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Pasaron casi tres meses desde la primera vez que conocí a James en mi departamento. Tres meses desde que él se presentó en mi puerta, para luego pedirme matrimonio. Muchos dirían que ese corto periodo de tiempo no es lo suficiente como para conocer a una persona o incluso para acostumbrarte a ella. Yo creía eso también, pero cuando me mudé al departamento de James, todo eso cambió. Se sentía extraño cuando él no se encontraba alrededor cocinando o tomando el café por las mañanas. Incluso dormir sin él a mi lado se sentía extraño, y siempre he sido una persona que le gusta tener su propio espacio en la cama. Pero cuando Violet vino a San Francisco, estuvimos obligados a dormir en la misma cama por tres semanas. Uno se acostumbra a eso, quiera o no.

Entonces sí, lo extrañé.

Extrañé la presencia de él alrededor de la casa, y el ser capaz de hablar con alguien más aparte de mi hermano y Cassie. Espero que, cuando esto termine, al menos podamos ser buenos amigos.

Luego de unos segundos, James se aleja de mí, no sin antes besar la parte superior de mi cabeza.

—¿Qué haces aquí?—dice mirándome a los ojos con la mejor cara de sorprendido.

Le sonrío.—Te extrañé. Y, como no tenía mucho trabajo para hacer, quise venir a verte y darte una sorpresa.—miento.

James sonríe.—To también te extrañé, cariño. Ven, siéntate.—me pregunta, tomando un asiento de la mesa de al lado y acercándola a la nuestra para que pueda sentarme a su lado.

—Hola, señor Miller.—le digo a su padre.

Asiente en mi dirección.—Que agradable sorpresa, Claire.

Observo a James tomando asiento y le sonrío, él toma mi mano entre las suyas.—¿Recién llegas?

—Si. Tuve un largo vuelo hasta aquí, y estoy un poco cansada, pero valió la pena. ¿Cómo está Violet?—cambio de tema. Lo último que se es que cuando James y yo viajamos a Las Vegas, ella se fue a la casa de su padre.

—Bien. Enojada por la pequeña locura que hicieron ustedes dos, así que regresó a Sudamérica.

—Deberíamos llamarla.—le digo a James, y él asiente rápidamente antes de llamar a la camarera. Por más de que haya sido muy insistente con el tema de la boda, y no era una persona muy fácil de tratar, no se merecía enterarse así. Ella realmente estaba emocionada por la boda—incluso más que yo.

—Le mandé un mensaje.—dice rápidamente.

Ruedo los ojos en su dirección. No importa cuantas veces se lo diga, este hombre no comprende que esa no son formas de decirle a tu hermana que te vas a casar o, en nuestro caso actual, que ya lo hiciste.

Cuando la camarera viene a nuestra mesa, sólo me pido un té mientras que los hombres vuelven a llenar sus tazas de café.

—¿No tienes hambre?—niego con la cabeza. La verdad es que estoy tan agotada por el viaje de doce horas en avión, que en lo único que puedo pensar es en dormir. Pero, por más que quería, no podía ir directamente a la habitación de James porque, tenía que sorprenderlo frente a su padre y, no tenía la llave de la habitación. Aparte, en San Francisco serían casi las seis de la tarde, y aquí apenas eran las ocho de la mañana. El jetlag estaba teniendo efecto en mí.

Terminamos nuestro desayuno mientras charlábamos entre los tres, aunque el padre de James hizo casi todas las preguntas, interesado, al parecer, en la especialidad que seguí en la Universidad y en mi pequeña editorial. Si le parecía una inversión estúpida del dinero que heredé de mis padres, no lo dijo, pero creo que lo estuvo pensando debido al cuestionamiento sobre mi trabajo. Al menos no volvió a preguntar sobre el contrato pre-nupcial, lo cual fue un gran alivio.

Hasta que el contrato nos separe. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora