Capítulo 32: ¿Duele?

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Cruzamos la calle y yo estaba nerviosa. Nos adentramos a casa, y yo estaba aún más nerviosa.

Dejé atrás a Alex, ya que lo primero que hice al ingresar, fue ir a ver a Jo, tomarlo en brazos y regresar a la sala.

―El baño queda, uhmmm... ―Él me daba la espalda, y cuando carraspeé, se dio vuelta a verme sobresaltado―. Por ahí. Es aquella puerta ―dije señalando el lugar. Pero seguía mirándome curioso; más bien su curiosidad recaía en el pequeño ser sobre mi pecho.

―¿Qué es eso? ―Lo miré con los ojos entrecerrados, porque se me hacía tonto contestar lo obvio―. Digo, sé que es un conejo. Pero, ¿qué hace aquí?

―Él es Jo ―comenté mientras acercaba mi cara a la pequeña nariz de mi mascota―, es mi compañero de piso, desde hace algún tiempo.

Ambos sonreímos, mientras él se acercaba a tocar a mi peluda mascota.

―¿Puedo? ―preguntó con sus ojos iluminados, como un niño pequeño.

Me lo pensé unos segundos, antes de tender a Jo a sus brazosy cuando él lo agarró, sonrió de una manera tan tierna, haciendo cosquillas a Jo en la panza y alborotando todo en mi pecho. ­

Me quedé mirándolos embelesada, e imaginé cosas que me avergüenzan admitir.

Y no, no estoy hablando de cosas cochinas o lascivas. Hablo de cosas cursis y alarmantes; como por ejemplo, que me encantaría despertar cada mañana y verlos a los dos juntos, a Alex sonriéndole con amor a Jo, y a Jo recibiendo todo el cariño que nosotros le podríamos brindar. Hasta me imaginé a Jo vestidito con un pequeño smoking, cruzando un pasillo lleno de pétalos de rosas, mientras Alex me esperaba sonriente en el otro extremo, con un traje negro, mirando como me acercaba con pasos lentos, y mi vestido blanco arrastraba los pequeños trozos de flores rojas cuando caminaba hacia el altar.

Sí, demasiado alarmante.

―Bueno, no queremos que llegues demasiado tarde ―dije, arrebatándole de repente a Jo de sus manos, y caminando rápidamente hacia mi habitación para encerrarlo ahí. No tenía que pensar en esas cosas.

Cuando volví a salir, Alex ya había ingresado al cuarto de baño.

―Si necesitas algo, no dudes en avisar ―dije pegada a la puerta de madera.

Después de unos minutos escuché que él habló en un gruñido―: En realidad, sí necesito ayuda.

Me sonrojé al instante, su voz agitaba mi corazón.

―¿Podrías por favor, entrar un segundo? ―volvió a hablar, abriendo la puerta de manera que solo podía sacar su cabeza y mirarme, yo todavía estaba tras la puerta, así que ambos nos sobresaltamos.

Si me hubieran dicho que era posible sentir el calor en mi cara de esa manera, habría jurado que era mentira. Cuando me acerqué, y pregunté entre balbuceos qué necesitaba, él abrió la puerta mostrando su cuerpo desnudo, tan solo cubierto con una toalla enganchada en su cintura.

Mi respiración fallaba.

―El agua, no sé cómo graduar la temperatura.

―Oh, ya veo ―dije intentando sonar normal, pero seguramente solo me salieron unos patéticos murmullos.

Pasé por su lado sintiendo su mirada sobre mí, y gradué la temperatura de la ducha, tomándome más tiempo del necesario, solo por los nervios. No tenía ganas de que viera mis manos temblar sobre la llave de agua.

―Lo siento, regulo la ducha con agua fría porque así estoy acostumbrada. Ya está listo ―dije intentando una sonrisa.

Se escuchaba el agua caer sobre las baldosas, y rápidamente el vapor caliente nos envolvió. Las baldosas y los azulejos se envolvieron en una capa fina de gotitas de agua, y el espejo se empañó.

Sus mejillas tomaron un ligero color rojizo; pasó por mi lado, acercándose tanto a mí que sentí como respirábamos el mismo oxígeno. De pronto el baño se sintió muy pequeño con su presencia.

Él se volteó hacia mí, y clavó su mirada en mis ojos, automáticamente dejé de respirar, si es que antes lo estaba haciendo. Ya lo había olvidado.

Sus manos cayeron en mis hombros con suavidad, e inspeccionaba mi cara, buscando algo.

―¿Sigue doliendo? ―preguntó de pronto, a lo que yo negué, con la mirada en mis pies, sabía que se refería a mi hombro izquierdo―. Rebbeca, mírame.

Así lo hice; y así también me arrepentí.

Sus ojos brillaban expectantes, mirando cada lado de mi rostro.

Tragué saliva y miré cada detalle suyo, desde sus ojos azules, ahora más oscuros, hasta sus labios húmedos y rojos, con una pequeña cortadura cicatrizando.

Cada vez lo sentía más cerca, su mirada se enfocó en mi entrecejo, y yo tratando de ver qué veía, terminé frunciéndolo. Acarició mi frente, y recordé la pequeña marca que me había hecho en el bar.

Él no dijo nada, no cuestionó la razón de aquel golpe. Solo relamió sus labios, y se inclinó hacia mí, dejándome como una estatua.

Pero cuando pensé que iba a besarme, sus labios tomaron otro rumbo, dejando un beso en mi hombro izquierdo, sobre mi ropa.

―Me alegra que no duela ―dijo con su sonrisa de niño bueno.

Cuando me soltó, lo primero que hice prácticamente fue correr hacia la salida, cerrar la puerta y apoyarme sobre ésta. Respiré agitadamente, apretando mi pecho en un vano intento de controlar mi tonto corazón.

¿Qué fue todo eso?

Un pequeño gran problema [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora