―¿A qué se debe el honor? ―preguntó socarrón.
―Necesito que vengas al hotel Quality, y traigas un poco de ropa para Sam ―respondí apresurada.
Lo oí suspirar pesadamente y hacer un esfuerzo, suponía que para levantarse.
―Estoy ahí en veinte.
Y así finalizó la llamada.
Dana se había vuelto a dormir, y yo estaba a su lado, mientras que Sam estaba en mi cama, envuelto tan solo en una toalla.
El reloj marcaba las dos y diez de la mañana, y mi cabeza ya estaba pensando en lo mal que la iba a pasar en las siguientes horas cuando mis responsabilidades el hospital sean cumplidas. Pero claramente no podía dormir sabiendo que Sam estaba en la misma habitación que compartía con mi pequeña sobrina.
Sabía que Sam no era un mal tipo, pero su mente era todo un universo del que todavía no conocía ni el cartel de bienvenida. No iba a correr ningún riesgo, por lo menos no mientras pudiera evitarlo.
Lo oí reír ante una escena que veía en el televisor, y empecé a quedarme dormida...
Mi corto sueño en el que besaba a Austin, y luego Sam lo hacía puré, se vio interrumpido por unos golpecitos en la puerta. Me incorporé y vi al rubio, que lejos de inmutarse, seguía mirando una película de comedia romántica.
Cuando abrí la puerta, me encontré a Austin sonrojado, y el tiempo se detuvo.
Él estaba agitado, su respiración era entrecortada, pero aún así pude ver su rostro preocupado. Nuestras miradas quedaron entrelazadas como las manos unidas de una pareja que camina por la calle; llena de sentimientos, pero a la vez tan familiarizados con aquello, que nos parecía natural.
Retrocedí un par de pasos, mientras él se acercó aún más a mí; quedándonos en el centro de la habitación, sin desconectarnos, ni para parpadear.
A lo mejor el sueño me dejaba adormilada, o su propia presencia me hacía sentir como si flotara.
La escena se volvió tan cliché, y la rematé cuando, hipnotizada, me acerqué para poder besarlo, como lo había hecho anteriormente en mi sueño; aquel acercamiento hizo que nuestras respiraciones se mezclaran, al igual que el sonido de nuestras palpitaciones, y todo eso sin despegar la mirada uno del otro. Lo vi sonreír, para mi gran asombro sin burla, y eso me motivó para avanzar un poco más, haciendo que nuestras narices se rocen.
El tiempo no existía como lo conocía anteriormente, las agujas del reloj no tenían sentido para mí, solo sentía cómo los segundos se fundían con los minutos, o las horas, y todo era dictado por el tictac de mi corazón y el suyo. Cerré los ojos, esperando que el diera el último paso, y así corroborar que ambos estábamos dispuestos a darnos aquel beso.
Pero antes de que pudiéramos concretar algo, escuchamos a Sam reírse, rompiendo el hechizo. Rápidamente abrí los ojos, mientras oía suspirar a Austin. Cuando lo vi, tenía los ojos cerrados y terminó apoyando su frente a la mía, derrotado.
―Ustedes dos... ―se interrumpió con su propia risa―. Ustedes dos, son como la película.
Ambos volteamos a ver el televisor, y en ella aparecía la escena de un beso apasionado. Inmediatamente sentí mi cara arder.
―Si no los hubieras interrumpido, hubieran terminado como en la tele ―agregó Dana divertida, dirigiéndose a Sam. ¿No estaba ella dormida, acaso?
Él lo meditó un segundo, y luego asintió molesto.
Austin se separó de mí, para mirar a su amigo con el ceño fruncido; este otro lo miraba desde la cama, desparramado y cubierto tan solo por la toalla en su cintura.
―¿Qué se supone que estás haciendo? ―le preguntó el menor mientras le tiraba un bolso que no había notado anteriormente.
―Estoy mirando una película ―contestó Sam, mientras volvía a concentrarse en la pantalla―. ¿Tú que estás haciendo?
―Vine a traerte ropa ―escupió sonriendo, sin rastro de diversión.
―Bien, ¿podrían ir a pelear afuera? No es bueno que una niña esté despierta a estas horas de la noche ―dijo mi sobrina molesta, acomodándose de nuevo en la cama.
Sí, lo dijo ella misma.
Sam estuvo a punto de levantarse, pero lo detuve a tiempo.
―Primero, vístete.
Dana rió desde su lugar, y volvió a acomodarse entre las cobijas. Por otro lado, Austin salió de la habitación dando un portazo. Quise ir tras él, y esta vez Sam me detuvo.
―No te vayas, quiero hablar contigo ―pidió―. Austin esperará.
***
Los tres nos encontrábamos sentados fuera de la habitación, en el pasillo silencioso, por petición del rubio.
―Tengo problemas ―dijo Sam, después de tenernos varios minutos en silencio, expectantes―. Sé que hoy íbamos a dejar de ser novios, Becky, pero no puedo dejarte.
―A mí me parece que no debías estar mirando películas ―resopló Austin―. Ya sabes cómo te pones después.
Los miré sin entender, y Austin se apresuró a explicarme: ―Copia todo lo que ve por ahí... Ya te lo había comentado...
―Esta vez no estoy dramatizando ―lo interrumpió―. Y estoy seguro de que si te lo cuento, te pondrás como loco.
Austin suspiró, como sabiendo que lo que se venía no iba a ser bueno.
―¿Podemos ir al punto? ―pregunté.
―No. Primero tenemos que ponerte al tanto de todo... ¿recuerdas a Alex?
―No puedo creerlo ―rió el menor―. Estás mal, Sam. Muy mal.
―Claro que lo recuerdo ―interrumpí a Austin, ganándome una mirada oscura de su parte.
Sam asintió, un poco pensativo mientras miraba la blanca pared que nos rodeaba. No había mucho que mirar, salvo las puertas de madera, y las placas con los números de la habitación.
―Bueno... si esa es la idea, lo voy a contar yo ―dijo Austin, sin cambiar su semblante serio. Sam se lo agradeció en silencio. El chico sonrió al recordar y luego suspiró―. Hace algún tiempo atrás, Sam era paciente del imbécil de Alex. Aquella combinación rara de médico-paciente fue un épico desastre; Alex terminó cediendo a los encantos de Sam, cayendo rendido a sus pies.
―Hablando de manera heterosexual ―aclaró Sam, al ver mi cara de desconcierto―. Bueno, por lo menos de mi parte.
―Como decía ―prosiguió Austin―, el doctorcito le dio distintos tipos de narcóticos a mi buen amigo, según él mismo, para poder mantenerse calmado. Lo que Alex no se vio venir, por más que todo el mundo lo había previsto antes, fue que Sam comenzó a vender aquellos medicamentos, y el maldito imbécil siguió dándole pastillitas... y no solo eso, sino también acceso directo a los suministros del hospital.
Para ese entonces, mi mirada de desconcierto había pasado a una de sorpresa total.
―¿El doctor Alex hizo eso? ―cuestioné sin poderlo creer. Alex me parecía más inteligente que eso; eso era lo que más me gustaba de él, y saber que solo lo había idealizado me sorprendió realmente.
―No lo juzgues, el solo cayó en las redes de Sam ―rio desganado y con amargura―. Al igual que tú y yo.
Sam sonrió de manera siniestra, y la piel se me erizó.
ESTÁS LEYENDO
Un pequeño gran problema [COMPLETA]
ChickLitLa vida adulta no siempre es como uno se lo espera, y a más de uno le resulta caótico el proceso de adaptación. Rebbeca Houston no es la excepción, ya que su vida da un giro drástico cuando decide volver a su ciudad natal para terminar con su capac...