Estando en el taxi mi teléfono no paraba de sonar.
El enojo del momento fue sustituido por una enorme tristeza. No quería ver las llamadas de mis padres en el móvil, eso haría que me sienta aun peor.
Esperé llorando que cesara aquel ruido que me agobiaba, sin calcular en el momento que tan solo bastaba con silenciarlo, o apagarlo. Cuando dejó de sonar, busqué el aparato infernal entre mis cosas y lo miré.
Sorprendentemente las llamadas no provenían de mis padres; Austin había dejado varios mensajes en WhatsApp, con algunos minutos de diferencia. Los leí desde las notificaciones, sin abrirlos en la aplicación.
"Qué bueno que ya no soy el único al que tienen que buscar con la policía en el vecindario."
Cuarenta minutos después había escrito otro que ponía: "¿Estás bien?"
Y diez minutos después del último, un poco antes de su última llamada, escribió: "Si necesitas algo, no dudes en llamar."
Fruncí el ceño, y limpié los rastros de lágrimas que recorrían mis mejillas. Debía bajarme del taxi, ya habíamos llegado a destino.
El taxista, por amabilidad —o por pena— me ayudó a subir las cosas hacia mi piso, haciendo comentarios divertidos para que el silencio no se volviera incómodo en el ascensor. Él era un hombre de procedencia mexicana, como de cuarenta años; y al despedirse de mí, me dejó su número telefónico personal, ofreciéndome su servicio vehicular.
—Bienvenido a casa, Jo —dije una vez estuvimos los dos solos.
***
—Si quieres podemos seguir avanzando con esto en el almuerzo, yo invito —dijo el doctor Alex sin mirarme a la cara.
Estábamos tratando de acomodar los archivos de los pacientes, íbamos a tener que reescribir varios, ya que una enfermera tuvo un percance con uno de los internados del psiquiátrico, y el paciente terminó arrojando la cafetera hacia ella. Por suerte, los reflejos de Kanva —la enfermera— fueron más rápidos, y la cafetera terminó haciéndose añicos contra uno de los gabinetes que estaban abiertos, logrando que todo el líquido cayera sobre las carpetas que estaban ahí.
Si el doctor Alex no trataba de recuperar esos archivos, estaba segura de que nadie lo haría. Y me sentí privilegiada al recibir su petición de ayuda.
—Claro —dije pensando que en la cafetería podríamos hacerlo, ya que no mucha gente se quedaba ahí.
—Bien, pon las carpetas en la caja nuevamente, voy a buscar las llaves. —Pude notar una sonrisa en su rostro, pero se volteó rápidamente para dejarme sola en su consultorio.
Tardé en entender sus palabras, pero hice lo que me pidió. Había pensado que nos quedaríamos en la cafetería, no que iríamos a otro lado a comer. Aquello me hizo dudar un poco, ya que no estaría en mi zona de confort y estaba muy nerviosa. Pero pronto intenté dejar esos pensamientos de lado, y otra vez tuve que repetirme que solo era un almuerzo como colegas de trabajo, además de que estábamos llevando parte de él.
Cuando el doctor Alex volvió, tomó la caja en sus manos y bajamos en el elevador para dirigirnos hacia el estacionamiento, sumidos en un silencio incomodo, pero prefería eso antes que empiece a hablarme, ya que por los nervios solo diría cosas estúpidas.
Aún en el elevador, no podía apartar la mirada de él. Se había quitado la bata, quedándose en una camisa polo negra que mostraba sus brazos, estos estaban tensos por sostener la caja. Su cara mantenía una expresión dura, y fruncía levemente su ceño, recordando algo quizás.
Una vez en el estacionamiento, me dirigió a un BMW X7 gris, con un leve empujón con la mano en mi espalda baja. Abrió la puerta del copiloto, indicándome que debía ingresar y una vez lo hice, depositó la caja en mi regazo, para después rodear al auto y meterse en el asiento del conductor; luego se puso el cinturón de seguridad y condujo alejándonos del estacionamiento.
—¿Te apetece ir a Mc Donalds? —preguntó él, sin apartar la vista del camino.
—Suele ser muy concurrido... —dije, recordando que las veces que fuimos con Amber, apenas habíamos conseguido mesa.
El doctor frunció sus labios, y no hablamos más. Pasamos frente al Caribou, y reconocí la calle de mi apartamento. Me puse tensa al instante, sin saber por qué.
Paramos a una calle de mi hogar, y pensé inmediatamente en Jo. ¿Cómo la estaría pasando en ese nuevo lugar tan desconocido para él?
Bueno, no solo digo cosas estúpidas cuando estoy nerviosa. También pienso en cosas fuera de contexto.
Bajamos en un bar restaurante llamado "Roasted Pear". Él pidió para los dos, salmón ahumado con ensalada de col, y una salsa de queso azul con champiñones.
Reí en mi interior al darme cuenta de la diferencia de ese momento, a lo que hubiera sido si íbamos a Mc Donalds. Solo había dos personas más sentadas en una mesa apartada, y un hombre en la barra. Pensé en que no sería problema trabajar aquí un poco, pero entonces noté que el doctor Alex, había dejado la caja en su auto.
Lo miré confundida, y él me sonrió con nerviosismo.
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Un pequeño gran problema [COMPLETA]
Literatura FemininaLa vida adulta no siempre es como uno se lo espera, y a más de uno le resulta caótico el proceso de adaptación. Rebbeca Houston no es la excepción, ya que su vida da un giro drástico cuando decide volver a su ciudad natal para terminar con su capac...