El doctor Alex tuvo que cubrir a otro doctor en urgencias en el ala contiguo, así que me dio lo que quedaba del día libre.
Como Amber estaba de guardia, no tenía otro remedio que ir a casa de mis padres, o eso pensaba, hasta que recordé los alquileres. Habíamos visto más de ocho lugares, pero ninguno me gustó tanto como el que quedaba enfrente de LA Fitness, el gimnasio.
Bueno, no eran que los demás departamentos estuvieran mal, hasta había algunos con un precio más accesible, pero ya me había ilusionado con ese. Amber tenía la idea de seguir buscando, pero yo ya me había decidido.
Llamé al dueño del lugar, diciendo que iba a firmar el contrato ese mismo día, y él dijo que me esperaría, así que fui caminando hacia allí. No estaba lejos del hospital, así que, caminando a paso lento, terminé llegando en menos de quince minutos.
—Espero que sea de tu agrado —dijo el hombre no muy mayor—, y ya sabes, si tienes algún problema, o alguna duda, tienes mi número.
—Muchísimas gracias, sí —dije sonriéndole, estaba emocionada por tener al fin mi departamento, aunque solo había pagado un par de meses, después vería cómo seguía la renta.
—Además, hay números telefónicos a los que puedes llamar por cualquier urgencia, el electricista, el plomero, y el cerrajero —dijo mostrando un papel que colgaba del refrigerador—. Creo que también está el de Alice, la inquilina de arriba.
Terminamos despidiéndonos, diciéndome una vez más que llamara si había algún problema, pero sabía que eso no sucedería de momento. Una vez sola, en mi nuevo hogar, me centré en hurgar todo.
Saqué de mi bolso una libreta y un lápiz para anotar las cosas que debería traer de casa. No eran muchas, ya que estaba amueblado completamente, y al ser nuevo, todo estaba en perfectas condiciones. Pero lo indispensable para los primeros días era traer las mantas y almohadas para la cama matrimonial, provisiones para la alacena, y frutas para el refrigerador. Luego estaban las cosas de Jo, y mis cosas de aseo personal, más las ropas y calzados. Lo iría llevando de a poco, eso no era problema.
Lo que veía como un inconveniente, era explicarles a mis padres que debía salir del nido, literalmente. Ellos ya estuvieron separados de mí durante algún tiempo, es por eso que yo creía que, al volver, iban a ser un poco más comprensibles conmigo.
Ya tenía veinticuatro años y mis padres aún decidían por mí lo que debía hacer, y lo que no.
Reconocía que gracias a los límites que me pusieron de pequeña, me volví una persona responsable, centrada, y no he perdido tiempo a la hora de llegar a la meta que me propuse como profesión. Después de todo, era nada más y nada menos que mi propio futuro.
Pero a la vez, no podían seguir tratándome como cuando tenía doce años. Es más, también pensaba que no estuvo bien haberme tratado como si tuviera doce, hace siete años atrás.
Pero eso último ya no podía cambiar más, lo primero sí.
—Y como que mi nombre es Rebbeca Houston, prometo que no volveré a permitir que mis padres manejen mi vida a su propio gusto —dije, y levanté mi puño derecho con énfasis, como si alguien pudiera verme o escucharme.
Y con esos pensamientos, me tumbé cuidadosamente —por mi hombro— en el sillón de la sala, quedando dormida en el momento en el que cerré los ojos. Los nervios y el estrés, me habían dejado agotada.
***
Mi teléfono celular me había despertado de mi siesta. Las luces estaban apagadas y recordé que estaba en mi nuevo hogar. Y no, no me cansaría de decirlo.
Cuando tomé el móvil con las manos, había perdido la llamada, pero al instante volvió a aparecer en pantalla, con el nombre de mamá y su foto.
El nombre, su foto, y trece llamadas perdidas.
Atendí su llamado, preparándome para su regaño por no haber tomado sus llamadas anteriores.
—¿Diga? —contesté dudosa.
—¿Se puede saber dónde estás metida, Rebbeca? —cuestionó mi madre en respuesta, con enfado, preocupación y nerviosismo mezclados.
Estaba por responder con una mentira, y yo no era buena en eso.
Alejé el aparato de mi oreja y miré la hora, sobresaltándome en el acto y poniéndome de pie al ver que eran las once de la noche.
Vaya, la siesta se me fue de las manos.
—Te buscamos por todo el maldito hospital Rebbeca, dinos ya, qué es lo que estas ocultando —dijo mi madre desde la otra línea, casi a los gritos.
—Eh, estoy bien.
Pero ella siguió insistiendo, pidiéndome explicaciones; sin saber qué debía contestar, y sabiendo que me arrepentiría de ello en cuanto me detuviera a pensarlo con más claridad, corté la llamada y apagué el teléfono.
Debía ir a casa de mis padres, y encararlos de una buena vez.
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Un pequeño gran problema [COMPLETA]
Romanzi rosa / ChickLitLa vida adulta no siempre es como uno se lo espera, y a más de uno le resulta caótico el proceso de adaptación. Rebbeca Houston no es la excepción, ya que su vida da un giro drástico cuando decide volver a su ciudad natal para terminar con su capac...