Capítulo 29: Caída libre

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Al ingresar al lugar, tropecé con uno de los escalones y mi cara fue a parar de contra en el suelo.

Minutos después tenía a Amber de un lado, y a otra mujer apretando mi frente con hielo. No fue un golpe demasiado fuerte, pero sí lo suficiente como para dejarme una marca roja entre mis cejas y un poco de sangre en la nariz. 

―Si hubiera sabido a qué te referías con que eras un imán de problemas, no te hubiera traído. La gente nos mira ―dijo Amber aguantándose la risa―. Y ni siquiera se puede decir que atrapaste la mirada de algún bombón, a esta hora solo hay viejos.

―Si me hubieras avisado sobre la gran pendiente que hay en los escalones, lo hubiera sabido y no te hubieras avergonzado de tener una amiga tan torpe ―solté enojada. La idea de venir no me había parecido emocionante desde un comienzo, pero golpearme la cara al ingresar era solo un mal presagio. O solo corroboraba mi torpeza. 

Ya tenía mi hombro lastimado ―en recuperación―, y ahora tenía una marca en la frente y en la pantorrilla. Muy bien Becky.

―Anda, no fue para tanto ―contestó Amber, inspeccionando mi herida mientras apartaba a la mujer y le decía que ella se encargaría de mí―. Si puedes caminar, entonces puedes bailar. Por lo tanto, la pasaremos muy bien esta noche. 

―Creo que me he roto el peroné. 

―Anda, vamos a pedir.

Nos dirigimos hacia la barra, que hacía de mesa, para pedir algo liviano para cenar. Vi que un par de camareros se peleaban para no atendernos y eso me disgustó. Tuve que carraspear para ganarme la atención del único camarero que tenía medianamente en frente, ya que la otra estaba escondida detrás de una estantería de bebidas, sin la intención de siquiera mirarnos. 

El camarero se secó las manos con su delantal, y nos sonrió forzosamente. 

―¿Qué desean señoritas? ―preguntó, mirando de reojo a la camarera que simulaba limpiar la estantería dándonos la espalda.

Amber y yo intercambiamos miradas, pero no dijimos nada al respecto.

***

Lo que había dicho Amber, era cierto.

Un rato después de haber terminado de cenar, las luces claras se atenuaron, dejando así un lugar con poca luminosidad. Había gente por todos lados, en cada rincón del lugar, y la música retumbaba en mis oídos. El ambiente se sentía pesado, se podía percibir el sudor de los demás, y el olor a tabaco junto al alcohol, penetraba fuertemente mis fosas nasales, haciéndome marear sin siquiera haber probado algo de eso. 

Bueno, había probado un par de tragos demasiado fuertes para mi gusto, ya que nunca antes había consumido alcohol con uso recreativo, pero no era nada que no pudiera controlar. 

―Anda bebe un poco más, ¡necesitamos distraernos un poco!

―Ya he bebido suficiente Amber ―dije por encima de la música, sintiendo realmente preocupación al pronunciar lentamente esas palabras―. Además, tú no deberías beber tanto, debes conducir.

―No puedo creer que digas que es suficiente beber dos martinis ―hipó riendo mi amiga, pero pronto se puso seria―. ¡No puede ser! 

Por la cara de asombro que puso, tuve la sensación de que no podía ser nada bueno. Y volví a pensar en lo mal que había empezado la noche, y en su indicio de cómo acabaría todo. No quería voltear y mirar lo que ella veía. 

―¿Qué ocurre Amber? ―dije un pocobastante preocupada. 

―¡Esa es mi canción! ―gritó antes de desaparecer entre la multitud hacia la pista de baile. 

Volteé y miré hacia todas direcciones en busca de Amber, pero se había escurrido entre la gente y la perdí totalmente de vista. También busqué algún rostro conocido, pero vamos, reconocer a alguien en un lugar así era imposible para mí, y eso me estaba frustrando. 

Toda mi vida estuve encerrada, trabajando, estudiando, o leyendo libros; vivía imaginariamente mil aventuras que ocasionalmente nunca se harían realidad en mi patética y monótona vida, porque mi vida no era una película. 

Mi mente, un poco confusa, gritaba que tenía que disfrutar un poco, pero las voces de mis padres me lo reprochaban, diciéndome que tenía que enfocarme en mi carrera, que las salidas nocturnas solo me arruinarían y por eso era mejor quedarme en casa, por más de que yo pensaba que eso solo hacía que profundizara insanamente mi maraña de pensamientos. Y en ese momento no sabía si decidirme por obligarme a quedarme y pasarla bien, o irme a casa a lamentar los miedos que impusieron en mi vida.

¿Era eso lo que quería para mí?, ¿vivir con miedo y no poder disfrutar nada?, ¿qué tan infeliz debía ser para caerle bien a ellos, o para que estén orgullosos? ¿Jo estaría orgulloso de mí? A menos era alguien importante en su vida... 

Debería llamarlo... pensé y saqué mi móvil para buscar entre mis contactos su nombre, pero mi lista no pasaba de:

Alice (vecina), Alquiler, Amber, Austin, Má, Pá, Taximéxico y Yo.

―¡Oh maldito Jo! ―solté, lloriqueando―, recuérdame que debo comprarte un teléfono.

Sequé mis lágrimas e intenté mostrarle mi mejor sonrisa al bartender, ya que la otra chica seguía sin querer atenderme. 

―Un martini doble, por favor. 


Un pequeño gran problema [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora