6. Dulce, oh dulce ironía

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[16, de diciembre de 1991, seis horas antes del asalto]

Tony no quería ir a casa. Sabía que sus padres se irían esa misma tarde en un par de horas. Pero si volvía, solo sería para discutir con su viejo, otra vez; sobre el rumbo que tomaba con sus malas decisiones y cómo debía empezar a comportarse como un "hombre". Howard no le perdonaría que sus gustos fuesen... diversos. A Tony le encantaba estar con chicas tanto como con chicos. Pero un sencillo beso en la mejilla de un amigo, agregó otro pecado mortal a la lista de su padre.

—Joven Stark... Tony —lo llamó su mayordomo, mirándolo por el espejo retrovisor del auto— ¿Quiere que lo lleve a casa?

Tony miró de reojo por la ventana del auto, el bar estaba justo frente a él. En su bolsillo pesaba la identificación que lo declaraba finalmente legal para beber en público.

—¿Por qué detenerse ahora, J? —suspiró Tony, abriendo la puerta del auto—. Ve a dar una vuelta ¿quieres? Tómate tu tiempo, no te apresures...

¿Qué importaba si tomaba una o dos copas más? Tenía buena resistencia al alcohol, siempre la tuvo. Emborrachándose solo en su alcoba, mientras nadie lo juzgaba o le impedía hacerlo...

James Barnes terminó otro trago de vodka en un solo movimiento de cabeza hacia atrás. Solo dos, para calmar sus nervios. Solo que... el alcohol nunca adormecía sus males por más que unos segundos. Nunca odió tanto el suero de súper soldado y el rápido metabolismo que implicaba, hasta ahora.

Una parte de él, sentía envidia por los tipos a sus espaldas, un grupo de amigos pedía ronda tras ronda de cervezas, pudo catalogar a la mayoría de ellos con un estado de ebriedad por las nubes con solo mirarlos sobre su hombro, escuchando sus risotadas y gritos joviales.

Entonces, de todas las personas que podían entrar por la puerta de ese bar de baja estirpe, un sitio idealizado para la clase media baja, nunca esperó encontrar la mirada de Tony, apenas giró la cabeza. Su respiración se contuvo en su pecho por segundos. Era él. Más joven de lo que recordaba al hombre, debía estar iniciando sus veintes. Ojos grandes y castaños, nada de vello en su juvenil y cincelado rostro. Esa mirada, un poco apagada pero libre de miedos, de actos de violencia, de odio, seguía observándolo.

La tensión se sintió como una explosión dentro del corazón de Bucky. No se suponía que tenía que verlo, esto no era parte de su misión. El sargento se odió por ser tan descuidado, por satisfacer su capricho de sentirse un poco normal en una sociedad no tan avanzada como los tiempos de los que venía, aquí nadie lo conocía, y con sus guantes puestos, James Barnes era solo otro tipo más, vestido de negro con el cabello muy largo y desaliñado, al igual que otros...

Tony investigó su alrededor. Una rápida ojeada por el lugar, le advirtió que quizás fue una mala idea entrar. No solía frecuentas sitios así, él bebía con clase, con ricachones que se emborrachaban con champaña mientras le hacían plática al beber un buen burbon, en lugares... más iluminados, más austeros, con mejor aroma que a tabaco y orina, y claro música clásica en vivo.

Sin embargo, no pudo salir cuando reparó en el extraño en la barra, y esos ojos azules fijos en él. ¿Se conocían? Porque él parecía reconocerlo, aunque el joven no lo identificase en absoluto. Tony no olvidaría nunca ese rostro, era atractivo, un poco mayor pero no lo suficiente para desalentarlo a hablarle. Así que se aproximó...

—Lindo traje —inició Tony, apenas estuvo a pasos de distancia de sentarse en el banco vacío a su izquierda—. ¿Te gustan las motocicletas o algo así?

Bucky tragó duro. ¿Le estaba hablando? No supo qué decir cuando Tony curvó hacia arriba sus rosados labios tan suaves a la vista. Los pensamientos del soldado, empezaron a tornarse... extraños.

VIAJERO EN EL TIEMPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora