Capítulo 22: Más pistas

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—¡Oye! ¡Espérame! —gritaron a mi espalda.

Me paré en el sitio y esperé que el doctor Alex llegara hasta mí, sin voltearme.

—Realmente lamento que hayas presenciado todo eso Rebbeca —dijo él cuando me alcanzó, posicionándose frente a mí—, a veces mis pacientes son un poco... prepotentes.

—¿Es su paciente? —pregunté. Si bien era una de mis hipótesis, no esperaba que fuera real.

—Lo es, o lo era... No lo entiendo realmente.

No sabía que decir, estaba confundida. ¿Qué clase de paciente sería él?, ¿debería decirle que estuvo de colado en la casa de mis padres? 

Un silencio incómodo nos envolvió, Alex tenía la mirada en sus pies, y yo lo miraba, pero no lo veía realmente. Estaba pensando en lo que pasó en el estacionamiento, en los golpes de Sam, en las heridas de Alex, y en los brazos fuertes e inmovilizadores de Austin.

—Deja que te acerque a tu casa, por favor —pidió suplicante, y por un momento pensé que me debía una explicación, pero no era cierto. Nosotros dos éramos apenas conocidos.

—Oh, no será necesario doctor, no vivo muy lejos —dije rápidamente.

—Es lo menos que podría hacer por ti después de esa escena. Además, aún tienes las llaves de mi auto —agregó tratando de sonreír, pero cambiando su intento por una mueca de dolor por la herida de su labio inferior.

Recordé que había sacado las llaves del auto antes de cerrar las puertas y correr hacia él. Busqué en mi bolsillo, y se lo di en las manos para después reír.

—Bueno, supongo que no podría negarme. Quisiera llegar lo antes posible a casa.

—No perdamos tiempo entonces —dijo para luego poner su mano en mi espalda baja y encaminarme hacia el estacionamiento.

Su gesto no era necesario, pero no me molestaba en lo absoluto.

***

—Te digo que sí, el rubio fue quien lo golpeó.

Estaba sentada en el balcón con Jo en mi regazo, hablando con Amber por teléfono. Ella me había llenado de mensajes diciendo que, si no le contaba lo que había pasado, no me dejaría en paz. Y después de diez minutos de puro fastidio y acoso, me cansé y terminé contándole detalle por detalle. Pero ella no conforme con eso, me llamó para reafirmar los hechos que le había contado minutos antes.

—Pero, ¿él no le devolvió los golpes?

—No, no lo hizo. Pero entendí que no lo hizo porque es su paciente.

—El rubio, ¿es su paciente?

—Que sí —dije cansada de sus preguntas repetitivas.

Entonces ya sé quién es. El rubio de tatuajes, ¿cierto?

—Sí, ¿cómo lo sabes? —inquirí curiosa.

Vamos, trabajo en el hospital hace algún tiempo —dijo obvia—, lo he visto varias veces llegar con otro chico bastante mono, siempre buscando al doctor... es muy nervioso, ¿sabes? Otras veces tuve que curar las heridas de los dos... Es más, ese día que entregaste tus papeles en recepción, su amigo estaba en la cola para buscar la habitación del chico rubio. Estuvo internado un par de días y luego escapó.

—¿Todo esto es cierto? —pregunté, emocionada por haber descubierto algo sobre ambos—. Hace unos días, mis padres encontraron al rubio en el cobertizo de casa.

Pobre chico, seguro tus padres lo castraron —se burló ella.

—Casi, pero llegué a tiempo. Hay una cosa que he omitido...

—¿Por qué eres así? —lloriqueó ella.

—El rubio, se llama Sam. Es sobre su amigo...

—Anda, a ti no te queda el suspenso Rebbeca.

—¿Ahora soy Rebbeca? —pregunté, tratando de evadir la conversación, mordisqueando mis uñas.

Me sentía como una autentica cotilla. Y a lo mejor sí lo era.

Son los genes de Raquel.

Dilo.

—El amigo de Sam, es Austin... Austin Reed.

—No inventes... eso explica mucho.

—Explica tú eso.

—Prefiero guardarlo para mí. ¿Cuántos años dices que tiene?

—Diecisiete años, supongo.

—Por él puedo esperar un año...

—Amber... —dije en tono de reproche.

—Lo digo en serio, está muy bueno. Sam también lo está, pero se lo ve bastante inestable.

—Alex me trajo a casa —dije para cambiar de tema.

—Ya lo digo, tú sí que no pierdes el tiempo. ¿Qué dijeron tus padres?

—Nada, me trajo a mi casa —recalqué inflando el pecho—, mis padres no tienen por qué saber todo lo que hago —dije sintiéndome orgullosa de estar fuera del nicho paternal.

—¿Qué? ¿En dónde estás?

—¿Recuerdas el departamento frente a LA Fitness?

—A ti sí que no se te puede hacer cambiar de opinión —soltó, riendo. 

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora