Capítulo 47: Atravesada

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Los siguientes días pasaron tediosamente lentos.

Alex toda la semana me usó como a una secretaria. Me mandaba a buscar muestras médicas de un lado a otro, redactar recetas, llamar para cancelar turnos y así, no me molestaba hacerlo, pero no era esa mi tarea en el hospital.

Amber estuvo fuera del estado, ya que con otros enfermeros hicieron un viaje hasta Washington en un programa de prevención de enfermedades de trasmisión sexual. Recién iba a regresar el viernes por la tarde.

Por lo tanto, mi novio ―nuevamente sin mi consentimiento―, venía a buscarme para llevarme a casa, con un eternamente disgustado Austin.

Sam era un novio bastante raro, ya que solamente se ocupaba de mí como una obligación. Nuestra relación se basaba en un beso como saludo, conversaciones incómodas en el trayecto desde el hospital hacia mi apartamento, y a veces, llamados deseándome buenas noches, preguntándome cómo estaba y muy difícilmente permitiéndome contestar aquella pregunta.

Le había aclarado tantas veces que sólo éramos amigos, pero él parecía no comprenderlo del todo.

O no quería.

Terminando mi jornada de viernes, cuando llegué a casa lo único que hice fue ir directamente a la cama. Dejando por el pasillo todas mis cosas desparramadas y a un Jo solicitando un poco de atención.

―Sube tú, yo no tengo fuerzas para levantarte ―le dije, tirada en la cama―. Necesito vacaciones.

Jo saltó hacia la cama, esperando que lo acaricie un poco, pero no pude hacerlo, porque escuché la puerta de entrada abrirse. Me incorporé de inmediato, alarmada, porque claramente había empezado a usar llaves para cerrar.

―¿Sam? ―pregunté mientras comenzaba a dirigirme hacia la sala, cautelosamente.

Cuando llegué, la sangre abandonó mi cuerpo. De pronto me sentía fría y mareada, con ganas de vomitar o desmayarme.

―¿Quién se supone que es Sam? ―preguntó con la mirada llena de furia, en medio de mi sala.

―¿Cómo entraste aquí?

―Oh, hablé con Jhon. Pero eso no importa, ¿verdad? ―Su voz cargada de ironía me enfurecía,

―¿Quién rayos es Jhon? ―pregunté, no entendía cómo había entrado a mi apartamento, y no me gustaba para nada su presencia.

―Cuida tu lenguaje jovencita ―reprendió mi madre―. Jhon es a quien alquilas este lugar ―dijo de manera despectiva mirando hacia los rincones y viendo mis cosas fuera de lugar―. Él no dudó en darme la llave cuando le dije que era tu madre y que quería darte una sorpresa.

―Vaya sorpresa.

―Bueno, veo que te la pasas bien ―habló empezando a caminar lentamente, mirando hacia los muebles―. Llevas una vida bastante despreocupada.

―¿Cómo supiste dónde encontrarme?

―Te seguí. Bueno, en realidad seguí el auto del tipo con el que te revuelcas aquí ―dijo con asco, y yo la miré con la boca abierta. ¿Ella realmente dijo eso?―. Vamos, no te hagas la sorprendida. Desde que lo vi en el cobertizo supe que andaba colado entre tus bragas.

―¡No tienes ningún derecho de hacer esto! ¿Cómo puedes venir hasta mi apartamento solo para tratar de humillarme? ―pregunté gritando y al borde de las lágrimas.

Odiaba no ser capaz de controlar el llanto, pero la furia hacía que brotara sin pedir permiso. Yo enojada era patética.

―¡Tengo derecho! ¡Sigo siendo tu madre! ―me gritó ella de regreso―. Y no te preocupes, no estoy tratando de humillarte. Tú lo estás haciendo sola.

―Vete. ―Odio y amargura salían acompañando mi voz, sorprendiéndome, jamás pensé que podía llegar a odiar a mi madre, y muy en el fondo no quería hacerlo. Pero tampoco podía seguir alimentando un enfermo lazo que nos hacía daño. Y ella no podía seguir creyendo que tenía derecho a decirme las cosas que me decía.

―¿Cómo pudiste caer tan bajo? ¿No te da asco ser una perra? Porque a mí me repugna el hecho de que te estés comportando como una.

―¡Vete! ―grité aún más fuerte, y estuve a punto de empujarla, cegada por la furia, pero me detuvo la voz de mi padre cuando entró en la habitación.

Agradecí enormemente al cielo su intervención.

―¿Qué son esos gritos? ―preguntó ingresando a la sala con unas bolsas en sus manos, y nos miró confundido―. Raquel, ¿qué está pasando?

―Oh nada, Terrence ―dijo con un tono amargo y repulsivo―. Solo que a nuestra hija no le gusta oír verdades.

―¿A qué viniste mamá? ―pregunté, y sentí que la furia fue cambiada por tristeza―. A reclamarme lo que no pudiste reclamarle a tu hija adolescente, ¿verdad?

En ese momento, mi madre se abalanzó sobre mí violentamente. Jaló de mis cabellos y golpeó mi mentón. Sabía que su reacción era producto de la culpa que sentía por lo que pasó, y su forma de ser conmigo era el miedo por volver a vivir eso. Pero golpearme no era la forma, y creo que hubiese seguido atacándome, pero papá la separó de mí, sacándola de mi campo de visión. Todo pasó de manera rápida, y yo solo atiné a caer en el suelo y llorar desconsoladamente.

―No sabes cuánto lamento lo que pasó Becky ―dijo mi padre al regresar, arrodillándose frente a mí para abrazarme―. No debí volver a caer en esto, yo sabía que esto no estaba bien.

―Esto fue demasiado ―dije aun llorando―. Esta vez ha ido demasiado lejos.

―Lo sé, pequeña ―agarró mi cara a los lados para que lo mire a los ojos―. Prometo que la mantendré lejos. Prometo que no volverá a lastimarte.

―No creo que pueda lastimarme más de lo que ya lo ha hecho, pa ―apunté mi pecho―. Ella atravesó esto.

―Ella no volverá, ya lo hice con Maddy ―besó mi sien―. Lo voy a hacer por ti.

―Gracias papá ―dije en un susurro.

Sabía qué él podía cuidarme, siempre lo hizo. A su manera, pero lo hizo.

―No debes preocuparte más, enfócate en tu carrera. El piso está pago por el siguiente año. Tú tienes que salir adelante... No te preocupes más por nosotros.

Se levantó del suelo, dejando la llave que tenía Raquel anteriormente sobre la mesa y se dirigió hacia la entrada.

―Si necesitas algo, no dudes en llamarme ―dijo con la tristeza hablando por él―. No siempre le cuento todo a ella, puedes confiar en mí.

Y con eso se marchó.

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora