«Capítulo 9»

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Después de regresar de la tienda, Jeonghan aparcó la bici en la parte trasera de su cabaña y entró para cambiarse de ropa.

No tenía bañador, aunque de haberlo tenido, tampoco se lo habría puesto. Por más natural que fuera para alguien pasearse delante de desconocidos en ropa de baño, él no se sentiría a gusto en bañador delante de Seungcheol durante un día en la playa con sus hijos, o francamente, incluso sin los niños.

A pesar de que se había resistido a la idea, tenía que admitir que sentía curiosidad por él. No por las cosas que había hecho, por más agradecido que le estuviera por eso, sino por la tristeza que a veces reflejaba su rostro cuando sonreía, la expresión de su cara cuando le hablaba de su ex esposa, o la forma como trataba a sus hijos. Había una soledad intrínseca en él imposible de ocultar, y sabía que en cierto modo se asemejaba a la suya.

Jeonghan sabía que el mayor se sentía atraído por él. Tenía la suficiente experiencia como para detectar cuándo una persona lo encontraba atractivo; el dependiente en la verdulería hablando demasiado, o un desconocido que se giraba al verlo pasar, o un camarero pasándose por su mesa más de lo necesario.

La mayoría de sus pretendientes eran hombres; bien de su misma edad o incluso mayores, y con el tiempo, había aprendido a fingir que no se daba cuenta de la atención que le dedicaban esas personas; en otros casos, les mostraba un absoluto desprecio, pero sabía lo que pasaría si no se comportaba de ese modo. Más tarde, cuando dicho desconocido lo acompañara a casa. Cuando se quedaran solos. Pero se recordó a sí mismo que esa vida había quedado atrás.

Abrió un cajón de la cómoda, sacó unos pantalones cortos y las sandalias que se había comprado en el centro. La noche previa, había pasado una velada agradable con su amiga, tomando vino, y ahora iba a ir a la playa con Seungcheol y su familia. Se trataba de actividades normales en una vida normal. Pero para él, el concepto era nuevo, como si estuviera aprendiendo las costumbres de una tierra extranjera, y eso le provocaba una sensación de alegría y de recelo a la vez.

Tan pronto como acabó de vestirse, vio el todoterreno de Seungcheol que se acercaba por el sendero de gravilla. Suspiró hondo cuando el vehículo se detuvo delante de su casa.

"Es ahora o nunca"

—Tiene que abrocharse el cinturón, amigo Minki —comentó Samuel desde el asiento trasero—. Mi papá no conducirá a menos que se lo ponga.

Seungcheol miró al pelinegro, y éste le regaló su sonrisa más valiente.

—De acuerdo —dijo finalmente—. ¡Vamos!

Al cabo de menos de una hora llegaron a un pueblo costero lleno de las típicas casas de madera de dos plantas y con unas bellas vistas al mar. Seungcheol estacionó en un pequeño aparcamiento. La hierba crecida parecía querer imitar al mar con su movimiento ondulante, empujada por la suave brisa marina. Jeonghan salió del vehículo y contempló el océano, aspirando con energía. Los niños saltaron al suelo e inmediatamente se pusieron a correr hacia el sendero con una gran sonrisa.

—¡Voy a ver qué tal está el agua, papá! —gritó Chan, sosteniendo en la mano la máscara y su tubo de buceo.

—¡Yo también! —añadió Samuel, siguiendo a su hermano.

El mayor de ellos estaba ocupado descargando trastos de la parte trasera del todoterreno.

—¡Esperen! ¡Un momento! —gritó, intentando retenerlos.

Chan suspiró, incapaz de ocultar su impaciencia mientras apoyaba todo el peso de su cuerpo primero sobre un pie y luego sobre el otro. Su padre descargó la nevera portátil.

My Haven ➳ JeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora