Capítulo 16 parte 1

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Aprovechando que no había tanta humedad y el clima era espectacular, Eleanor, —vistiendo linos ligeros en pantalón y blusa—, leía una revista mientras yacía acostada en el camastro muy cerca de la piscina.

Ahí, Sandro nadaba, y Lizzie, acompañada de la nana, jugaba con su gran San Bernardo, el cual como lo dicho por un padre, ya casi la alcanzaba en altura.

De pronto, el perro comenzó a ladrar y salió al encuentro de los recién llegados.

Lizzie, —corriendo y abriendo los brazos—, ganaría ésta vez la carrera a su hermano por estar chapoteando. Por lo mismo, Sandro tardaba un poco en salir de la piscina para ir a abrazar a la rubia quien también con los brazos abiertos los aguardaba.

La efusividad de la pequeña era mayúscula, pero la del chiquillo no podía ser descriptible.

Por supuesto, el padre de ambos regañaría al varoncito por abrazarse de Candy estando completamente mojado; en cambio, la rubia recriminaría al mayor de los Grandchester por haberlo hecho.

El que al último saliera reprendido se acercó a su progenitora la cual ya se había levantado para darle un beso.

Por su parte y obediente, Sandro corrió a ponerse su bata de baño.

Candy, llevando a Lizzie en brazos, se saludó con Eleanor quien no pudo ocultar la alegría de verlos finalmente juntos. Sin embargo...

— ¿A mí no me van a saludar?— se quejó el padre de aquel adorable par.

La que solamente se animó y eso desde los brazos de la guapa rubia, hubo sido la hija para darle un beso en la mejilla, ya que Sandro, como todo un Grandchester orgulloso, no lo hizo debido a que lo había regañado; no obstante, al preguntar...

— ¿Te vas a quedar a comer con nosotros, tía?

— Algo mucho mejor — fue la contestación de su progenitor el cual se acercó a su compañía. Y conforme le quitaba a la pequeña para ponerla en el suelo, informaba: — Se quedará a vivir con nosotros —. Delante de los chiquillos Terry abrazó a Candy y la besó.

Tanto las boquitas como los hermosos ojos de los pequeños no pudieron abrirse más; y en un movimiento gracioso se miraron los hermanos uno a otro. Luego, volvieron a mirar a papá... y ahí sí, Sandro corrió a abrazarlo para apreciarle:

— ¡Gracias, Papá! ¡Eres el mejor del mundo porque me concediste mi deseo!

Terrence levantó a su cachorro para lanzarlo hacia arriba por los aires.

Al volver a unos brazos y quedarse colgado como changuito, en un cuello, el niño lloraba de felicidad. Lizzie, por su parte, volvió a los brazos de la rubia; y Eleanor unió sus manos en señal de oración; y en verdad elevaba una, diciendo:

— Gracias Padre Celestial... Rosemary y Jack, nuestros hijos finalmente estarán juntos.

Posteriormente, la dama extendió los brazos, ofreciéndoselos primero a Candy quien ya había bajado a Lizzie; y después a su hijo que además lo tomaría del rostro y le daría muchos besos deseándole la mayor felicidad.

Minutos más tarde, a la familia completa se les veía caminar en dirección al interior del hogar; y en lo que los niños seguían embelesados con la presencia de la rubia, el castaño intercambiaba unas palabras en privado con su madre.

. . .

Alrededor de las tres de la tarde, el arquitecto —acompañado de sus hijos—, llevaron a la mesera a su domicilio.

Allá, Candy ayudada por Terry descendió de la unidad y se despidió de los niños por un corto lapso de tiempo, ya que para la noche volverían a verse para cenar todos juntos.

Corazón EnvenenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora