«Capítulo 13»

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Los siguientes días transcurrieron plácidamente, y eso solo contribuyó a que a Seungcheol se le antojaran días más largos.

No había vuelto a hablar con Jeonghan desde que se despidió de él en la puerta de su casa el domingo por la tarde, después de la playa. En el fondo no lo sorprendía porque sabía que tenía que trabajar muchas horas esa semana, pero en más de una ocasión no pudo resistir el impulso de salir de la tienda y mirar calle arriba, sintiéndose vagamente decepcionado al no verlo cerca de ahí.

Ya era bastante aguar la ilusión de haberlo embelesado hasta el punto de que el pelinegro no pudiera resistir la tentación de no dejarse caer por la tienda. Sin embargo, lo sorprendía aquel entusiasmo casi quinceañero que lo invadía ante la idea de volver a verlo, a pesar de que el chico no sintiera lo mismo por él.

Lo recordó en la playa, mientras la brisa agitaba su melenita negra, sus delicados rasgos y sus ojos que parecían cambiar de color cada vez que él los miraba. Se había ido relajando poco a poco, a medida que pasaban las horas, y Seungcheol tenía la sensación de que, en cierto modo, ir a la playa había suavizado su resistencia.

Sentía curiosidad no solo por su pasado, sino por todo lo que aún no sabía acerca de Jeonghan. Imaginaba qué clase de música le gustaba, o cuáles eran sus primeros pensamientos cuando se despertaba, o si alguna vez había ido a ver un partido de béisbol. Se preguntaba si dormía de espalda o de costado, y si, en el caso de poder elegir, prefería darse una ducha o un baño. Cuanto más se preguntaba, más crecía su curiosidad.

Deseaba que confiara en él y le contara detalles sobre su vida anterior, no porque albergara la ilusión de poder ayudarlo de algún modo o porque pensara que necesitaba ayuda, sino porque expresar en voz alta la verdad acerca de su pasado podía implicar abrir la puerta al futuro. Entonces, quizá podrían mantener una conversación real.

El jueves, Seungcheol se estaba debatiendo entre pasar a visitarlo por su casa o no hacerlo. Lo estaba deseando; incluso llegó a agarrar las llaves del coche, pero al final se echó atrás porque no tenía ni idea de qué le diría cuando se presentara allí y tampoco podía predecir cuál sería la reacción de Jeonghan. ¿Sonreiría o se pondría nervioso? ¿Lo invitaría a pasar o le pediría que se marchara?

Por más que intentaba imaginar lo que podía suceder, no estaba seguro del resultado, y al final acabó por dejar las llaves sobre la mesa.

Todo aquello era muy complicado. Ese chico estaba envuelto en un aura de misterio.

Jeonghan no tardó mucho en admitir que la bicicleta era una suerte bendición caída del cielo. Ahora no solo podía ir a casa al mediodía cuando le tocaba cubrir dos turnos, sino que por primera vez se sintió animado a explorar el pueblo, y eso fue exactamente lo que hizo.

El martes se pasó por un par de tiendas de antigüedades, disfrutó de las marinas en acuarela en una pequeña galería de arte, y se paseó por varios vecindarios, maravillándose de los enormes pórticos y porches inclinados que adornaban las casonas en el paseo marítimo.

El miércoles fue a la biblioteca y se pasó un par de horas repasando las estanterías y leyendo las solapas de unos cuantos libros, y luego cargando las novelas que le habían parecido interesantes en la cesta de la bici.

Por las noches, sin embargo, mientras permanecía tumbado en la cama leyendo los libros que había sacado de la biblioteca, a veces se ponía a pensar en Seungcheol sin proponérselo. Hurgando entre algunos retazos de su vida, cayó en la cuenta de que él le recordaba al padre de MingMing.

En su primer año en el instituto, rememoró que MingMing, un chico un par de años menor que él a quien no conocía bien, vivía un poco más abajo, en su misma calle. Jeonghan lo veía sentado en los peldaños del porche de su casa cada sábado por la mañana. El padre del chino abría el garaje siempre puntual, silbando mientras sacaba el cortacésped. Estaba orgulloso de su jardín porque era sin lugar a dudas el más primoroso del vecindario. Jeonghan lo observaba mientras él pasaba la máquina cortacésped arriba y abajo con precisión. De vez en cuando se paraba para apartar de su camino una rama caída, y aprovechaba la ocasión para secarse el sudor de la frente con un pañuelo que guardaba en el bolsillo trasero. Cuando terminaba el trabajo, se apoyaba en el capó de su auto, aparcado junto a la casa, para saborear un vaso de limonada que su esposa le ofrecía siempre sin falta. A veces, ella también se apoyaba en el coche junto a él y Jeonghan sonreía al ver cómo el padre de MingMing propinaba a su esposa una palmadita en la cadera cada vez que deseaba captar su atención.

Había una satisfacción serena en la forma en que sorbía la limonada y tocaba a su esposa. Jeonghan suponía que eso quería decir que aquel hombre estaba satisfecho con su vida, como si, en cierto modo, se hubieran cumplido todos sus sueños. A menudo, mientras lo estudiaba, se preguntaba cómo habría sido su vida si hubiera nacido en el seno de esa familia.

Seungcheol mostraba ese mismo aire de satisfacción cuando estaba con sus hijos. No solo había sido capaz de superar la tragedia de perder a su esposa, sino que además lo había hecho con la suficiente fuerza como para ayudar a sus hijos a superar también esa terrible pérdida.

Cuando Seungcheol le había hablado de su esposa, Jeonghan había esperado detectar cierta amargura o autocompasión, pero no había sido así. Había notado tristeza, por supuesto, y un sentimiento de soledad, pero al mismo tiempo le había hablado sobre su esposa sin transmitirle la impresión de que los estaba comparando a los dos. El mayor parecía aceptarlo, y a pesar de que Jeonghan no estaba seguro exactamente de cuándo había sucedido, se dio cuenta de que se sentía atraído por él.

Más allá de esa conjetura, sus sentimientos eran complicados. No había vuelto a bajar la guardia para dejar que un hombre se le acercara tanto, y en aquella ocasión la historia acabó convirtiéndose en un verdadero calvario para él. Sin embargo, por más que intentaba mantenerse a distancia, parecía que, cada vez que veía a Seungcheol, sucedía algo que los empujaba a acabar juntos.

A veces por accidente, como cuando Chan cayó al río y él se quedó con Samuel, pero en ocasiones parecía casi como predestinado, como la tormenta que lo obligó a aceptar que él lo llevara a casa en coche, o cuando Samuel le suplicó que fuera con ellos a la playa.

Hasta ese momento, Jeonghan había demostrado suficiente aplomo como para mantenerse alejado de él, pero, aun así, no lo conseguía. Y cuanto más tiempo pasaba con Seungcheol, más crecía su impresión de que, poco a poco, él se iba metiendo en su vida, y eso lo asustaba. Lo hacía sentirse frágil y vulnerable, y en parte ese era el motivo por el que había evitado pasarse por la tienda durante esa semana.

Necesitaba tiempo para pensar, tiempo para decidir qué iba a hacer al respecto, si es que en realidad pensaba hacer algo, pero por desgracia, había pasado largos ratos pensando en la atractiva forma en que a Seungcheol se le fruncían las comisuras de los ojos cuando sonreía, o con qué garbo había salido del agua tras su baño en la playa.

Recordaba cómo Samuel le había cogido la mano y la absoluta confianza que Jeonghan había detectado en aquel gesto simple. También recordó que Iseul había comentado algo acerca de que era un buen hombre, la clase de hombre que siempre actuaba de forma correcta, y a pesar de que Jeonghan no podía alegar que lo conociera bien, sus instintos le decían que podía confiar en él.

Intuía que, le contara lo que le contase, él siempre lo apoyaría, que sabría guardar sus secretos y que nunca usaría lo que sabía en su contra. Sabía que era un pensamiento ilógico e irracional, y que atentaba contra cualquier promesa que se había hecho a sí mismo cuando llegó a Yeosodo, pero se daba cuenta de que quería que él lo conociera mejor.

Quería que lo comprendiera, aunque solo fuera por la extraña sensación de que era la clase de hombre del que podría enamorarse, por más que no quisiera.

My Haven ➳ JeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora