En el segundo tramo de horario de mi primer día, el doctor me había dado las historias clínicas de los pacientes internados en terapia para que los estudiara, ya que, al día siguiente estaría presente a la hora de los controles psiquiátricos y neurológicos. Me dejó sola en su consultorio, mientras yo transcribía los nombres de los pacientes y los detalles más importantes.
En la universidad nos habían enseñado que a los pacientes no debíamos tratarlos según su condición de salud físico/mental. Un ejemplo es que a veces, entre los doctores o los enfermeros, en vez de referirnos a los pacientes por sus nombres, los llamamos por sus enfermedades, por el número de camilla, o por rasgos personales.
"Cámbiale el suero a la mujer de las quemaduras", "la camilla número siete necesita un analgésico", "el rubio bipolar vino, necesita un aumento en su dosis de somníferos".
Si bien es difícil aprenderse los nombres de cada uno de los pacientes, es lo más humano. Se supone que los médicos trabajan para la salud y el bienestar de la humanidad, y humanidad es lo que a veces más nos falta, pues ya me incluyo.
De todos modos, ¿qué hacía el infiltrado con el doctor Alex? ¿Y si era un sociópata, y estaba espiándome?
Bueno. Esa era otra cosa que nos habían dicho en la universidad que no debíamos hacer; diagnosticar —en mi caso juzgar— a un paciente, sin haberlo tratado. Me reprendí a mí misma por mi falta de profesionalidad y terminé de anotar los últimos pacientes del doctor Alex. Una vez terminado, repasé todo de nuevo para asegurar. Al día siguiente teníamos que ir a controlar los avances de cinco personas con depresión; dos de ellas con ansiedad crónica y una con ataques de pánico, otras dos personas que padecían demencia, y una niña con autismo. Un total de ocho pacientes a lo largo del día.
El doctor Alex apareció nuevamente en su consultorio, sobresaltándome en el instante por su brusquedad al abrir la puerta. Estaba vestido con una camisa a cuadros y pantalón negro, encima traía su bata, y el estetoscopio colgando en su cuello, y así, me miró sorprendido al notar mi presencia en su escritorio.
—¡Vaya! Lo siento, no estoy acostumbrado a compartir mi consultorio —dijo notando mi pequeño susto, pero recuperando su compostura al instante—. Si ya terminaste con eso puedes irte.
Tardé en reaccionar, estaba analizando una a una sus palabras, y estaba completamente segura de que debí parecer una completa idiota. Pero es que, ¿sólo eso?
Pensé que mi primer día iba a ser más interesante, el recorrido lo pude haber hecho días antes, con Amber. Y las historias clínicas podía estudiarlas en casa. Me pareció una pérdida de tiempo valioso, contando que no aprendí nada.
—Sí, ya he terminado. —Una vez saliendo de mis pensamientos, junté todas mis cosas y llevé el bolso a mi hombro—. Supongo que hasta mañana doctor —dije tratando de que la decepción no tome el control en mis palabras.
—No te olvides, debes estar a las ocho —dijo antes de que cierre la puerta de su consultorio.
—Ni ti ilvidis...—repetí sus palabras para luego reírme de mí misma por mi inmadurez.
Caminé hasta el estacionamiento rápidamente, para irme lo antes posible a la casa de mis padres, pero cuando salí del edificio, una sensación me embargó y me puso los pelos de punta; me sentía vigilada.
Odiaba esa sensación, me hacía sentir nerviosa e incómoda, sin contar la parte de que me asustaba un poco. Miré a los lados para corroborar mi suposición y efectivamente, alguien me estaba observando.
Él estaba apoyado en un Jeep negro, mirándome desafiante. Y todavía no me sabía el nombre de aquel chico rubio tatuado.
***
Una vez en casa, después de higienizar a Jo, preparé mi ropa para el día siguiente junto con mis otras cosas. Sin saber qué más hacer, volví a agarrar un libro; esta vez me decidí por El prisionero del cielo, uno de los libros de la tetralogía de El cementerio de los Libros Olvidados.
Fui al jardín con Jo siguiéndome por detrás. Pero estar de nuevo en el jardín, me hizo recordar el mensaje de Austin, ese mensaje que me dejó con un poquito de miedo.
Vamos... No es que siempre fuera así de miedosa con todo, pero a Austin no lo había visto aún desde que llegué, y el tipo ya había conseguido mi número, y me había demostrado que estuvo observándome la noche del día jueves.
A pesar de haber cambiado sus pañales —bueno no, pero casi—, no conocía al nuevo Austin. Es decir, yo no era la misma persona que hace siete u ocho años atrás. Él también debió haber cambiado. ¿Quién dice que no se volvió un acosador?, ¿o un maniático de la carne de conejo? ¿Y si era un vendedor de armas ilegales en el mercado negro?
Debía dejar de asociar a Austin con armas. Bueno, por lo menos esperaba que no existiese relación alguna entre él y las armas.
Con curiosidad, escalé un par de ramas de una de las enredaderas que cubrían el alto muro. Y con dificultad llegué a tocar el final de la pared musgosa, y haciendo un poco más de esfuerzo, pude levantar mi peso con las manos, apoyando mis brazos.
—Carajo —dije viendo que estaba en la pared que conectaba al jardín de la señora Harrison y no al de la señora Marga.
Tuve que bajar e ir al otro extremo del jardín, el que sí era el lado que me interesaba. Volviendo a maniobrar, espié desde mi improvisado escondite de plantas enredadas.
Pero en su jardín no estaba Austin. Solo estaba nuevamente él.
Era como una maldita piedra en los zapatos.
Tenía que averiguar qué tenía que ver ese rubio en todo esto. Pero antes tenía que... —Mis pensamientos fueron interrumpidos por el crujir de una de las ramas que me sostenía bajo mis pies. Segundos después, me encontraba desplomada en el césped mirando hacia el cielo, con mi brazo izquierdo bajo mi cuerpo y Jo olfateando mi cara.
________________________¡Buenas buenas!
Que golpazo se dio esta chica, todo por andar de chismosa jajajaja
Espero que les esté gustando la historia, a mí me gusta escribirla. Si es que les gusta, háganmelo saber en los comentarios o regálenme estrellitas... y si no les gustó, también háganmelo saber, siempre son bienvenidas las opiniones, y a mí me ayuda a seguir creciendo como intento de escritora.
En fin, ¡Gracias por darnos una oportunidad!
Les mando un beso de parte de Jo, y todo el amor que pueda dar mi pequeño corazoncito en problemas. 🖤
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Un pequeño gran problema [COMPLETA]
Chick-LitLa vida adulta no siempre es como uno se lo espera, y a más de uno le resulta caótico el proceso de adaptación. Rebbeca Houston no es la excepción, ya que su vida da un giro drástico cuando decide volver a su ciudad natal para terminar con su capac...