Capítulo 23: De pequeño, nada (POV AUSTIN)

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—¡Maldita sea Sam! —grité frustrado.

—Lo siento bro, sabes que esto a veces se me va de las manos —dijo el rubio, sin ningún rastro de arrepentimiento.

Él era un idiota cuando se lo proponía.

—Siempre es lo mismo contigo, un día no estaré ahí para ayudarte a solucionarlo.

—Sé que siempre estarás para mí, por eso es que todavía no te he golpeado. Porque cuando te pones peor que mi madre, ganas no me faltan para hacerlo —dijo mi estúpido amigo sonriendo con autosuficiencia.

Lo que había pasado hace un rato en el hospital, fue una muestra de lo mal que se encontraba. Él decía que estaba bien y que no necesitaba ayuda, pero él mismo se estaba dañando, y dañando a los de su entorno. Si no hubiera estado allí, pudo haber herido gravemente al imbécil de Alex, y si bien se lo merecía, no era el modo.

No pude rescatar al niñito Alex de los puños de Sam antes, no porque pensaba que se merecía esos golpes, sino porque primero quería jugar un poco con Rebbeca.

Rebbeca... Ella era mi obsesión desde muy pequeño, era algo parecido a esos enamoramientos que tienes cuando aún ni siquiera cambiabas todos los dientes de leche. Esos enamoramientos infantiles, donde la otra persona era inalcanzable, un amor platónico. La psicología —en esos tiempos tenía una psicóloga, por culpa de la recomendación de mi director en el instituto—, también sostenía que, en esa edad, es el enamoramiento más puro que una persona puede tener, ya que, bueno, supuestamente somos inocentes y etcétera.

Pero yo no estaba enamorado, estaba obsesionado, quería todo el tiempo llamar su atención, fastidiarla, hacerla enojar y que me mire con el ceño fruncido. Era raro, pero yo era un crío.

Cuando la vi, después de tantos años, recordé todas las tardes en las que ella se esmeraba en explicarme ecuaciones matemáticas, y yo no entendía nada porque no podía dejar de mirar sus dedos, tamborileando sobre el escritorio, la manera que resoplaba, haciendo que sus cabellos vuelen sobre su frente, o la forma que sus labios se escondían en una línea recta cuando yo respondía algo mal...

Fue casualidad lo de coincidir con ella, charlando con la secretaria, dándole sus datos y aproveché eso para conseguir lo que quería: su número de teléfono, mientras el inepto de Edwar tardaba en atender a las personas que estaban delante de mí.

Ese mismo día, mientras estaba en el hospital, visitando a Sam que estaba internado, le había mandado un mensaje. Y cuando ella me respondió con un "Eres el pequeño Austin, ¿no?" quedé impactado. 

Me miré a mí mismo, ¿pequeño yo?... Después Sam me hizo recordar que aún tenía la foto de perfil de cuando era un crío de cinco años, y entendí. Ella no sabía quién era exactamente, y sabía que me podría aprovechar de eso. Aunque para ese entonces, Sam no paraba de burlarse de mí, llamándome "pequeño Austin".

En la madrugada de ese mismo día, cuando ya estaba en casa, había surgido un problema con Sam. Él se había escapado del hospital, apareciendo en mi casa un poco alterado, pero luego se fastidió porque le dije que no debió haber escapado. Y terminó saltando el muro, escapando nuevamente, para dar con el jardín de los Houston.

Como vi que la habitación de Rebbeca tenía las luces encendidas, me pareció que lo mejor era llamarla, y avisarle que Sam estaba deambulando por su jardín, pero como no contestó, supuse que estaba dormida y no intenté más.

Además, pensé que Sam no pasaría la noche ahí. Suposición equivocada, ya que, al día siguiente, llamadas perdidas de ella me hicieron poner en alerta. Después, cuando llegó Sam —mucho más tranquilo que la noche anterior—, me contó que conoció a la familia Houston —de una forma no muy agradable—, y lo quise golpear. Él me había nombrado, según lo que me contó, y estoy seguro de que ahora toda la culpa recaía sobre mí.

Aunque debo admitir que seguía gustándome molestarla.

Después de eso, habíamos salido por la ciudad para despejar un poco a mi amigo, y luego de una tarde en la que se pasó bebiendo y fumando, llegamos a casa nuevamente. Mi abuela, ya nos conocía, así que no se sorprendió al ver al rubio totalmente dormido a causa del alcohol. Lo tuve que llevar hasta mi habitación, donde él ya hasta tenía una cama personal.

Como aún era temprano, fui hasta la sala en busca de algo para comer, y en eso, escuché el sonido de algo cayendo al suelo, haciéndose añicos. Fui corriendo hacia donde había dejado a Sam, y me encontré con una botella de Jack Daniels hecha pedazos contra la pared contraria.

Volteé a verlo tirado al lado de mis cosas, y aproveché que estaba nuevamente dormido para tomar mi celular del bolsillo de la chaqueta. Le envié un mensaje a Rebbeca, tratando de explicar lo que había pasado con Sam en su jardín, y me puse a juntar los pedazos de vidrios rotos del suelo, mientras pensaba en cómo seguir. No podía contarle los problemas de Sam, no era algo que yo pudiera ir divulgando por todos lados. Así que no sabría cómo explicarle lo sucedido.

Salí al jardín para encender un cigarrillo, y la curiosidad pudo conmigo. Espié por un orificio en el muro que conectaba mi jardín con el de los Houston, el orificio estaba allí desde hace muchos años, y solo era notorio desde mi lado, ya que del otro había un par de arbustos.

Cuando me acerqué, apenas pude ver un cuerpo en el césped. Supuse que era ella, ya que Raquel no estaría tirada en el medio del jardín.

Me pareció una chica muy tonta, estar acostada abrazada con un muñeco blanco en medio de la noche... ¿cuántos años tenía?, ¿acaso tenía doce?

Le mandé un mensaje, sabiendo que se asustaría porque yo la podía ver, pero ella a mí no. Y tal como pensé, después de leer mi mensaje, se fue casi corriendo al interior de su casa. 


Un pequeño gran problema [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora