—¡Mal! —gritó Jungjae con desespero—. ¡Todo esto está mal!Llevaba horas conduciendo.
Se había parado a comprar botellas de agua en un supermercado y ya había ingerido la mitad de una. Mientras conducía veía doble ya que la vista se le dificultaba por las lágrimas, a menos que achicara un ojo como una rendija y mantuviera el otro cerrado. Buscaba bicicletas. Cuatro bicicletas. Una de ellas tenía una cesta en el manillar pero, por lo visto, era como dedicarse a buscar una aguja en un pajar. Subía por una calle y bajaba por otra, y mientras tanto la tarde iba dando paso al atardecer. Miraba a derecha y a izquierda, y luego volvía a mirar para asegurarse bien.
Sabía dónde vivía Jeonghan, sabía que tarde o temprano se dejaría caer por allí. Pero, entre tanto, el chico esbelto estaba con su ángel, riéndose y diciéndole: «Yo te protegeré de ese loco, precioso».
Lanzó un suspiro al tiempo que golpeaba con el puño el volante. Quitó el seguro de la Glock para tenerla lista para disparar; luego volvió a ponerlo, mientras imaginaba a Jeonghan besando a ese chico y a este rodeándolo con un brazo por la cintura. Recordando la felicidad que había visto reflejada en la cara de su esposo, seguramente porque se enorgullecía de estar engañándolo. Por el hecho de serle infiel.
Lo veía todo borroso, con un solo ojo.
Un coche se colocó detrás de él en una de las calles y se le pegó demasiado durante un buen rato, antes de empezar a hacerle señales con las luces. El castaño aminoró la marcha y se hizo a un lado, sin apartar la mano crispada de la pistola.
✨
La oscuridad teñía las calles de sombras laberínticas. Cada vez le costaba más distinguir las sinuosas siluetas de las bicicletas. Cuando pasó por segunda vez por el sendero de gravilla, guiado por un impulso, decidió acercarse a la casa de Jeonghan, por si había regresado.
Se detuvo en un lugar que quedaba apartado de la vista desde la cabaña y se apeó del coche. Oyó el canto de las cigarras, pero aparte de eso, el lugar parecía desierto. Enfiló hacia la casa, aunque desde lejos ya podía ver que no había ninguna bicicleta aparcada delante de la puerta. Ni tampoco luz alguna encendida, aunque todavía no era completamente de noche. Avanzó sigilosamente hasta la puerta trasera. La abrió sin dificultad, como ya había hecho antes.
Él no estaba en casa, y no creía que se hubiera pasado por allí desde la mañana.
El calor en el interior era insoportable, con todas las ventanas cerradas. Estaba seguro de que el pelinegro habría abierto las ventanas, se habría tomado un vaso de agua, quizás incluso se habría duchado.
Nada.
Salió por la puerta trasera y se fijó en la casa aledaña. Una cabaña igual.
Bien. El hecho de que Jeonghan no estuviera en casa implicaba que estaba con el chico de grandes orejas, que había ido a su casa, que estaba cometiendo adulterio, fingiendo no estar casado, y que se había olvidado de la casa que había comprado para él.
Podía notar los rítmicos latidos del corazón en el pecho, como un cuchillo que le asestara puñaladas enérgicamente, y le costó mucho concentrarse mientras cerraba la puerta. Por fortuna, afuera no hacía tanto calor. Jeonghan vivía en una sauna donde era imposible no acabar sudando, y encima con un chico de grandes orejas. Seguramente ahora los dos estaban juntos en algún lugar...
Se dirigió a su coche a trompicones, con el dedo en la pistola. Se inclinó hacia delante y empezó a sentirse mareado, por lo que se detuvo a un lado de la carretera. Sentía el pecho agarrotado, como si un animal se lo estuviera royendo sin piedad.
Y eso le dolía mucho.
Cuando intentó erguirse, notó que la cabeza le daba vueltas de forma vertiginosa. El coche estaba cerca y enfiló hacia él con paso tambaleante. Debía ponerse en la piel de Jeonghan, pero estaba en blanco.
Al entrar de vuelta al coche, chocó por detrás contra un árbol mientras intentaba dar media vuelta; luego, apretó el acelerador y las ruedas chirriaron sobre la gravilla, levantando una nube de polvo y de cantos rodados. Pronto caería la noche.
Jeonghan había ido en esa dirección, tenía que estar por allí cerca. Los niños pequeños no podían pedalear hasta muy lejos. Cinco o seis kilómetros, como máximo ocho. Jungjae había recorrido todas las carreteras en aquella dirección, había mirado en cada casa. No había visto bicicletas. Quizá las habían guardado en un garaje, o aparcado en un jardín vallado. Él pensaba esperar, seguro que tarde o temprano aparecería.
Esa noche. A la mañana siguiente por la mañana, o por la noche.
Se sentía como si hubiera estado semanas enteras sin dormir y sin comer. No podía comprender por qué era de noche.
"¿Cuándo ha anochecido?"
No podía recordar exactamente cuándo había llegado a ese pueblo. Recordaba que había visto a Jeonghan, que había intentado seguirlo con el coche, pero no tenía ni idea de dónde podía estar.
Una tienda emergió a la derecha, con el piso superior iluminado, con aspecto de ser una casa, con porche incluido. 'Coups' se podía leer en el gran cartel de la parte delantera. Recordaba haber pasado antes por allí, aunque no sabía cuándo lo había hecho.
Aminoró la marcha involuntariamente. Necesitaba comer y dormir. Tenía que encontrar un sitio para pasar la noche, y como sentía retortijones en las tripas, agarró la botella de agua y la alzó para tomar un buen sorbo. Notó que el líquido le calmaba el dolor de garganta, pero tan pronto como bajó la botella, los retortijones volvieron a atacar otra vez. Se desesperó porque sentía su cabeza dar vueltas, y tuvo la idea de tomar una de sus pastillas calmantes, más no lo hizo.
Entró en el aparcamiento, haciendo esfuerzos por contener la cordura. Se sentía mareado, pero no le quedaba mucho tiempo para ocuparse de eso. Con gran dificultad consiguió detenerse cerca de la tienda y se apeó del coche de un salto. Corrió hasta la parte delantera del vehículo y se perdió en la oscuridad. No podía contener los temblores, las piernas le flaqueaban. El estómago volvía a amotinarse. Todo su cuerpo lo hacía. Sentía miedo.
En ese momento, se dio cuenta de que continuaba en llanto. ¿Cuántas lágrimas más le quedarán? Supuso que no muchas. Lloraba cada gota como si estuviera exprimiendo sus ojos, y no quería recordar a Jeonghan, pero tampoco se sentía capaz de poder olvidarlo. Lo amaba. Cuánto lo amaba...
Se agachó en plena oscuridad, apoyó sus codos en las rodillas y ocultó su rostro con ambas manos para seguir llorando. Las lágrimas corrían como un río que dejaba rastro en sus mejillas. Sabía que no le servía de nada llorar, y que el dolor no iba a pasarle así, pero seguía haciéndolo sin intensión de detenerse.
La tristeza lo dejó mudo.
Su alma y su corazón sufrían por amor, pero no era un amor cualquiera, era el amor de su esposo. La misma persona que le juró quedarse a su lado. La misma que le prometió que se quedaría. La misma persona con la que ideó un futuro, incluyendo una familia. La misma persona con la que dio su primer beso.
Al menos, las lágrimas le hacían creer que no estaba solo con su dolor, el mismo que le dejó la ausencia de su precioso ángel.
Él no estaba, y no podía olvidarlo.
No sabía cómo vivir sin él.
Ahora estaba cerca, pero no lo encontraba.
Pero justo allí, como si fuera la imagen de un sueño, ocultas entre las sombras detrás de la casa, vio cuatro bicicletas aparcadas en una perfecta fila.
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My Haven ➳ Jeongcheol
Fanfic"Cuando Yoon Jeonghan apareció en la pequeña localidad de Yeosodo, en Corea del Sur, su precipitada llegada provocó muchas preguntas y dudas sobre su desconocido pasado. Él es alguien hermoso, no le gusta lucirse y tiene una determinación obstinada...