47 || ULTIMO CAPITULO

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47.

Tres meses después.

Vuelvo a observar mi teléfono antes de recostarme sobre mi nueva cama e intentar descansar, que es lo que he estado haciendo en la última semana. Mi fecha de parto cada vez se acerca más y más y, desde que mi familia se preocupa mucho por mi, me han prohibido ir a trabajar. Créanme, lo he intentado pero mis propios compañeros de trabajo me lo han impedido. Así que cada vez me tengo que recordar que los amo, y que lo hacen por mi propio bien, porque la semana pasada comencé con algunas pérdidas, y mi doctora me pidió que haga reposo.

Así que, aquí estoy.

Día siete y todavía no me he levantado para otra cosa que no sea ir al baño. Ni siquiera tengo permitido levantarme para comer.

Y, desde que finalmente me mudé y compré la casa que quería (que tiene escaleras) me han encerrado en mi habitación.

La razón por la cuál no he dejado de observar mi teléfono es porque estoy contando los minutos que hay de diferencia entre cada contracción. Mi doctora me dijo que sería normal en este tiempo, pero mientras estén bastante alejadas las una de las otras.

Por ahora lo están, pero no lo suficiente. Porque no he dejado de quejarme del dolor desde que comenzaron hace veinte minutos atrás.

La última vez que me fijé, eran seis minutos de diferencia.

La idea de tener que pasar por esto sola me aterra, pero tampoco quiero llamar a alguien cuando ni siquiera comencé en trabajo de parto. Así que intento relajarme en mi lugar y cuando la cama se vuelve lo suficientemente incómoda para mí, decido levantarme y caminar un poco, es entonces cuando siento algo mojado en mis pies.

Mi primer pensamiento es que me hice pis encima, pero luego me doy cuenta que mi fuente se acaba de romper. Mi primera intuición en llamar a Cassie o a Ben, pero me mantengo quieta en mi lugar esperando la venida de una contracción que todavía no llega. Así que, tomo mi celular y decido llamar a mi doctora.

La a unos pocos minutos y ella solo me dice que me tranquilice y, mientras las contracciones se mantengan alejadas no tengo por qué correr. Me recordó que tomara todas mis cosas necesarias y que me dirija hacia el hospital.

Justo cuando comienza otra contracción, siento que la puerta de la habitación se abre y no tengo tiempo de levantar la cabeza para ver quién es cuando siento unas brazos alrededor de mi. Comienzo a respirar de la manera en la que las clases de parto me enseñaron hasta que la contracción desaparece.

—¿Estás bien?—me pregunta, sin ocultar en temor y la preocupación en su voz.

—Yo...—intento calmar mis nervios antes de levantar la mirada hacia el hombre que se encuentra frente de mi. Le sonrío un poco, sin poder evitarlo, porque no pudo haber llegado en un mejor momento.—Mi fuente acaba de romperse, así que necesito ir al hospital. ¿Qué hora es?—le pregunto.

—Las once y treinta y cinco.

—Genial. ¿Crees que puedas ir a buscar la maleta? Está en la habitación de la bebé.

—Claro.—dice aún sin poder creer que de hecho estoy por tener el bebé. Así que se da media vuelta sin decir nada, pero lo detengo antes que crucé el umbral de la puerta.

—¡Gracias, Ben!—le digo.

Él gira sobre sus talones y me sonríe ampliamente.—De nada, hermanita.

Hasta que el contrato nos separe. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora