🟔 Te has ido 🟔

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Londres, 2017

Querido ángel:

Aziraphale. Querido, encantador, muerto.

Desearía fervientemente que estuvieras vivo y bien, pero ya no hay vuelta atrás. Te has ido. Nuestro amor rompió mi corazón y detuvo el tuyo.

Vivir sin ti. Eso es algo que no puedo hacer.

Cuando estábamos juntos me sentía sin aliento.

Y ahora tú lo estás.

El verano sin ti es tan frío como el invierno.

El invierno sin ti es aún más frío.

Tan solo puedo decirte...

Lo siento.

Lo siento.

Lo siento.

Desearía haberte amado lo suficiente.

Mi corazón no es mío, ya no más. Te has arrastrado dentro de mí, Aziraphale; te has hecho un hogar en la cavidad de mi pecho, y has tomado hasta el último trozo de mi corazón y lo has hecho tuyo. Siempre, como siempre he sido, completamente y completamente tuyo. Tú me complementas.

No puedo evitar pensar lo que hubiera sido si nos hubiéramos ido, si nos hubiéramos escapado sin siquiera mirar atrás, te hubiera llevado a las estrellas, estaríamos los dos en Alpha Centauri, solos, libres y felices. Cada día, despertando en la misma cama, yo trabajando en el jardín y tu leyendo, cada desayuno, cada almuerzo, cada cena, juntos, te expresaría todo el amor que siento y tú los aceptarías sin miedos ni dudas.

Créeme cuando te digo que el no poder verte otra vez, estar contigo, hablar contigo, me cala en el corazón un poco más cada día.

Todo esto terminó. Fuiste el compañero perfecto para mí. Estabas más cerca de mí que nadie. Y así, cuando tuve que dejarte, me di cuenta de que no podía hacerlo. No podía dejarte ir.

Fuimos hechos para estar juntos. Me encontraste una vez, y luego me encontraste de nuevo, de alguna manera, siempre me encuentras. Eso no solo "sucede". Había algo que nos destinaba a encontrarnos. Desde el primer momento en que nos conocimos en el jardín del edén, pero incluso entonces, aunque me negara a aceptarlo, supe que debía pasar una eternidad contigo.

Aunque siempre te negaras a admitirlo, siempre fuimos amigos. Bueno, estoy absolutamente seguro de que podríamos habernos convertido en mucho más. Me retaste, me complementaste, me consolaste, me cambiaste para mejor. Sí, a veces eras la persona que necesitaba para detenerme, pero sobre todo eras la persona que necesitaba.

Antes de decirte adiós definitivamente, decirte lo que ya sabes, que te quiero, que te amo. También has de saber que me voy pensando en ti, y que cuando muera, estaremos por fin juntos. No acepto un no por respuesta. No pienses que no será posible porque yo iré al infierno y tú al cielo, porque, sinceramente, querido, eso me importa un bledo. Yo ya te estaré allí esperando, y pasaremos en el purgatorio la eternidad.

Entonces quiero decirte esto, finalmente. Te amé, y estoy seguro de que incluso cuando me haya ido de este mundo, te seguiré amando, muchísimo con cada parte de mi ser. Una vez me dijiste que estarías conmigo para siempre, y puedes decirte que quería eso más que nada en el mundo. Lamento mucho que nuestro tiempo juntos haya sido tan corto (Aunque los demás digan que 6000 años no es un tiempo corto), pero solo necesitaba que supieras que eres brillante y la persona más importante en todo el universo (particularmente para mí).

Y un día, si tengo suerte, te veré de nuevo.

Mi amor eterno,

Anthony J. Crowley

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Crowley tomó la carta en sus manos. Algunas de las partes eran borrosas e ilegibles, las lágrimas se habían encargado de ello.

Se quedó contemplando la carta 2, 3, 5 minutos y más, como si hacerlo fuera lo único bueno que le quedaba en la vida (Y que, de alguna manera, lo era).

Y así, abruptamente abrazó la carta, colocándola tan cerca de su corazón cómo podía. Más lágrimas de deslizaron por sus aún húmedas mejillas, cayendo hasta perderse en la negrura de sus ropas mientras se aferraba a la carta ferozmente, como si en algún momento se pudieran arrebatar, así como le había quitado todo lo bueno de su mundo.

Lágrimas, alcohol y dolor, peor combinación posible para un doliente demonio, quien prefería ahogarse en el alcohol antes de buscar salvarse del inminente fin del mundo, después de todo, ya no tenía razón alguna para seguir vivo.

Se negaba a separarse de la carta, aquella epístola se convirtió en la única prueba verídica de que Aziraphale había vivido, y había sido amado, lo demás se lo había llevado el fuego.

Por fin, resignándose a su destino, guardó la carta en su chaqueta, por primera vez, sin la incertidumbre de saber si la carta seria leída o no, el destinatario se había ido para siempre.

Estaba a punto de seguir ahogándose en las penas del alcohol, cuando se sobresaltó al ver una diáfana y fantasmal figura frente a él, sonriéndole y saludándole como si nada hubiera pasado.

—Aziraphale...

Memorias de un demonio (O cartas a Aziraphale)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora