posterior de la tienda, para que quedara fuera de la vista de los coches que pasaban.

La presión le subió, y de repente ansiaba apuntarlos con la Glock y apretar el gatillo porque quería verlos morir; sin embargo, también quería acostarse un rato y dormir, pues en toda su vida jamás se había sentido tan cansado, y cuando se despertara quería encontrar a su ángel abrazado a su lado y sentir una inmensa alegría en el corazón al pensar que todo había sido una pesadilla, que él nunca lo había abandonado. De repente, vio el perfil del pelinegro en la ventana, y lo vio sonreír de forma provocativa antes de darse la vuelta.

Supo que estaba pensando en el chico de grandes orejas, y por la forma en la que mordía su labio pudo saber que también pensaba en sexo, y la Biblia decía: «Aquellos que han fornicado y han seguido la carne extraña fueron puestos, por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno».

Él era un seguidor del Señor, pero Jeonghan había pecado y la Biblia decía: «Aquella persona será atormentada con fuego y azufre delante de los santos ángeles».

En la Biblia siempre aparecía el fuego porque purificaba y condenaba. Entonces, Jungjae comprendió la señal. El fuego era poderoso, y era el arma de los ángeles.

Salió de sus confusos pensamientos cuando un coche se detuvo delante de una de las mangueras del surtidor de gasolina y un hombre se apeó del vehículo. Insertó la tarjeta de crédito y empezó a repostar. El cartel junto a la manguera informaba a los clientes de que estaba prohibido fumar allí, pues era obviamente peligroso. En la tienda se podía adquirir una lata de líquido inflamable para encender barbacoas. Entonces recordó al chico que un poco antes había hecho cola en el mostrador, delante de él, precisamente con una de esas latas.

Fuego.

Seungcheol cambió levemente de posición y agarró el volante con firmeza, intentando encontrar una postura cómoda. Jihoon y sus padres se hallaban en la parte de atrás y no habían dejado de hablar ni un segundo desde que se habían montado en el coche, y era un hecho, porque no se habían visto en mucho tiempo.

My Haven ➳ JeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora