🟔 Amor de mi vida 🟔

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Londres, 1991

Mi muy querido tú:

¿Tienes idea de lo que es vivir enamorado sabiendo que nuestro amor es imposible de conseguir? ¿Sabes la agonía que se siente al comprender que por mucho que te esfuerces en conseguir ese amor, jamás será tuyo? ¿Que, aunque sueñes con él y desees con todas tus fuerzas tenerlo a tu lado, tus esfuerzos serán en vano?

Desgraciadamente así es cómo me siento. Siento una gran impotencia de saber que nunca llegarás a ser mío, saberlo me llena de dolor, hace que me sangre el corazón. Aunque claro, ¿quién soy yo? Solo un pobre y desgraciado caído que lleva tanto tiempo a tu lado, quien te extraña, quien te adora, y quien te ama.

Sueño con que un día respondas a esta carta, con que tú guardes algo de mí dentro de ti, con que lo dejes todo y vengas a mí. Sueños, sueños y más sueños. ¡Como quisiera que los sueños si hicieran realidad! Pero el mío está destinado a fracasar, tú no me pertenecerás, aunque consiga tu corazón, porque es imposible esta relación. Vivimos en mundos paralelos, mundos que jamás se deben llegar a cruzar más que en la imaginación.

¿Pero quién dice que lo imposible no pueda ser posible? Por ello sigo soñando, imaginando cómo sería sentir tus caricias, tus besos, tus abrazos... Por sentirme amado y poder amarte de la misma manera.

¿Cómo sería si esto no fuera inalcanzable? Mi vida cambiaría de principio a fin, mi corazón estaría completo y vivo a la vez, sería completo entera y no parcialmente. Sentiría más felicidad en mí interior que incluso la misma Julieta al ver llegar a Romeo a través de su balcón. Sin embargo, de ilusiones se vive ¿no?

Nuestro amor es una meta imposible, pero el único que podría encontrar y que ha llegado a conquistar mi corazón con su perfección y personalidad has sido tú, y no podré tenerte por más que quiera.

Y eso me duele. Me hace daño el mero pensamiento de ello que hace que me hunda en mí mismo, en mi soledad. ¿Podré encontrar a alguien que pueda ocupar tu lugar en mi corazón? Imposible. Porque nadie se puede comparar contigo, nadie puede entrar a mi corazón con la misma fuerza que tú lo hiciste ¿Cómo haré para compensar el ya no tenerte junto a mí? ¿Cómo hacer para intentar que escapes de mi corazón y llegues al olvido? ¿Qué mi amor por ti disminuya?

¿Acaso es posible olvidarte? ¿Existe la posibilidad que hoy te amé y mañana no te recuerde? No. No es posible. Porque tu luz y brillo llegaron a penetrar mi alma y llegarán más allá del infinito, enamorando a todo aquello que alumbres. Pero puedo asegurarte, ángel, que nadie más que yo puede sentir por ti esta impotencia, esta lucha, esta ilusión de tenerte por fin aquí, conmigo, a mi lado, protegiéndome, amándome, besándome, sintiendo tu cuerpo contra el mío.

Me rindo. Tu no vas a corresponder a mi amor y yo no puedo obligarte a hacerlo. Supongo que somos enemigos hereditarios y siempre lo seremos, ¿No es así?

Esta es la última carta que te escribo, tu no contestaras ni yo puedo seguir escribiéndolas anhelando tan solo una pequeña respuesta. No puedo seguir escribiéndote sabiendo que nunca contestarás y que jamás corresponderás todo lo que expreso en estas cartas.

Tan solo te ruego, que no contestes esta carta, supongo que ya eres un experto haciendo, ¿Verdad? Si tu respondieras, solo le darías falsas esperanzas a mí, un estúpido enamorado. Si porque te seguiré amando.

El amor nunca muere, aunque yo sí moriría por ti Aziraphale. Moriría por ti, pero yo quiero que vivas por mí.

Eternamente tuyo,

Anthony J. Crowley

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Solo su ángel era capaz de provocar todas esas sensaciones en él, amor, cariño, pasión, ternura, y miedo, uno que en aquel momento lo paralizaba completamente frente a la puerta de la librería.

Mentiría si dijera que las piernas no le temblaban y que el temor no lo sometía completamente al encontrarse frente a la librería de su ángel.

Apretó fuertemente la carta en su mano y sigilosamente la deslizó por debajo de la puerta, esperando que Aziraphale no se diera cuenta de la carta hasta que él se hubiera ido.

Permaneció frente a la puerta unos minutos más hasta que finalmente el dolor que sentía en el pecho le indico que era mejor irse que seguir ahí torturándose mentalmente.

Se fue arrastrando los pies con pesar, camuflándose entre la multitud que pasaba por las calles de Londres siguiendo su día a día. Quiso ignorar el persistente dolor en su pecho acompañado por aquel nudo en su garganta que le decía que esa no era la manera de terminar las cosas, que tenía que darse la vuelta y volver, a expresar cara a cara todo lo que llevaba años escribiendo en papel.

Pero no, no lo hizo, siguió caminando, alejándose lo más que podía de ahí, quedándose con la sempiterna incertidumbre de si Aziraphale leería su carta.

"Probablemente no" pensó con amargura, decidiendo huir antes de enfrentar los sentimientos con los que llevaba luchando durante mucho tiempo.

Memorias de un demonio (O cartas a Aziraphale)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora