Capítulo 52: No tienes elección

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Cuando Amber despertó, se unió a nosotros a desayunar, pero luego se marchó excusándose con que tenía muchas cosas que arreglar para empezar su rutina al día siguiente.

Por mi parte fui recordando lo que pasó la noche anterior; mientras estábamos mirando la película con Amber y Sam, Austin le había enviado un mensaje al último para que lo fuera a buscar.

Cuando regresaron ―según Sam, para asegurarse de que yo estuviera bien―, nosotras estábamos llorando por la muerte de uno de los personajes. El rubio nos dijo que ya era hora de dormir, y Amber muy obediente desapareció de la sala, cayendo inconsciente sobre mi colchón.

―Vengan a dormir a la cama, la otra habitación está vacía. Pero mi cama es grande.

Nosotros ya nos vamos, mi fastidioso amigo quería estar seguro de que se duerman dijo Austin cansado―. Y que cierren la puerta con llave.

―Si mi novia dice que quiere dormir conmigo, lo haré ―había contestado Sam en el mismo momento que me abrazaba por los hombros y me guiaba hasta mi habitación, mientras tanto Austin se quedó murmurando cosas que no comprendía.

Después de que Amber desapareció, Sam fue a ducharse como si fuera su casa, y Austin miraba asqueado a Jo que trataba de subirse a su regazo para recibir un poco de cariño.

―Aleja esa cosa de mí ―dijo sin apartar la vista de mi pequeño amigo―. Sácalo.

―No seas un bebé, es inofensivo ―le reproché mientras alzaba a mi mascota.

―Es repulsivo.

―Tú eres repulsivo ―contesté sin pensar―. No te metas con Jo.

―Creo que te produzco muchas cosas, menos repulsión ―dijo totalmente arrogante, y odié que tuviera razón―. De todos modos, ¿qué es Jo?

―Pues es obvio que es un conejo. No eres muy listo, ¿verdad?

―Me refería al nombre, Rebbeca ―agregó mirando hacia los lados, como si no encontrara otra cosa más interesante que conversar conmigo. Ese simple gesto me molestó mucho.

―Es una larga historia ―mentí, realmente solo era la última silaba de conejo, en español―. De todos modos, ¿no tienen otra cosa que hacer que estar siempre metidos en mi departamento?

―Verás, tu novio ―dijo la última palabra lentamente y llena de burla― se está duchando en este momento. Y por lo que veo, le caes demasiado bien. Así que pasaremos más tiempo del que incluso a mí me gustaría pensar.

―Sam no es mi no-vi-o ―me defendí, cansada de repetir siempre lo mismo―. De todos modos, Sam es bienvenido. Tú, en vez de tener que lidiar con una tediosa conversación conmigo, podrías ir y besuquearte con quien sea ―apunté su cuello lleno de pintalabios corrido―. Eso sí es repulsivo.

Él solo rio, mostrando todos sus dientes y cerrando los ojos. Incluso así, con las facciones de niño, lucía condenadamente atractivo.

Eres una degenerada, Rebbeca.

Solo estaba admitiendo que el niño era bonito.

―No deberías ponerte celosa, Becky. A fin de cuentas, tú te besuqueas con mi amigo frente a mí, y yo no digo nada.

―¡No estoy celosa! ―intervine, poniéndome roja―. A lo que quería llegar era de que no estás obligado a estar aquí si no quieres. Pues a ti nadie te ha invitado.

―Oh, eso es tan descortés ―dijo fingiendo disgusto―, aparte de incierto. Sam y yo somos un mismo paquete.

―Eso ni siquiera está en discusión, nunca quise ninguna parte de lo que sea que fueran ustedes y sus dramas. ―Sus ojos se clavaron en los míos, mientras su sonrisa burlona no abandonó ningún momento su rostro.

Por unos instantes pensé que solo estábamos los dos en aquel lugar; pero Jo vibrando en mi regazo, y el sonido de la ducha me recordaban que el mundo aparte de él, sí existía.

―Esto es tan gracioso, Becky. Ya no tienes elección ―dijo sonriendo, y haciéndome enojar por creerse superior a mí―. Y no porque no tuvieras libertad para elegir desde el comienzo. Yo te lo advertí, no quisiste alejarte, ahora lo que menos debería preocuparte es que merodeemos en tu apartamento.

¿Que no tengo elección? Mira nada más.

―¡Dios! ¿Te estas escuchando? ―pregunté frustrada, levantándome y tratando de mantener la calma para no golpearlo―. Hablas como si fueras un mafioso, ¡un delincuente! Tienes diecisiete años, ¿y crees que debería tenerte miedo? Pues lo lamento, niño, pero que hayas estado una noche en un maldito calabozo, por motivos que desconozco, no me hace tenerte el miedo suficiente como para que a partir de ahora decidas qué hacer en mi vida.

Cuando terminé mi raro monólogo, que en verdad no supe ni de dónde había salido, Austin solo quedó mirándome sin emociones. Pensé que había ganado aquella disputa, pero lejos de ver derrota en su cara, empezó a reírse.

―¿Qué es tan gracioso? ―preguntó Sam, apareciendo en la sala con tan solo una toalla.

―¡Oh amigo! ―contestó Austin entusiasmado―. Solo estaba pensando en lo jodidamente afortunado que eres. Tu chica es genial.

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora