«Capítulo 26»

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En Seúl, los parques que en primavera habían resplandecido con sus flores multicolores empezaban a languidecer, los capullos se marchitaban y sus pétalos se enroscaban como dedos artríticos.

Jungjae les contó a sus compañeros que él y Jeonghan iban a pasar el fin de semana en casa, viendo películas y trajinando un poco en el jardín. Uno de ellos le había preguntado por su viaje y él le había mentido nombrando un hotel en el que supuestamente se habían alojado y algunos restaurantes donde habían comido. Doyoon le dijo que él había estado en todos esos locales y le preguntó a si habían pedido las famosas tortas de cangrejo en uno de ellos. Jungjae dijo que no, pero que la próxima vez lo haría.

Jeonghan había desaparecido, pero él seguía buscándolo por todas partes. No podía evitarlo. Mientras patrullaba por las calles, el corazón le daba un vuelco cada vez que veía a un chico con la melena rubia larga o negra corta. Buscaba su nariz delicada, sus ojos oscuros y su tranquila forma de andar. A veces, se quedaba de pie en la puerta de la panadería, fingiendo que lo estaba esperando.

Debería haber sido capaz de encontrarlo, aunque se hubiera marchado de Suwon. La gente dejaba rastro, por ejemplo, a través de los documentos identificativos. En Suwon, Jeonghan había usado un nombre y un número de seguridad social falsos, pero no podía seguir recurriendo a la misma estratagema toda la vida, a menos que estuviera dispuesto a seguir viviendo en hoteles baratos y cambiando de trabajo cada dos por tres. Hasta ese momento, sin embargo, Jeonghan no había utilizado su propio número de la seguridad social.

Un oficial de otra comisaría que tenía numerosos contactos se encargaba de realizar el seguimiento. Ese tipo era la única persona que sabía que su esposo había desaparecido, pero no se iría de la lengua, pues Jungjae sabía que mantenía relaciones con la niñera de sus hijos, que aún era menor de edad.

Se sentía extraño cuando tenía que hablar con él porque ese sujeto era un pervertido y debería estar entre rejas, ya que la Biblia decía: «Fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aún se nombre entre vosotros». Pero, en esos momentos, necesitaba la ayuda de ese hombre para encontrar a Jeonghan y llevarlo de vuelta a casa. Se suponía que una pareja de casados debían estar juntos, pues habían hecho sus votos ante Dios y la familia...

Primero había esperado dar con él a mediados de febrero; luego pensó que lo encontraría en marzo. Estaba seguro de que aparecería en mayo, pero ahora, en junio, la casa continuaba vacía. A veces se desesperaba y lo único que podía hacer era ponerse a repasar nuevamente todos los pasos que había dado. Le costaba concentrarse. Tenía que mentirles a sus compañeros y a Doyoon, aún sabiendo que cuando se alejaba, lo criticaban a sus espaldas.

En ese momento lo único que sabía era que su aún esposo ya no huía. Jeonghan no podía pasarse la vida cambiando constantemente de alojamiento ni de trabajo. No era propio de él. Le gustaba estar rodeado de cosas bonitas, lo que significaba que tenía que estar utilizando la identidad de otra persona. A menos que deseara pasarse la vida huyendo, necesitaba un certificado de nacimiento y la tarjeta de la seguridad social originales.

En cualquier trabajo, a los empleados se les exigía una identificación, pero... ¿Cómo y dónde había obtenido la identidad de otro chico? Jungjae sabía que la forma más común era encontrar a alguien de una edad similar que hubiera muerto recientemente, y entonces adoptar la identidad del difunto.

La primera parte de aquel plan era plausible, aunque solo fuera por las visitas frecuentes de Jeonghan a la biblioteca. Podía imaginarlo examinando los obituarios en una microficha, buscando un nombre que suplantar. Maquinaba y planeaba en la biblioteca mientras fingía examinar con atención las estanterías, y lo había estado haciendo mientras él dedicaba parte de su horario tan apretado a llevarlo hasta allí.

My Haven ➳ JeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora