Capítulo 4 partes 3

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Un mes después de la muerte de Annie, le siguió el señor Browning, —padre de la rubia—, en otro accidente por demás trágico.

Al trabajar como Ingeniero Mecánico en la compañía de Ferrocarriles Nacionales, debían hacer pruebas con nuevas maquinarias pesadas.

Llevaban horas tratándolas sin obtener éxito alguno. Cuando finalmente lo lograron, un solo instante bastó para tomar la vida del buen hombre, y todo a causa de un simple fallo técnico.

Por supuesto, la familia estaba devastada porque murió instantáneamente, siendo los señores Grandchester un buen soporte para la viuda, viéndose Candy en la necesidad de dejar sus estudios para hacerse cargo de la casa.

El hermano Anthony llegó en un viaje relámpago, ya que su profesión le absorbía la mayor parte del tiempo, y él le rogaba a su hermana que no abandonara sus estudios, respondiéndole la pecosa:

— No, Anthony, la verdad no tengo ánimos para el estudio ni para nada.

— Candy, es tu futuro, linda.

— Lo sé, pero por favor, déjame tomarme un tiempo; y ya que esté lista, te prometo volver a retomar la carrera. Además, yo veo mal a mamá y tengo miedo de que...

— ¡No digas eso Candy! Mamá estará bien.

No obstante, no fue así, porque una mañana mientras Candy le llevaba el desayuno, la encontró sin vida.

Los médicos forenses no pudieron explicar la causa de su muerte, habiendo sido lo más explicable que su corazón no aguantó el dolor de haber perdido a su esposo amado.

. . . . . . . . . .

A los pocos días, en lo que Candy ponía un último arreglo de rosas sobre la tumba, preguntaba:

— ¿Tanto así lo amaste, madre, que no soportaste el imaginarte la vida sin él? ¿Es que así es el amor?

— Cuando sé es puro y sincero, sí, pequeña.

La rubia, al reconocer la voz de aquél, sin siquiera darle la cara, se giró para enterrar su rostro sobre su ancho pecho y llorar desconsoladamente. Después de un rato y que estuvo más tranquila:

— Gracias por venir, Tío Albert.

— No hay nada qué agradecer, al contrario, me disculpo por no haber podido llegar antes, pero aquí estoy, para ti y sólo por ti.

. . . . .

Los siguientes días de luto fueron lentos; y Candy se refugiaba mucho en los brazos de la señora Grandchester, hasta que...

— ¡¿También ustedes se van?! — preguntó con doloroso reproche.

— Candy, hija, debemos de. A mi esposo le han dado un importante puesto en Londres, y...

— ¡Está bien, váyanse! ¡Váyanse todos! ¡No los necesito! ¡No necesito a nadie a mi lado! ¡Me basto y me bastaré sola para seguir adelante!

— Candy, hija...

— ¡YO NO SOY SU HIJA! — espetó desgarradoramente la joven.

— Lo lamento mucho — dijo la noble mujer caminando hacia aquella que estaba parada junto al ventanal y viendo a la nada.

Al estar cerca, Eleanor le depositó un beso en la frente como despedida; y desde aquel entonces, Candy no supo más de ellos.

FIN DE FLASH BACK

Corazón EnvenenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora