Capítulo 37: Mi lado médico

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Sam me miraba furioso, y yo temblaba como una hoja bajo su agarre.

―¡Dime que no es cierto! ―me gritó él.

Cuando quise responder, no pude. La falta de oxígeno me lo impedía. Tampoco entendía a qué se refería, y sentía la sangre ir abruptamente a mis mejillas, de una manera insana.

Traté de zafarme de su agarre, pero su fuerza obviamente era mayor e Incluso sentía que mis pies se despegaban del suelo. Cuando pensé que no iba a poder aguantar más ―no por no poder respirar sino por el miedo― me soltó de golpe.

―¡¿Y a ti qué coño te pasa?! ―gritó de pronto Austin. Él le había golpeado en el mentón para que me suelte, y Sam lo miraba cabreadísimo.

Yo por mi parte corrí hacia el rincón y me reposé sobre mis rodillas, tratando de recuperar el aliento mientras no paraba de toser.

No los escuché más así que volví a mirarlos, y cuando pensé que se iba a desatar una pelea en mi departamento, Sam volvía a reordenar mis ideas: él simplemente soltó una carcajada.

Pero no era una risa común, era una llena de odio y maldad, o algo parecido al resentimiento.

―Pues esto a ti te va a encantar ―escupió el rubio mostrando una prenda entre sus manos, haciéndome tensar al instante en que lo reconocí―. ¿Qué estaría haciendo la ropa del doctorcito en el baño de Rebbeca?

La burla en su voz era evidente, y Austin miró la camiseta con el nombre de Alex y el número "6", y luego a mí, notoriamente confundido.

Yo no podía mover mis pies del suelo, estaba demasiado asustada. Incluso mi mente se negaba a pensar, suponiendo que Sam se enojaría si lo llegaba a hacer.

―¿Alex estuvo aquí? ―preguntó, pero antes de obtener una respuesta, Sam lo golpeó. Primero en el abdomen, y luego en la cara, haciéndolo caer en el suelo, y dándole el pase libre para salir corriendo a toda velocidad.

―¡Mierda! ―fue lo único que logré decir antes de correr hacia Austin, dejando el miedo atrás.

Él se incorporó, para escupir un poco de sangre y estirarse el pelo con las manos vendadas, bastante frustrado y con una mueca de fastidio y de dolor.

Antes de llegar a él, volví a girarme para correr en dirección al baño en busca del botiquín. Era momento de actuar como un adulto, por primera vez en el día.

―¡Espera! ―grité cuando regresé y lo veía dirigirse hacia la puerta, su cara se mostraba evidentemente cansado―. No puedes irte así, deja que cure tus heridas.

Su mirada de incredulidad me hubiese ofendido en otra ocasión, pero en ese momento podía dejarme llevar por mi autodefensa, sino más bien por mi instinto médico.

Antes de que pudiese protestar o simplemente irse, lo tomé del brazo para guiarlo al sillón; pero ese simple gesto hizo que mi piel reaccionara como a una pequeña descarga electrica, y aparté la rápidamente la mano.

Él aprovechó eso para voltearse y mirarme con sus ojos exhaustos.

―No tienes que hacerlo ―dijo suspirando―, se cuidar de mí. No es la primera vez que me dan una paliza.

―Es mi deber hacerlo Austin ―contesté, mientras me ponía frente a él, bajo su mirada ceñuda―, soy médico, tengo que cuidar de tu salud ―reafirmé, y mojé un pompón de algodón en desinfectante para limpiar un corte en la comisura de su boca.

Él al ver que me acercaba, terminó girándose para su derecha abruptamente, haciéndome caer de cara al sillón.

―No.

―¿No? ―le pregunté mientras volvía a ponerme de pie, acomodando mi ropa y mi dignidad.

―No. Me vale que seas médico, si quisiera que cuides de mi salud, te pediría un turno en el maldito hospital ―gruñó a la vez que hacía una mueca de dolor tocando su costado.

―Hablas como si fuera dos personas distintas, eso no tiene sentido ―dije arrugando las cejas―. Levántate la ropa, quiero ver el golpe ―ordené.

―Claro que son dos cosas distintas. Rebbeca no se preocuparía por mí, ¿o me equivoco? ―preguntó con burla.

―Yo ehmm, bueno...

Él arqueó una ceja y me interrumpió.

―¿Lo ves? ―preguntó sonriendo con arrogancia, pero se le notaba el dolor cada vez que respiraba.

¿Por qué era tan orgulloso?

―Sigue sin tener sentido, Austin. ¿Por qué no solo me dejas revisarte? Yo me ahorraría el dolor de cabeza, y tú... bueno ―callé un momento para pensar cómo seguir―, tú te ahorrarías el dolor de los golpes.

―No lo harás, no tengo ganas de estar en un jodido hospital ―rebatió alterado y cerró los ojos, mientras se recostaba en el sillón, claramente agotado.

―¿Por qué eres tan terco? ―cuestioné, y él me sonrió sin abrir los ojos.

Sus facciones no eran las de un adolescente, más bien parecía un joven adulto bastante amargado, de esos que parecían envejecer mil años por no sonreír casi nunca, por eso me sorprendió verlo mostrándome las comisuras de sus rosados labios curvados, formándole pequeños pliegues en su mejilla y achinando sus ojos cerrados.

Ay, ya basta.

―¿Quieres revisarme? ―preguntó luego de un pequeño silencio, volviendo a incorporarse para mirarme, sosteniéndose el costado con la mano―, bien. Lo harás...

«Pero con una condición.

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Un pequeño gran problema [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora