«Capítulo 31»

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El paso de una tormenta tropical se dejó notar en Yeosodo. No había cesado de llover en toda la tarde, y ahora que empezaba a anochecer, seguía lloviendo.

A Jeonghan le había tocado trabajar durante el turno del mediodía, pero debido al mal tiempo, el restaurante solo estaba medio lleno. Por eso, Soonyoung había dejado que se marchara más temprano. Había tomado prestado el todoterreno de Seungcheol y, después de pasar una hora en la biblioteca, se pasó por la tienda. Un rato más tarde, cuando el mayor lo llevó de vuelta a casa, el pelinegro lo invitó a ir un poco más tarde a cenar con los niños.

Jeonghan estuvo muy inquieto durante el resto de la tarde. Quería creer que se debía al mal tiempo, pero mientras permanecía de pie junto a la ventana de la cocina, contemplando las ramas que se doblaban a causa de la fuerza del viento y la tupida cortina de lluvia, supo que su estado anímico tenía más que ver con la sensación de que, últimamente, todo en su vida era casi perfecto.

Su relación con Seungcheol y las tardes que pasaba con los niños llenaban un vacío en su interior del que no había sido consciente, pero mucho tiempo atrás había aprendido que los momentos maravillosos no duran para siempre.

La felicidad era un estado tan efímero como una estrella fugaz que cruzaba el cielo, lista para desparecer en cualquier momento.

Un poco antes, aquel mismo día, en la biblioteca, había ojeado la versión electrónica del periódico de Seúl en uno de los ordenadores y había visto el obituario de la señora Han. Sabía que estaba enferma, ya que se había enterado de su diagnóstico de cáncer terminal antes de huir.

A pesar de que había estado examinando las esquelas con regularidad, la breve descripción de la vida de la difunta señora era un golpe inesperado y muy duro. Jeonghan no había querido robar el documento de identificación del archivador de los Han, ni siquiera había considerado la posibilidad hasta que un día la señora sacó la carpeta para enseñarle la foto de graduación de Minki.

Había visto el certificado de nacimiento y la tarjeta de la seguridad social junto con la foto, y reconoció la oportunidad que representaban esos documentos originales. La siguiente vez que fue a visitarlos, pidió permiso para ir al lavabo, y en vez de eso fue directamente hacia el archivador. Más tarde, mientras degustaba un trozo de tarta con ellos en la cocina, notó que los documentos le quemaban en el bolsillo.

Una semana después, tras realizar una fotocopia del certificado de nacimiento en la biblioteca y doblarla y arrugarla para que no pareciera nueva, la guardó en el archivador y se quedó con el original. Habría hecho lo mismo con la tarjeta de seguridad social, pero no consiguió una copia de buena calidad. Decidió escribir el número en un papel, que dejó en el archivador, y guardarse la tarjeta original. Si algún día los Han se daban cuenta de que los documentos habían desaparecido, tal vez creyeran que los habían guardado en algún otro sitio.

Se recordó a sí mismo que Jungjae jamás sabría lo que había hecho. A él no le gustaban los Han porque veía cómo le reñían a los niños, y el sentimiento era mutuo.

Jeonghan sospechaba que los Han sabían que él lo maltrataba cuando tenía sus ataques por no llegar a tomar sus pastillas a tiempo. Tal vez se dieron cuenta cuando lo veían atravesar la calle corriendo cada vez que iba a visitarlos. Y claro, porque fingían no fijarse en los morados de sus brazos, en cómo se les tensaban las facciones cuando mencionaba a su pareja. Quería creer que no les habría importado que hubiera sustraído esos documentos, que en realidad querían que se los llevara, porque sabían que los necesitaba y querían ayudarlo a huir.

Los Han eran las únicas personas que Jeonghan echaba de menos de Gangnam. En ese momento, se preguntó cómo estaría el señor Han.

Ellos habían sido sus amigos cuando no tenía a nadie más, y quería decirle que sentía mucho la muerte de su esposa. Quería llorar con él, hablar de ella y decirle que gracias a ellos su vida era ahora mejor. Quería contarle que había conocido a un hombre que lo amaba, que por primera vez desde hacía muchos años era feliz, pero no podía hacerlo. En lugar de eso, simplemente salió al porche un momento y, con los ojos empañados de lágrimas, contempló cómo la tormenta fustigaba las hojas de los árboles. Después, entró nuevamente a su hogar.

My Haven ➳ JeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora