Capítulo 42: Un dulce despertar

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Me despertaron unos toquecitos insistentes en la frente.

Yo por mi parte, gruñí tratando de taparme la cara con las almohadas, tratando de volver a dormir, pero unas manos lo impidieron toqueteando mis mejillas.

―Rebbeca ―susurró una voz―. Despierta, necesito que te levantes un segundo.

―No mamá, es domingo. Voy a dormir un poco más ―contesté adormilada.

De pronto las mantas se apartaron de mi cuerpo bruscamente y mis tobillos fueron arrastrados hacia fuera de la cama.

―Solo es un segundo ―gruñó.

―¡Suéltame! ―grité tratando de zafarme de su agarre, pataleando― ¡Déjame!

Entonces estiró de mis piernas haciéndome caer estrepitosamente al suelo.

Me quejé mientras Sam no paraba de reír.

―Yo quise hacerlo por las buenas, dulzura.

―¿Qué es lo que te pasa? ―cuestioné mirando el reloj―. ¡Son las seis de la mañana!

Jo saltó hacia mis piernas mientras Sam nos miraba divertido.

―Sí, es que necesito que cierres la puerta cuando me vaya ―dijo Sam, y lo miré irritada―. ¿Qué? Al parecer no sabes que las puertas se cierran con llave.

Él tenía un punto.

―¿Dónde están los demás? ―pregunté luego, recordando que fui la primera en dormirse, casi desmayándome sobre el sillón―. ¿Seguían bebiendo hasta hace un rato?

―No. Cuando moriste, Austin se tuvo que marchar porque Amber no paraba de acosarlo. Luego se fue Amber, yo te llevé a la cama y dormimos un rato ―dijo Sam, recordando―. Nunca antes dormí con una chica.

―¿Amber condujo ebria? ―pregunté alarmada, ignorando por completo el hecho de haber dormido juntos―. ¡¿Cómo se lo permitiste?!

―No soy su madre ―balbuceó él, con el ceño fruncido―. De todos modos, no manejó ella. Vinieron a buscarla.

Estaba aturdida. Amber era un adulto y podía hacer lo que quisiese, pero no dejaba de preocuparme, era mi amiga.

Sin darme tiempo para replicar, el teléfono de Sam sonó, y lo miré desde el lugar. Él se tensó mientras hablaba frente a mí, enojándose poco a poco.

―Te dije que eso era exactamente lo que pasaría ―dijo él ásperamente―. También te dije que iba a estar allí dentro de veinte minutos. ¿Puedes dejar de molestarme?

Colgó sin esperar una respuesta hacia su pregunta y luego me miró fríamente.

―¿Pasó algo? ―pregunté desde mi lugar.

―Ven, te enseño como usar una llave ―dijo, conteniendo su furia.

***

Después de que Sam se marchó, no pude dormir más. Me quedé arreglando el desastre que hicimos en la noche. Bañé a Jo, quien apestaba a humo de tabaco, y también me bañé, tratando de sentirme más relajada.

En el transcurso de mis deberes, llamé a Amber repetidas veces, pero solo me mandaba al buzón de voz.

Recién supe de ella a media mañana, cuando me encontraba preparando frutas para Jo y sonó mi teléfono.

―¿Cómo estás? ―pregunté al instante en que descolgué.

Necesito que me busques ―dijo ella con la voz entrecortada, y sorbiendo por la nariz―. Estoy en el Daily Dose, ven pronto, por favor. Mis llaves quedaron en tu casa.

―Estoy en camino ―contesté apresurada, mientras me disponía a tomar lo necesario para salir.

Amber había estado llorando, no la podía hacer esperar.

Tomé a Jo en su bolso y bajamos al aparcamiento, no me importaba estar aún en pantuflas, o tener un moño desordenado, mi amiga me necesitaba.

Conduje a una velocidad que ni pensaría en otras ocasiones, y en menos de diez minutos estuve frente a Daily, una cafetería poco concurrida para estar a un lado del Central Park.

Cuando ingresé vi a Amber sentada en una mesa frente a una ventana. Ella observaba hacia afuera, con la mirada perdida. Oscuras ojeras descansaban bajos sus ojos, y su rímel se veía levemente corrido.

Me senté frente suyo, pero no pude decir nada. No quería indagar, para que no se sintiera presionada. En vez de eso, solo tomé su mano y la apreté en señal de apoyo.

Estuvimos un par de minutos en total silencio, hasta que ella por fin habló:

―Estoy muy confundida ―dijo en un leve susurro―. Creo que estoy enamorada de alguien.

La miré unos segundos, eso no parecía tan grave.

―Eso no es tan malo ―contesté, sonriéndole con dulzura―. ¿Cuál es el verdadero problema?

Ella se removió incómoda, evitando a toda costa mi mirada, y de pronto volvió a sollozar.

―Todo es un jodido problema Rebbeca.

Me levanté, sentándome a su lado para abrazarla y acariciar su cabello. Ella lloraba sobre mi hombro y yo no sabía qué decir, no era muy buena con las palabras.

―No sé qué pensar Becky, estoy realmente confundida ―dijo entre sollozos―. Ni siquiera debería gustarme esa persona.

―A ver, a ver ―dije levantando su rostro para que me mirara―. ¿Por qué piensas que no debería gustarte? Esas cosas simplemente pasan.

―Tú no lo entiendes ―susurró, apartándose un poco―. Esto no debería estar pasando.

―Y voy a seguir sin entender si no me lo explicas, nena ―dije, acercándome nuevamente ante su mirada brillante, y quité las lágrimas de su rostro con mis dedos―. No puedo ayudarte si no sé de qué se trata.

Ella suspiró negando, mientras tomaba mis manos y debatía internamente qué decir exactamente.

―No, no puedo hacerte esto Becky. No a ti.

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora