Londres, 1941
Querido ángel:
¿Alguna vez me he quejado de tu falta de sentido común? Si no es así, déjame decírtelo: ¡Tienes el mismo sentido común que yo! Es decir, ¡Ninguno!
Aún me sorprende que sigas vivo, si no fuera porque he sido yo quien te ha salvado más de una vez, no sé qué hubiera sido de ti.
Aunque la verdad es que... iría a salvarte todas las veces que fueran necesarias, donde sea y cuando sea, ahí estaría yo, tu caballero de brillante armadura (O, mejor dicho, tu caballero de oxidada armadura)
Aun no olvido el ridículo que hice cuando fui a por ti, ¡Solo a alguien como tú se le ocurría contrabandear libros en una iglesia!, y yo, como el idiota que soy voy detrás de ti, como ha sido siempre, y creo que es algo que jamás cambiará.
Aun así, estoy feliz, estoy feliz porque te vi. Tu eres el único que puede hacer que un demonio sienta algo tan... puro. Pero es la verdad, estoy feliz, contento, extasiado porque te volví a ver, a pesar de lo enfadado que debes estar conmigo, por fin volví a verte, algo que había deseado hacer desde hace tiempo.
Pero, a pesar de lo contento que estaba por volverte a ver, me fui como el cobarde que soy.
Fue difícil irme después de eso. Solo quería quedarme y escucharte hablar sobre todo lo que sucedió mientras estaba fuera. Quería quedarme y verte disfrutar de tus postres, que sé que saborearás cada bocado. Quería verte reír de mis horribles bromas y sacudirme la cabeza mientras contaba mis aventuras, pero pude marcharme con la promesa de verte en alguna otra ocasión.
Me hubiera gustado quedarme, escucharte hablar durante horas sobre los libros que has leído recientemente o sobre cualquier restaurante nuevo que te gustaría probar o ¡cualquier cosa! No me molestaría escucharte todo el tiempo que fuera necesario.
Creo que lo disfruto mucho, no solo por tu voz suave, sino también por las emociones que se manifiestan en tu rostro. Tiende a encenderse cuando divaga sobre algo que te hace feliz, sonríe brillantemente y parpadea. Cuando estás agitado o molesto, tienes una cara que yo compararía con un cachorro molesto. Tus cejas se fruncen y tus labios se fruncen ligeramente en una línea alterada.
No es un ceño fruncido, no, tienes que estar triste para fruncir el ceño. Las pocas veces que te he visto triste me duelen de una manera que no creía posible. Un ser tan puro, de buen corazón y con buenas intenciones como tú nunca debería fruncir el ceño. Solo dos veces te he visto llorar. Y esas dos veces, casi me destruyen. Es por eso que haría cualquier cosa para hacerte sonreír de nuevo.
Pero a pesar de todo eso, aun así, decido irme, porque sigues molesto conmigo y eso es algo con lo aun no puedo vivir.
Porque tengo miedo, sí ¡un demonio tiene miedo! Tengo miedo al rechazo, temo que un día me rechaces y me alejes, porque soy un demonio y los demonios somos malos, malvados y que por esa razón lo nuestro sea improbable, por no decir imposible.
Tener miedo me hace un cobarde, un cobarde que desde hace mucho solo puede expresar su sentir a través de cartas y no frente a ti.
No tengo el valor de decirte lo que siento cara a cara, temo que cuando lo haga me derrumbe y esta vez nada me sostenga.
Así que mantengo la boca cerrada y te veo alejarte. Pero cada vez que dices adiós me duele gritarte que tomes otro trago, pidas otro postre, algo, cualquier cosa para mantenerte a mi lado un poco más. Nunca lo hago, obviamente. No puedo. Dirías que no y te irías de todos modos, dejándome más triste por el rechazo que si te hubiera dejado ir sin decir nada.
No me queda más que decir: Haz lo tuyo que yo haré lo mío.
Siempre tuyo,
Anthony J. Crowley
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Memorias de un demonio (O cartas a Aziraphale)
RomanceAnthony J. Crowley ha pasado 6000 años de su existencia en la tierra y por supuesto que, para un demonio como él, no han sido nada aburridos. Él mismo ha plasmado todas sus vivencias y sentires aquí, en forma de cartas dirigidas a su ángel. Pero, ¿Q...