Antes del mismísimo Satanás, no había demonio que causara aquel efecto en el infierno. Caminando como si fuera el dueño de lugar con una enorme aura de furia y fiereza rodeándolo, causando que cualquier demonio que se cruzara en su camino se apartara rápidamente, después de todo, nadie quería acrecentar la rabia de traidor Crowley, un demonio lo suficientemente peligroso como para sobrevivir al agua bendita.
—¡Tú! —exclamó de abrupto, señalando a un demonio al azar, quien palideció al verse en la mira de quien se había convertido en uno de los demonios más peligrosos del infierno. —Llévame a ver a Satanás. —le ordenó.
El demonio, en contra de su naturaleza demoníaca, tembló y tan solo se limitó a tartamudear lleno de miedo. Crowley rodó los ojos con molestia y se dispuso a seguir buscando al rey del infierno, pero antes de que pudiera realizar su encomienda, una potente voz resonó por todos los pasillos del infierno.
—¡Crowley!
Si el silencio ya se había apoderado del infierno, aquella estruendosa voz solo hizo que el sonido dejara de existir en el averno, se podía escuchar hasta un alfiler caer.
Ante el demonio pelirrojo apareció un hombre alto y delgado, vestido con un elegante traje negro y dueño de unos penetrantes ojos verdes y abundante cabellera negra. Ahí estaba el señor del infierno, Satanás, más humano que nunca.
—Crowley —lo saludó gélidamente.
—Satanás —le devolvió el saludo de la misma manera, tratando de fingir indiferencia a pesar de estar enfrentándose al señor de todo mal.
—He oído que tienes deseos de hablar conmigo, ¿No es así? —habló con voz ronca y varonil, aquella que le daba un gran grado de respeto frente a sus subordinados.
—Sí —dijo Crowley llanamente.
—Entonces, sígueme —Y con un gesto de cabeza, le indicó que le siguiera, abandonando el pasillo lleno de demonios paralizados y atemorizados por la presencia e interacción de dos de los demonios más poderosos y atemorizantes del infierno.
[...]
La oficina de Satanás, si es que se le podía decir así, era tan solo una enorme habitación casi vacía que le recordaba de algún modo a su apartamento. Lo más lujoso que se podía encontrar ahí era un enorme e intrincado trono de oro, en donde el demonio pelinegro se sentó, dándole una apariencia aún más implacable.
—Siéntate Crowley —le invitó el pelinegro, invocando una silla.
Crowley permaneció estoico en su lugar, negándose a hacer cualquier cosa que el maligno pudiera decir.
—Veo que no confías en mí —dijo Satanás, soltando un largo suspiro.
—No soy tan idiota —respondió el pelirrojo a la defensiva.
El pelinegro torció su rostro en una mueca de molestia antes de continuar hablando —¿De que quieres hablar conmigo? Pensé que, al abandonar el infierno, no volvería a verte por toda la eternidad.
—¡¿Qué pasó con las cartas?! —demandó el demonio con gesto enfadado que sorprendió al propio Satanás.
—¿De qué cartas estás hablando?
—¡No te hagas el inocente! —exclamó con la voz quebrada debido a la furia —Hablo de las cartas que le escribí a mi ángel y jamás recibió. —para ese punto, tenía la voz trémula y luchaba para evitar que lágrimas de impotencia surgieran de sus ojos.
Satanás formó una pequeña sonrisa maliciosa en su rostro —Ay, Crowley... —hizo una pequeña pausa —O al menos espero que esta vez sí seas Crowley, no me gustaría tener a un ser angelical paseando por mis pasillos de nuevo.
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Memorias de un demonio (O cartas a Aziraphale)
RomanceAnthony J. Crowley ha pasado 6000 años de su existencia en la tierra y por supuesto que, para un demonio como él, no han sido nada aburridos. Él mismo ha plasmado todas sus vivencias y sentires aquí, en forma de cartas dirigidas a su ángel. Pero, ¿Q...