Capítulo 31: La ducha

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Habíamos salido del centro comercial y nos encontrábamos en donde habíamos dejado aparcado el coche, sosteniendo sus bolsas. Yo no había comprado nada ya que ahora mis ahorros estaban destinados en su totalidad a pagar la renta, además de no necesitar prácticamente nada.

―Bien, ¿ahora qué? ―pregunté acomodando lo que podía sobre mi hombro sano. En realidad, mi hombro izquierdo ya no dolía, pero no quería exigirle el mínimo esfuerzo porque recordaba el horrible dolor.

―Pues yo debo ir al hospital, no sé tú.

―¿Me dejas así como así? ―cuestioné en un fingido tono ofendido, digno de ella.

―Ya, ¿es que acaso no tienes otra cosa que hacer aparte de estar conmigo? ―preguntó con sarcasmo, a lo que me encogí de hombros― ¡Oh, vamos! Todos sabemos que detrás de esa cara de niña buena, escondes a la acosamenores.

―Cierra la boca, podrían escucharte ―respondí mirando hacia los lados, alarmada―. Está bien. Acércame a casa y nos vemos mañana, o algún día de éstos.

Empecé a dirigirme hacia la puerta del copiloto, pero ella me detuvo con una sonrisa inocente.

―Lo siento, tendrás que caminar.

La miré con el ceño fruncido, y ella solo mostró un angelical rostro, antes de tomar sus bolsas de mis manos, subir al auto, y perderse por las calles de Dios.

Suspiré.

Así es que tuve que caminar hasta mi departamento.

No era muy lejos, pero me encontraba realmente agotada. Lo único que me daba fuerzas para caminar era saber que había dejado a Jo bastante tiempo ―demasiado― más de lo que estábamos acostumbrados.

Sumida en esos pensamientos, caminé durante un tiempo bastante prolongado, las calles estaban tranquilas, y no pude evitar recordar las diferencias que tenía con Cuba. Mi departamento no estaba en medio de la ciudad, pero aun así encontraba edificios altos cerca, que parecían no concordar con la armonía de las casas acomodadas simétricamente.

Estaba tan distraída que seguramente había caminado alguna calle de más. Lo único que hizo que volviera a la realidad, fue cuando choqué contra un torso desnudo y transpirado.

Me aparté con asco por acto reflejo, y me di cuenta de que se trataba de un chico del gimnasio que tenía enfrente. Cambié mi mueca y me disculpé.

―No hay problema, solo ten más cuidado la próxima ―dijo él, riéndose y caminando hacia los demás muchachos que lo esperaban para salir a trotar, igual de buenos, e igual de desvestidos.

Con semejante frío, y con escasa ropa pensé, pero incluso ver sus cuerpos tan tonificados y fuertes, me enviaba a mí cierto calor.

―¿Rebbeca? ―preguntó una voz conocida a mis espaldas, mientras yo ya había emprendido mi viaje para cruzar la calle e ingresar a casa, olvidando a los muchachos de Crossfit.

Giré a tiempo para ver como un divino doctor Alex, que salía del gimnasio, trotaba hacia mí, mientras trataba de pasarse por su cabeza una camiseta sudada, con su nombre, pero dificultando su tarea al llevar también una mochila colgada de uno de sus hombros. Déjenme decirles que no pude apartar la mirada de su cuerpo, y maldije mentalmente cuando terminó de cubrir sus perfectos abdominales.

―¿Doctor Alex? ―pude decir después de inspeccionar sus músculos, descaradamente.

―Solo soy el Doctor Alex dentro del hospital, Rebbeca ―respondió con una sonrisa socarrona.

―Veo, fuera del hospital eres un tipo fitness ―dije, a lo que él se rió―, ¿aprovechando el día libre? ―terminé por preguntar, ya que no sabía qué más decir.

―Oh, no tengo el día libre. De hecho, estoy llegando tarde. Tendría que llegar en... ―Miró su reloj en su muñeca izquierda, e hizo un gesto de disgusto―. En los próximos diez minutos. Y aún no me he duchado.

―Vaya, habrá estado muy bueno el entrenamiento, como para que se te haga tan tarde.

―En realidad, hubo un inconveniente ahí dentro. Y las duchas están clausuradas ―informó, torciendo sus labios―. En fin, tendré que ir a que el director me llame la atención por llegar tarde, y por llegar sucio.

Y ahí fue cuando no controlé mis palabras.

―Bueno, que te llame la atención solo por llegar tarde... Puedes venir a ducharte conmigo ―solté, e inmediatamente traté de corregir lo dicho, con mis mejillas ardiendo repentinamente―. Eh... digo, puedes venir conmigo, y ducharte... es decir, ducharte en mi ducha. La ducha que tengo en mi casa.

Alex rió, y recordé cuánto me gustaba su risa.

―No quiero que tus padres lo malinterpreten. Ver a un tipo desconocido duchándose en casa, no se ve muy apropiado ―dijo con una sonrisa tranquila, y recordé que él estuvo presente en un par de las ocasiones en que Amber iba nerviosa a contarme que mi madre estaba buscándome en el hospital.

¡Qué vergonzoso!

―Creo que eso no es un problema, ya no vivo con ellos ―dije tímida, y me sorprendí, ya que últimamente, lo de vivir sola me daba más orgullo que existir, además lo había soltado como una información defensiva...

Sus ojos brillaron de una manera que no sabía que podían brillar, nunca antes había visto algo parecido. ―Acepto bañarme contigo, entonces.

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Un pequeño gran problema [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora