Cuando desperté, me di cuenta de que Sam se había marchado, dejando tan solo una nota en mi pequeña mesa de noche, al lado del velador.
«No estés enojada, solo me preocupo por ti»
Bufé. Esa situación me cansaba mucho. ¿Por qué todo el mundo parecía preocuparse por mí de repente?
Tenía que aclarar las cosas, primero en mi mente y luego a aquellos sujetos que se empecinaban en indagar en mis cosas.
Antes que nada, no iba a alejarme de Sam solo porque Alex me lo decía. No porque aún estuviera dolida con su actitud conmigo, sino porque no era capaz de darme razones sólidas para hacerlo.
Lo siguiente sería aclarar mi relación con Sam; también debía sacarle mis llaves y enseñarle que no podía ingresar y pasearse por mi apartamento como si fuese su casa. Necesitaba aprender sobre el respeto a la propiedad, y modales.
Después averiguaría qué es lo que le sucedía a Amber conmigo, no podía pasar una vida entera evitándome, como si no nos conociéramos.
Con respecto a Austin, no tenía nada que acotar. Tenía otras prioridades, como por ejemplo, mis prácticas en el PreireCaire.
Sí, ese repaso mental estaba bien.
Dispuesta a solucionar mis asuntos, me encaminé hacia el hospital, y llegué allí sin mucha demora. Una vez dentro y frente al pentágono de la recepción, me puse a conversar con Olivia, enterándome que Amber se había quedado anoche hasta tarde con la niña.
―Sí, se fueron como a las once. Me pareció raro, porque ella no tenía turno hasta tarde ―dijo Liv en un fastidioso tono agudo―. También pensé que tú la viniste a buscar.
―¿Por qué la vendría a buscar? ―curioseé―. Ni siquiera tengo coche.
―Solo me confundí ―se excusó, encogiéndose de hombros―. La mujer que las vino a buscar, de lejos era muy parecida a ti.
―¡Buenos días! ―interrumpió el doctor Martin, sin siquiera detener su andar―. Rebbeca, acompáñame.
―Buenos días, doctor ―terminó saludando Liv mientas me sonreía con la boca cerrada a modo de despedida.
Lo seguí sin más, trotando un poco para alcanzarlo. Y cuando quedé a su lado, apenas pude seguirle el ritmo.
―Necesito que hoy hagas la rutina sola ―dijo apurado―. Solo hasta mediodía.
―¿Cree que pueda hacerlo sola? ―pregunté sorprendida, deteniéndome en una curva del pasillo.
―¿Tú te crees capaz? ―cuestionó de regreso, girándose para mirarme. Habíamos quedado a una distancia de casi dos metros, igualmente podía ver la seguridad con la que hablaba.
Envidiaba esa seguridad.
―Si-i ―titubeé―. Puedo hacerlo.
―Lo sé, confío en ti ―dijo volviendo a caminar hacia su consultorio―. Solo déjame darte las historias clínicas, tienes tiempo de leerlas hasta... ―miró su reloj―, tienes media hora. Ante cualquier eventualidad, Alex y Nicholas estarán pendientes.
―Está bien doctor, no se preocupe ―dije nerviosa. Sabía que tarde o temprano eso iba a suceder, pero una preparación mental con antelación no vendría mal.
―No te preocupes tú ―dijo sonriéndome amable―. Mis pacientes son pocos, así que a la mayoría ya los conoces.
Eso me tranquilizó un poco, los internados que ya había visitado eran tratables.
Martin Scott terminó dándome la llave de su consultorio, y la información correspondiente de cada paciente, antes de despedirse para así marcharse otra vez apresurado.
Después de leer la mitad de las historias clínicas detalladamente, mi alarma sonó avisándome que ya era hora de la primera visita. Debía hacer cinco revisiones, a razón de cuarenta minutos cada uno. Y sabía que no me iba a demorar tanto, ya que solo tenía que ver los avances y anotar todo.
Cuando estuve frente a la puerta, suspiré una vez más. Solo necesitaba un empujoncito para ingresar. A través del cristal de la puerta, podía ver al paciente Dick Ayers desayunando al lado de la cama, sin percatarse de mi existencia.
―Vamos, tú puedes Houston ―soltó el enfermero moreno que apareció a mi lado, sobresaltándome mientras tocaba mi hombro―. No te preocupes, nosotros estaremos aquí por si lo necesitas ―terminó apuntando a otro hombre con uniforme azul al que reconocí como Jason.
―Muchas gracias, Luke ―leí su nombre en la tarjeta que colgaba de su pecho―. Está bien, lo haré.
Un poco más animada al saber que alguien estaba controlando la situación, ingresé a la habitación, y Dick levantó la vista rápidamente. Cuando me vio, se levantó de su asiento y se encaminó hacia mí para tenderme su mano.
―Ayers Dick ―dijo apresuradamente, mientras agitaba mi brazo con fuerza―. Es un placer, señora.
Él hablaba de manera acelerada y contundente. Como si estuviera aún en la milicia.
Su expediente decía que era un veterano de guerra, síndrome de estrés postraumático, con varios intentos de suicidio.
Era un hombre de contextura enorme, aún conservaba el corte militar y poseía una barba descuidada. Su entrecejo poblado y eternamente fruncido, sumado a su piel agrietada y llena de cicatrices, eran lo único que podía darme indicios de su edad.
―El placer es todo mío, señor Ayers ―lo saludé, mientras me soltaba educadamente de su agarre―. Soy Rebbeca Houston, vine a visitarlo para saber cómo se encuentra.
―Sé quién es usted ―dijo acercándose a una silla desplegable que estaba tras su cama―. Pido su aprobación para sentarnos a conversar.
―Está bien, hablemos en confianza ―le pedí, sonriéndole mientras me sentaba frente a su asiento―. ¿Cómo es eso de que sabes quién soy?
―Nunca olvido un rostro, señora ―anunció él―. La vi varias veces por ese pasillo.
―Sí, he estado aquí hace algún tiempo. Ayer empecé con el doctor Scott, por eso estoy aquí hoy. ¿Cómo has estado últimamente?
―Nunca olvido un rostro, señora ―volvió a repetir, un poco menos riguroso―. Solo puedo ver rostros.
―¿Rostros? ―pregunté interesada, mientras lo veía a los ojos. Él por su parte parecía ya desconectado del mundo.
―Solo puedo ver sus rostros mutilados, Bill Jones, Eddie Smith, Robert Allen, Steve Albert, Harlon Bradlee, Benjamin Wilson ―decía mientras lagrimas caían de sus ojos―. No los puedo olvidar, siempre están presentes, sangrando en mi memoria... Omar Block, Mark Johnson, Kevin Thomas, Richard Davis, Donald Carter, Brian Cox, Anthony Brooks... ―siguió la lista sollozando.
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Un pequeño gran problema [COMPLETA]
ChickLitLa vida adulta no siempre es como uno se lo espera, y a más de uno le resulta caótico el proceso de adaptación. Rebbeca Houston no es la excepción, ya que su vida da un giro drástico cuando decide volver a su ciudad natal para terminar con su capac...